El asunto de la reforma laboral continúa. Si podemos conceder que en materia del sistema de producción dominante en México, la verdadera naturaleza de sus contradicciones sociales, económicas y políticas se hizo confusa, borrosa, opaca, difuminada; estaremos en condición de entender las extrañas y atípicas alianzas políticas que se están gestando entre los partidos políticos de oposición, en contra del partido triunfante en la elección presidencial que, a no dudar, será el gestor o el nuevo “administrador de la crisis” de las políticas de Estado.
Políticas que, al ser públicas por definición, ensayen el reordenamiento de los factores de la producción, a fin de sacar el cuello de la línea de flotación, y se recupere el ideal del pleno empleo, del autoabasto familiar, del salario remunerador, de la contratación temprana para adquirir experiencia, hasta poder jubilarse con serenidad, en este mar global encrespado del desempleo, el estancamiento con inflación, la depreciación del tipo de cambio y otras preciosas joyas de la corona de espinas que portan las sociedades contemporáneas.
A este respecto, propusimos en anterior entrega, que el supuesto histórico que subyace al sistema de relaciones sociales de producción, entre las que destacan las del empleo, las que rigen a los sujetos primarios de la producción: empresariado y sindicatos, y las que son normativas de esta gran esfera de la Economía Política que a todos nos engloba; se remonta a los tiempos en que estas mismas alineaciones corporativas nacieron con el pacto revolucionario y contribuyeron a constituir una forma de Estado oligárquico, corporativo de masas y capitalista dependiente; aunque se ostentó socialmente demostrativo de generosas dotes populares, que lo personalizó ante la historia, como un estado benefactor, del pleno empleo, con vocación desarrollista, gestor del milagro verde mexicano, y afán modernizador.
Entender, ahora, ese enredo fenomenal (“entangelment”, dicen los astro-físicos), en donde las derechas son izquierdas y las izquierdas son derechas, los de centro no son ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario, y el gobierno en turno es increpado, aún sin tener posesión del poder político pleno, como retardatario y factor de la congelación de las minutas reformuladas; por decir lo menos, es estarle soplando al jocoque que aún no se ha fermentado.
El chiste es que, para resolver tal acertijo, tenemos que afrontar el reto de desatar esa revuelta madeja, y con ello poder volver a intentar, atar cabos. De ahí el supuesto inicial del que parto, para ofrecer una línea de reflexión que nos oriente en la ruta correcta de una discusión constructiva y ponga al país en marcha, con todo y su nueva Reforma Laboral.
Retomemos, si el amable lector así lo acepta aunque sea sin conceder, el supuesto de que el punto original del que partimos, en materia del Trabajo y la Legislación Laboral, fue el establecimiento postrevolucionario de un auténtico estado de “laissez faire, laissez passer” al mejor estilo neoliberal; según el cual todos los actores y factores de la producción quedaron tan satisfechos y contentos con el reparto de sus nuevas asignaciones:
-Un Gobierno corporativo de masas que pide no ser emplazado a huelga y que sí voten, al infinito, por él. -Una IP que no sea tocada en sus márgenes de plusvalía, vulgarmente ganancias, con tal de generar empleos y recibir indulgencias impositivas –léase bolsa de valores– de tan gran magnitud como discrecionalidad; y una Organización Obrera que conquista la inmunidad vitalicia de no ser observada en lo interno, de no tener obligación de hacer pública su acumulación financiera venga de la fuente que provenga, y de no compartir su hegemonía sobre la contratación colectiva de los trabajadores. En suma, un pacto transparente que deja a todos amigos, a todos tan campantes, y a todos tan gozosamente autosatisfechos.
La coyuntura política y económica actual ya no da margen para ese acuerdo de inmunidad y autosatisfacción. Los factores de la producción deben concurrir a resolver nuevos problemas y hacerlo desde un enfoque diferente. Para abreviar, lo que manda a la hora de la verdad es la esencia y no la circunstancia, es decir, lo que impera de veras es la forma de Estado que nos constituye como nación soberana, y que es un estado capitalista dependiente del capital dirigente, de los países centrales –digamos del Grupo de los Ocho–, bajo el pacto de una hegemonía del capital nacional u oligárquico que unge a la clase política regente y asigna los criterios para distribuir las cargas y beneficios de la Política Fiscal, como madre de todas las Políticas que ahora se les apellida públicas.
Este pacto se hace expansivo a la población en general –para pretender llamarse Pacto de Nación– y tiene un efecto primario, de primera magnitud, precisamente en el acuerdo que da vida al régimen peculiar de la esfera societal del Trabajo, para asignar salarios, cuotas y prebendas a las que se sujetan las relaciones laborales de los factores de la producción; en donde, las organizaciones obreras superiores, es decir, las de “tercer nivel”, como son las poderosas centrales obreras según el ramo tienen la voz cantante y sonante, sin que la coreada y coreografiada democracia sindical de los obreros de carne y hueso les pueda tocar ni con el pétalo de una rosa.
En este contexto, la esencia del pacto nacional produce lo que le es propio: una reforma laboral que hoy por hoy ya es inevitable, imposible de evadir o de postergar, misma que debe observar la cohesión que exige la forma de Estado que somos y no de otra manera. En este punto, el único factor de la producción que parece o finge ser menos enterado es precisamente el sindical de tercer nivel que se niega a ser mínimamente tocado en su intimidad organizacional: “Ne me touchez pas!” (¡No me toques!), aunque exhiba la mayor procacidad a la hora de reivindicar lo que esgrime como su interés inalienable de clase.
En conclusión, aunque sea meramente provisional y preventiva, la contradicción principal a la que está sujeta la modificación de las normas laborales, obedece a la pretensión de alianzas inconfesables, por asociación de bloques contradictorios “suapte natura” (por su propia naturaleza), para arrinconar al oso cavernario, e imponer un equilibrio de poder inédito de la clase política y oligarquía segmentada. Una vez más, se impone la rectoría de la razón, en que hay que aprender a distinguir los modos de intervenir, para poder pactar sin que luego la historia nos refute.