Escritores jóvenes / Inconclusiones - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Actualmente en México, la figura del escritor joven está sobrevalorada. Las oportunidades de ser (o al menos parecer) escritor desde muy pronto hoy en día son mayores que nunca. Los jóvenes escritores gozan de muchas facilidades (tantas que con rapidez los hacen perder el piso), cosa que ha beneficiado a los autores incipientes; no necesariamente a la literatura mexicana.

El mito viene de Arthur Rimbaud, quien no había alcanzado los 20 años de edad cuando ya se había vuelto el creador de una obra impar, lo cual sólo lo convierte en la excepción que confirma la regla: la inmensa mayoría de los escritores importantes no generaron obra madura y auténticamente personal hasta pasados los 30, 40 o incluso 50 años, sólo después de numerosas horas de trabajo y persistencia sostenida a través de mucho tiempo: borrador tras borrador, fracaso tras fracaso, frustración tras rechazo tras incomprensión. Pero no se le puede hacer entender eso a la chaviza que hace fila pidiendo una oportunidad para publicar, para figurar como promesa, mucho menos a las instituciones que lo fomentan. Porque nadie lo recuerda ya, pero la creación de obra por subsidio del erario es legado priísta, y nada menos que de Carlos Salinas de Gortari. Es incongruente que nos escandalice el TLC mas no el Conaculta.

O será que nadie, por comodidad, quiere recordarlo. Los escritores jóvenes suelen ser todavía opositores del “sistema” y hasta entusiastas activistas, pero no les provoca aversión la domesticación cínica del Estado sobre el arte en general y la literatura en particular. Todos queremos ser becarios del Fonca, o por lo menos del fondo estatal de nuestro terruño; todos queremos viajar gratis a encuentros, ver nuestro nombre impreso en una portada y nuestra foto en una solapa; ser entrevistados y antologados; hacer residencias artísticas en el extranjero, impartir conferencias y coordinar talleres; acumular bibliografía y ver publicada, en la vejez, nuestra obra reunida por el Fondo. Muy pocos, en cambio, quieren ser escritores cómo debe hacerse, porque leer y escribir, ya lo ha dicho Gabriel Zaid, no son actos públicos que se noten.

Publicar lo más pronto que se pueda y ser joven creador está tan de moda porque la competencia por los premios es dura, y porque los programas de becas lo siguen fomentando mientras el concepto aparezca en sus convocatorias. El factor ego y el factor impaciencia nos hacen desobedecer a Borges, quien creía que para ser escritor había que escribir mucho, corregir mucho, romper casi todo, pero más importante, no tener prisa por publicar.

Y es que ¿cuánto de todas esas toneladas de obra que se crean al año (porque anualmente, sí señor, hay nuevos becarios, nuevos títulos publicados, nuevos ganadores de premios), son absolutamente necesarias, si no es que de inevitable gestación? Está bien, que el gobierno tiene la obligación de fomentar la creación y divulgación artísticas así como de crear público: sí; que los artistas tenemos la obligación moral de condenar todo intento de cooptación intelectual: también. Pero los escritores jóvenes tienen mucho que perder de revelarse: se acabarían todos los privilegios, el presupuesto, el prestigio veloz. Los hombres que seducen a la gente de letras saben exactamente lo que hacen. Y la estrategia ha sido tan perversamente eficaz que se ha filtrado no sólo en los jóvenes: el Sistema Nacional de Creadores del Arte tiene igualmente apaciguados a los mayores.

Permitir todo esto nos vuelve intelectualmente orgánicos, sin que lo sepamos, sin que lo admitamos. Pero lo permitimos porque es lo más cómodo, el silencio cómplice es el nihil obstat de las becas de creación. Y si no hubiera demanda de éstas, no habría oferta.

Es increíble que habiendo más escritores en México que nunca en su historia, el país carezca del contrapeso necesario que la gente de libros, de ideas, de palabras y de imaginación inclemente, ingobernable, crítica, debiera efectuar ante el poder, y el cual muy pocos ejercen actualmente con soberanía intelectual. Un pueblo no puede permitirse que los poderosos dobleguen su espíritu que, se supone, deberían encarnar los artistas. Y es ahora mismo cuando, en este contexto ultraviolento, ideológicamente polarizado y económicamente desigual que atravesamos, ese contrapeso sigue siendo más que necesario.

Los escritores jóvenes no son los artistas incendiarios y rabiosos que fueron en su momento Bret Easton Ellis, Chuck Palahniuk o alguno de los otros que José Mariano Leyva incluye en El complejo Fitzgerald (2008), celebración ensayística del joven rebelde literario sin causa y con causa. Los jóvenes creadores mexicanos son, más bien, promesas literarias “adocenadas y correctas”, como ha escrito Vivian Abenshushan. Y es que no es malo que haya cada vez más escritores jóvenes, preocupa su indiferente postura sobre el papel de la letra frente el cetro, si empleamos las palabras de Octavio Paz. No alarma que se les intente mimar (que es entendible), sino que acepten el soborno (que no lo es).

Gracias a la tierradentrización de la literatura joven mexicana, qué van a saber los autores novatos de hoy sobre morir inéditos; menos del nervio intelectual inconforme, y mucho menos de la escritura como un actividad de riesgo a la vez que de compromiso. Si algo le estamos quedando a deber a la historia literaria de nuestro país es oposición inteligente y responsabilidad ética, a cambio de unos cuantos pesos. Pero, jóvenes escritores, ¿lo vale?


http://laescribania.wordpress.com/

 


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