¿Cómo reducir las diferencias económicas entre personas? ¿Cómo reducir las brechas culturales? ¿Cómo reducir las diferencias en los logros educativos? Cada aporte para responder alguna de estas preguntas representa un ladrillo en la construcción de la sociedad que casi todos pretendemos. Existen muchas opiniones encontradas. No obstante, cada vez más literatura converge en que esto se atiende desde la casa, desde el origen.
Autocontrol, capacidad para desenvolverse en colectividad, autoestima y sensibilidad cultural son habilidades que marcan diferencia entre los logros de las personas. Son habilidades “blandas”, no cognitivas. Ojo, éstas no se obtienen con currículos exhaustivos de matemáticas o español. Éstas efectivamente se forman en casa. Se forman desde el útero de la madre. Sólo que hay un problema: las situaciones familiares y socioculturales difieren abrumadoramente entre personas. Entonces, es en los primeros años de vida en donde se estaría gestando la brecha de desigualdad. ¿Se podría intervenir, como Estado, para reducir estas brechas iniciales? Definitivamente sí.
Al contrario, si no se interviene a tiempo en esta parte no cognitiva, que es difícil por no decir imposible de estandarizar, los resultados pueden ser más dañinos en varios sentidos. Existe cúmulo de evidencia que muestra cómo una falta de atención en las habilidades blandas puede degenerar en personas poco productivas, con mayor propensión a cometer crímenes y menor logro educativo. Esto, en términos económicos, obliga al Estado a invertir en gran magnitud para remediarlo. Tal como lo ha demostrado el premio Nobel de economía y profesor de la Universidad de Chicago, James Heckman, lo anterior resulta considerablemente costoso.
Sí, hace algunas semanas discutimos sobre la importancia de los primeros años de vida en la agenda de políticas. La estimulación temprana es una apuesta que no sólo se limita al cuidado del niño, sino que además se hace cargo del proceso acumulativo de aprender y el desarrollo intelectual; se hace cargo de reducir la persistencia de carencias en las habilidades cognitivas y no cognitivas; por ende, se hace cargo de las primeras diferencias de habilidades entre personas. Por ello insisto.
Actualmente contamos con bases científicas que nos permite anticipar que, desde la política pública, una inversión en programas de educación temprana de calidad estimula el potencial no cognitivo de las personas, permite reducir las brechas socioeconómicas y culturales y se refleja en mejores personas, y por ende en una sociedad cohesionada. Además, los resultados de la inversión en programas de educación temprana presentan resultados a largo plazo que rebasan el costo de implementación y que por lo tanto, en términos comparativos, resulta más barato que invertir en remediar la delincuencia, el abandono escolar o la capacitación laboral (vamos, es mucho más costo-efectivo).
En efecto, la parte no cognitiva importa. Mucho más de lo que nuestras autoridades creen. Por ello es deber como ciudadano exigir que el Estado intervenga.
No obstante, y como en todo podo problema público, la política importa. La modernización del Estado implica formar horizontes de desarrollo. Requiere alternativas. Requiere de decisiones que no te beneficien como actor político, o como partido. Exige visiones de largo plazo, algo a lo que los tomadores de decisiones en México no nos tienen acostumbrados. Sí, la educación temprana de calidad (más que guarderías) es una medida que a ti como político -como tomador de decisiones- no beneficiará a tu carrera política. No te lucirá. Esta medida va a tener frutos en 10, 20 o 40 años. Mi pregunta persiste: ¿no es hora de discutir una mejor sociedad para las nuevas generaciones? ¿No es hora de dejar la retórica y comenzar a trazar el futuro en el presente?