El Sistema de Información Cultural (SIC) arroja como resultado la existencia de 35 concursos si escribimos en el buscador “literatura”, pero hay además 54 de cuento, 23 novela, 11 de narrativa, 17 de ensayo, 57 de poesía y 14 de dramaturgia, dando un total de 176 convocatorias; ahora, considerando que por lo general éstas son anuales y que muy raramente un solo escritor gana más de un concurso al año, se puede inferir que realmente 176 escritores tienen posibilidad de hacerse de uno de estos premios. Ahora, pensemos que el siguiente año los mismos 176 podrán ganar nuevamente si consideramos que son los del año pasado que sólo cambian de premio, pero en realidad casi nunca es así, tanto por la naturaleza del galardón (quien gana uno de Tierra Adentro no va ganar el Villaurrutia, y viceversa), como por el hecho de que todos los días surgen escritores en todas partes de México, hasta en el sitio más apartado donde se lleve a cabo un taller literario que haga soñar a un joven.
Y estos nuevos escritores no están precisamente desamparados, bien podrán publicar en una de las muchas revistas que enlista el Conaculta en su Catálogo de revistas de arte y cultura en México, ser becarios del Fonca (o del fondo estatal de su entidad si es del interior), aspirar a la Fundación para las Letras Mexicanas, intentar salir sorteados para ingresar en la UACM, ahorrar lo suficiente para el diplomado de Bellas Artes, estudiar en la Sogem o por qué no en Casa Lamm. Es decir, existe la suficiente oferta para que todos podamos sentirnos escritores, parecerlo al menos o para que nadie se queje de que no le toca nada. Aunque de hecho, al escritor mexicano ya se le olvidó lo que era quejarse de verdad, por cosas de verdad.
Debo admitir que no hubiera pensado en las implicaciones de la descomunal cantidad de autores que hay en la actualidad, de no ser por una entrevista que le hice a Geney Beltrán Félix, publicada en la edición 24 de la revista Parteaguas. En ella refiere: “tenemos que estar conscientes que estamos en una república literaria sobrepoblada: hay autores nacidos en los años veinte y escritores nacidos en los años ochenta y noventa. Y la única relación que el escritor se ha preocupado por mantener es con el Estado: su mecenas, su editor, su promotor. Entonces es evidentemente imposible que el Estado reparta para todos. Y de entrada ya es un problema asumir que el nuestro interlocutor es el Estado. O ni siquiera interlocutor, porque los funcionarios no nos van a leer. Nosotros vemos que al Estado mexicano no le interesa ser crítico literario, le interesa ser mecenas, para acotar políticamente las voces intelectuales. Lo que el Estado tendría que haber hecho desde hace tiempo, más que darle de comer a los escritores, es formar público y no sólo para la literatura sino en general para las demás artes, y no lo ha logrado hacer. Y no sé hacia dónde vamos, yo confieso que cada vez me siento más perplejo ante este circuito de textos que van y vienen, de libros que se publican y desaparecen, de autores que crean fama, publican libros, pero que realmente no están transformando la literatura ni mucho menos la realidad.”
Hoy en día hay más escritores en México que nunca en su historia, y sin embargo no se nota. En El ocaso de los poetas intelectuales, Malva Flores ya ha señalado cómo es que una suerte de apatía política es sintomática desde los escritores nacidos a partir de los 70, lo cual ha generado una paradoja: a la vez que los escritores son omniscientes también están ausentes; aparecen cuando hay convocatorias abiertas, no cuando la sociedad civil lo reclama.
México adolece de una plaga de escritores que se conforma con los subsidios del gobierno, hace falta un verdadero regimiento de escritores que lo haga temer, o mejor aún, varios de ellos (por ahora sólo tenemos guerrilleros solitarios: honrosas excepciones como Gabriel Zaid o Javier Sicilia), que lo hicieran pensársela dos veces antes de cometer un abuso, omisión, exhibir su ignorancia o su cinismo.
Y es que no es malo que haya tantos escritores (independientemente de que todos “podamos” serlo, y que además deba ser sencillo teniendo una beca que nos legitime), el problema es que en Babel es fácil dejar de prestarnos atención y de escucharnos entre nosotros debido al barullo del que además formamos parte. La literatura mexicana está en riesgo de perder cohesión, de disgregarse por la incomunicación entre los escritores recluidos en la obra propia y la de los amigos, dejando de reconocer al otro o criticarlo, soslayando el debate literario. Tal como ya está sucediendo ahora mismo.
Por estas reflexiones pude darme cuenta de que yo mismo era parte de esa plaga de escritores, y es que debido a cierto premio y a esta misma columna es imposible no incluirme en el objeto de la presente crítica. Pero sé también que reconocer lo que sucede es el principio del cambio en la manera de pensar, y sobre todo de actuar. Entiendo que escribir es libertad, poder y responsabilidad; que el poder de decir implica también no poder callarse; que puede decidirse entre ser plaga o ir a contracorriente.
Ojalá no sean pocos los que se reconozcan en este espejo fragmentario.
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