El primer desayuno tiene lugar a temprana hora, a las siete o a las ocho de la mañana, inclusive más temprano para muchos. Tiene tres tiempos: el primer tiempo acontece a tontas y locas, sin sentarse a la mesa, y consiste en la ingesta de alguna fruta de temporada tomada con arrebato del frutero e ingerida mientras se realiza otra actividad como abrocharse las agujetas, fajarse la camisa, ordenar y organizar la mochila o el portafolio, pelear con el hermano, lavar trastes, dar una barridita exprés, atender a la o las mascotas. El frutero mexicano es generoso y luce espléndido todo el año: guayabas, mandarinas, plátanos, peras, duraznos, manzanas, fresas, naranjas, piña, melón, sandía, prácticamente se pueden conseguir todas las frutas en cualquier mes, solamente varían los precios de acuerdo a su disponibilidad. El segundo tiempo incluye regularmente huevos, frijoles y tortillas, tríada que verdaderamente constituye la piedra angular de la alimentación de estas latitudes, y algún complemento como jamón, tocino, chorizo, chilaquiles, queso, crema. A la mexicana (revueltos y guisados con cebolla, jitomate y chile serrano), rancheros (estrellados, servidos sobre una tortilla frita y bañados con salsa roja), divorciados (igual que los rancheros pero con salsa roja y verde), sólo revueltos, sólo estrellados, son las formas más comunes de preparar los huevos. Los frijoles casi siempre se sirven refritos y espolvoreados con queso, aunque también son comunes los de la olla. Los chilaquiles son más frecuentes como guarnición, pero son indiscutibles protagónicos las mañanas de resaca. Las carnes frías y embutidos son también del gusto de la mayoría, pero no sin antes haber ganado algo más de grasa y sabor en la sartén caliente. El tercer tiempo, para completar el arco y asegurarse de que se empieza el día con el pie derecho y el estómago contento, consiste en una o dos piezas de pan dulce que ofrece la vasta panadería mexicana, tan inventiva en sus formas y presentaciones como en los nombres con los que bautiza a sus retoños de harina, huevo y azúcar (chilindrinas, calvos, cocoles, conchas, neblinas, pachucos, garibaldis, etc.). En todo momento, el cogote es lubricado con diversos líquidos aportadores de nutrientes esenciales y, muy importante, de energía extra: jugo, leche y café, mucho café, ya que sobre sus hombros descansa el desempeño y la competitividad laboral del país, nada más. Haber dejado los brazos de Morfeo es un trauma que a muchos les lleva superar las otras 14 horas de dizque vigilia, el primer desayuno, generoso, enjundioso, ayuda a sobreponerse a semejante herida (sólo equiparable al abandono del vientre materno).
El segundo desayuno llega alrededor de las 11 de la mañana. Se tiene hambre, no, se tiene fuerza de voluntad, poca o nula, se toma una decisión consciente y razonada de comer de nuevo, no, se acepta la invitación de los congéneres, sí. Se sucumbe a las presiones de los compañeros –escolares, laborales– y al antojo y se come como si se estuviera condenado a muerte y esa fuera la última voluntad. Una gordita, un taquito, un refresquito, una tortita, se dicen a sí mismos cuando su brazo ya se ha alzado como si tuviera vida propia para hacer un pedido: “una de chicharroncito verde, por favor, pero bien servidita, ¿eh?”. Por supuesto, el uso de diminutivos es imprescindible y comprensible para crear la sensación de que se come poco y para que la culpa se sienta, más bien, como culpita.
El tercer desayuno tiene lugar ya pasado el mediodía y se realiza para aguantar el último tramo antes de comer –sí, leyó bien– y para calmar los ánimos en la oficina o en el salón, que siempre tienden a desmejorar a partir de que el sol llega a su cenit. Para no pecar de glotonería, se opta por algún alimento saludable (lo que en las calles y puestos ambulantes de este país se entiende por “saludable”): un épico vaso de litro, que más bien ya califica como jarra, de jugo de naranja con zanahoria, betabel y apio y/o un “biónico”, que consiste en un plato rebosante de frutas troceadas, bañadas con yogurt, miel, leche Nestlé y salpicadas a puñados con chispas y lunetas de chocolate, coco rallado y granola, todo muy saludable, como se podrá ver, pero en cantidades suficientes como para alimentar a tres astronautas en la luna.
Como puede apreciar, estimado lector y próximo adoptante, el mexicano se ha tomado muy en serio la recomendación esa que reza que hay que desayunar como rey, comer como príncipe y cenar como mendigo. Sólo que el mexicano empieza un par de pasos arriba, desayuna como dios, come como emperador y cena, entonces sí, como rey. Por lo que, si usted desea adoptar un mexicano, se recomienda seguir los siguientes pasos.
Primer paso: recuerde que al adoptar un mexicano usted se convertirá en su tutor y eso, entre muchas otras cosas, implica administrar el cuerpo de su adoptado; con la indolencia en un extremo y la euforia en el otro, hay que saber suministrar las cantidades justas de azúcar: provea, sopese, ajuste.
Segundo paso: como ya vio, los mexicanos desayunan como Hobbits, así que desista de cualquier intento de hacer dietas, además de que no servirán, lo único que ganará será atizar el malhumor de su mexicano. Mejor aprenda a aceptar que su mexicano es un ser humano rollizo y orondo, sean felices y que el seguro médico se ocupe de lo demás.
Tercer paso: puede intentar sustituir una adicción por otra, quizá funcione, quizá no, recomendamos probar las siguientes: ninfomanía o satiriasis, ludopatía, tecnofilia, poriomanía. Respecto a las primeras, si no funcionan, no importa, seguro aumentarán el nivel de calidad de vida, aunque también el de compulsión; con la última, el riesgo está en terminar como Pito Pérez.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es un troglodita? Sí. ¿El mexicano es una varita? No. ¿El mexicano es un sibarita? Depende.