Hace casi un año escribí un texto sobre la Bienal del MercoSur que llevó por título Ensayos de Geopoética. Tal vez por descuido, en su momento, no lo quise publicar. A casi un año del motivo principal del texto, y, a su vez, a un año más de que regrese la Bienal, va la primera parte de dos:
I
¿Qué cosa es la identidad? No, seguramente, los elementos tradicionales de un país. Tampoco, ciertamente, haber nacido en un sitio que conforma una nación. ¿Qué es, entonces? Ahora mismo -acaso desde siempre-: un accidente geográfico; ¿qué ocurre cuando un tema, algún interés, une a personas sin distinción de nacionalidades? Ahí, entonces, no hablamos de tradición de un país, sino de una idea compartida. ¿Esto genera una identidad?
La revista Time eligió como personaje del año 2011 a The Protester: un conjunto de individuos que, independientemente del lugar en donde se encontraron -Europa, África, América, Asia-, los unió la inconformidad con sus respectivos gobiernos. Antes de la designación editorial, artistas de distintas partes del mundo, con sus propios medios, en Brasil, hicieron lo mismo.
II
Durante la inauguración de los Juegos Panamericanos 2011 -en Guadalajara, México-, los muralistas mexicanos -favorecidos por un discurso nacionalista trasnochado que intenta fomentar el orgullo por un claro anacronismo-, tuvieron una proyección internacional. La imagen que se intentó fortalecer -dentro y fuera del país- fue la de exponer al mundo que México continúa personificado en la figura de un charro situado en el campo. Esto es que la construcción visual del mexicano se encuentra depositada en un pasado que, de ninguna manera, puede llegar a generalizar a su gente. Aquí tenemos el ejemplo del arte al servicio de un Estado.
Me explico: resulta insostenible la idea de que el país no ha cambiado ni un ápice su fisonomía. La globalización -y la suma de los problemas de siempre: pobreza, desigualdad, impunidad- nos ha atravesado a todos. Llegó como proyectil y, naturalmente, esto ha producido sismos en la conciencia. Estamos mareados: no sabemos qué es ser mexicano; qué, argentino; cuándo, cómo, venezolano; es decir -aún más fatalista o realista-: en un sentido particular, ¿qué significa ser latinoamericano?; en otro, general, ¿qué entendemos por ciudadano? La última Bienal de Porto Alegre Ensayos de Geopoética, cuestionó éste y otros temas derivados de ambos interrogantes.
III
No sé si el arte nos mejore como personas, pero sí que puede -y ha hecho- ver distinta la realidad. La Hoja de Ruta para la Educación Artística, expuesta en la Conferencia Mundial de Lisboa (Construir Capacidades Creativas para el Siglo XXI), tiene claro que el arte potencia valores para crear ciudadanía. En concreto, se menciona que “para que una persona tenga un comportamiento ético sólido, lo cual constituye la base de la ciudadanía, es necesaria la participación emocional.” (2006: 3). Es utópico seguir hablando de ello. Romántico. Somos tan ambivalentes que, para algunos, saber lo que ocurrió en los años 30, en Guernica, los escandaliza; a otros, les divierte; ver El Guernica, a aquéllos, motiva a la reflexión; a éstos, dinamita un motivo para destruir. Aquí no es el momento para realizar un análisis sobre ello. Exigiría un sometimiento analítico más profundo; sin embargo, quiero decir que si bien no es seguro que nos mejore y si tuviera que elegir entre escandalizar, destruir, divertir y reflexionar, sin duda, me quedo con la última palabra. Ensayos de Geopoética, propició desempolvar las abstracciones de nación, territorio, cartografía, etc., y mostrarnos obras que abrazan la queja y arropan a la protesta. Los artistas no necesitaron máscaras de V for Vendetta -ni pasamontañas-, sino sólo su creatividad.
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