En la anterior colaboración comenté que discutir el futuro de Pemex significaba para el PRD y en general para la izquierda, una serie de elementos que incluyen aspectos técnicos, ideológicos, de sentimientos, de nacionalismos, entre muchos otros.
Cuando se incorporan todos estos elementos además del rigor analítico, cualquier tipo de discusión se hace compleja y en muchas ocasiones puede impedir que se tomen decisiones racionales y objetivas.
¿Desde mi punto de vista cuál sería la postura que el PRD debiera definir en su Congreso Nacional de diciembre sobre el futuro de Pemex?
En primer lugar tendrá que ser una definición de izquierda, que es una visión donde prevalezca el interés de la mayoría sobre el interés de las élites que conducen a Pemex. Al mismo tiempo que incluya la visión democrática, es decir conformar mecanismos consultivos y participativos que asuman un papel de contrapeso. Partir también de que Pemex debe seguir siendo propiedad de la nación pero sin regresar al viejo nacionalismo que es la causa de que Pemex esté convertida en una empresa ineficiente incapaz de transformar la riqueza petrolera en la palanca de desarrollo del país.
Es necesario agregar valor a los hidrocarburos. Se tienen que buscar mecanismos de inversión mixta que se conduzcan de la mano con procesos de vigilancia y transparencia de organismos académicos que certifiquen la correcta conducción de los procesos.
No se puede hablar de privatizar parte de los procesos sin tocar al sindicato. Si no se parte de iniciar un proceso de democratización al interior del sindicato petrolero lo que va a pasar es que las rentas estatales se van a convertir en rentas privadas en manos de empresarios mexicanos y extranjeros ligados al grupo gobernante.
Recordemos cómo en reiteradas ocasiones el valor de los hidrocarburos que debiera utilizarse en la ampliación de infraestructura médica, en la construcción de carreteras, en presupuestos para escuelas y universidades, etc., termina en actos de corrupción en donde el saqueo se da con total impunidad.
Pemex entregó a la campaña de Labastida mil millones de pesos. A pesar de que fue una información totalmente confirmada por las autoridades electorales no hubo ningún responsable por estos hechos.
Recuérdese también cómo se ha encontrado en las auditorías efectuadas por el Órgano Superior de Fiscalización de la Cámara de Diputados, notas y facturas de varias cirugías plásticas que se realizó la esposa de alguno de los directores y que se cargaron al erario público.
De manera más reciente las fotos que sube a las redes sociales la hija del líder del sindicato petrolero en donde está a bordo de un avión privado paseando con sus perros en costosos viajes al extranjero, a cuenta también de la renta petrolera.
Paralelo a estos actos de corrupción, del otro lado se encuentran los accidentes recurrentes de los trabajadores y derrames de combustible al medio ambiente por falta de mantenimiento de las instalaciones.
Por lo tanto no se puede hablar de procesos de privatización sin tocar las estructuras que favorecen la corrupción y en la que se benefician unos cuantos.
Pemex requiere una reforma fiscal que le permita disponer del 15 por ciento de sus ingresos para dedicarlos a la inversión de infraestructura, tecnología y asociaciones estratégicas con otras petroleras. Necesita dejar de ser una empresa cuyo destino lo defina la Secretaría de Hacienda, que la tiene totalmente mermada.
El PRD en su Congreso tiene la posibilidad de sacudirse el viejo nacionalismo planteando con mayor racionalidad nuestra postura del futuro de Pemex, garantizando que ésta sea un beneficio para el país y los mexicanos, y no confundirla con un asunto en donde las emociones se impongan, porque ésa es la peor manera de dejar en la indefensión a los mexicanos que están esperando que alguien hable y luche por sus intereses.
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