El arte como regalo / Ricardo Esquer en LJA - LJA Aguascalientes
21/11/2024

 

A pocos días del “fin de semana más barato del año”, algunos artistas y escritores se preguntan por qué no se ha generalizado la costumbre de regalar obras de arte y libros. Entre las posibles respuestas saltan el bajo poder adquisitivo de nuestro salario, la pobre formación artística de nuestras clases adineradas, la debilidad de nuestro mercado de arte y el rechazo de los creadores a considerar su trabajo como mercancía. Además, siempre resulta muy difícil establecer el precio justo para una obra artística y, con tal de recibir dinero, muchos de quienes buscan compradores terminan por malbaratar su trabajo. Pero el asunto resulta mucho más complejo, porque involucra gustos y hábitos de los consumidores, modas y modelos estéticos, conceptos y usos del arte que alejan las respuestas fáciles o únicas.

A diferencia de un sillón reclinable o un equipo de cómputo, la obra de arte responde a necesidades profundamente distorsionadas o abiertamente negadas por el utilitarismo imperante. Lo prueba el hecho de que durante mucho tiempo se consideró el arte como inútil; actualmente, se acepta que cubre necesidades muy diferentes de las cubiertas por un refrigerador o una lavadora. En la experiencia artística, la finalidad de nuestra relación con la obra está en la experiencia misma, no como con las herramientas y artefactos, que nos sirven como medios para alcanzar fines distintos a los suyos. Obviamente, esto le otorga al consumo artístico una riqueza de sentidos ausente en el de otros bienes.

Se adquieren obras artísticas por varios motivos. Hay quien compra cuadros y libros para recubrirse con el aura de tan prestigiosos objetos; igual que autos y armas, de la mano de algún especialista, el arte permite formar colecciones, cultivar preferencias, disfrazar manías, lo cual incrementa su valor. De ahí que, al lado de los presumidos, están los que consideran las obras de arte como una inversión y las compran para venderlas, de preferencia más caras. Esto aleja definitivamente a cierto arte del gran público, encerrándolo en las bóvedas de seguridad de los ricos y justificando a quienes se niegan a comercializar los productos de su trabajo, o en museos fuertemente custodiados, donde su utilidad social se reduce al mínimo; en tales casos, el valor individual de las obras originales crece y disminuye el de las reproducciones.

Otras disciplinas existen mientras se representan, como el drama y la danza, que pueden registrarse en videos para fines documentales, pero se definen como espectáculos efímeros. Sin embargo, hay obras que adquieren valor al reproducirse, como los libros, la música y el cine, asociados a poderosas industrias que permiten hacer muchas copias de ellas sin alterar sus cualidades artísticas. Esto permite que los productos participen en el mercado, con precios mucho más accesibles que los de una pintura, una escultura o un grabado. Entonces surge el problema de la piratería, que afecta los derechos patrimoniales de quienes participan en el ciclo de producción y circulación del producto.

Aun así, nunca falta quien afirme con legítimo orgullo que no le interesa vender sus obras e incluso mire con desprecio a quienes lo hacen. Cuando se acercan a los circuitos de distribución, estos creadores buscan dar a conocer su trabajo y viven de ejercer otros oficios. Pero siempre habrá quien aspire a vivir de su trabajo, luchando de varias formas para cobrarlo bien. Una gran dificultad para muchos escritores y artistas consiste en aceptar que, por esta vía, las bondades de sus productos sólo pueden llegar a ciertos sectores de la población, donde hay demanda solvente y gusto por el arte.

Ya en 1995, García Canclini escribía que, ante el descrédito de las instituciones políticas, muchos cuestionamientos ciudadanos “–a dónde pertenezco y qué derechos me da, cómo puedo informarme, quién representa mis intereses–, se contestan más en el consumo privado de bienes y de los medios masivos que en las reglas abstractas de la democracia o en la participación colectiva en los espacios públicos”. Así, el ejercicio de la ciudadanía puede tener relación con el consumo de ciertos bienes que, como los artísticos, se caracterizan por expresar una gran riqueza de contenidos y tener un alto valor agregado. Por todo ello, los productos artísticos resultan sumamente adecuados para manifestar sentimientos positivos hacia familiares y amistades. Si el lector acierta en su elección, la persona que reciba el presente recordará ese detalle por el resto de su vida.

Mientras tanto, un poco tristes o bastante irritados, los artistas locales miran cómo la publicidad privilegia otros productos y desplaza las muestras de su creatividad. Los más inteligentes organizan subastas, bazares o exposiciones con venta de sus obras, aunque las fechas no coincidan con las del Buen fin. En otras ciudades, varias librerías, teatros y algunos museos se han sumado a esta iniciativa. Que las promociones despierten el deseo de regalar arte en esta temporada.

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