Cambiar de nombre al país, una ocurrencia para cerrar con broche de oro / Opinión - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

Casi al finalizar esta semana, nos encontramos con una noticia desconcertante, probablemente polémica, pero muy desfachatada.

Nuestro “distinguido Presidente” aún, Felipe Calderón intenta revivir una ocurrencia de 1993, la de cambiarle el nombre al país. Y es que tal parece que se aburrió de escuchar durante la infinidad de eventos públicos el “Estados Unidos Mexicanos”, por lo que ahora, como broche de oro para cerrar su trágica administración, pretende dejarlo solamente en “México”.

Su argumento para distraer la atención pública y la de los legisladores en tan singular asunto es que dicho nombre fue adoptado en 1824 por el Ejército Constituyente y que la realidad es que era emulando al vecino país del norte.

Algún mosco gringo le picó y no le gustó. Tal pareciera que sale de su encargo constitucional resentido con la Unión Americana, pues dentro de la exposición de motivos para presentar su última iniciativa de Ley, pues dice que México es ya una nación libre y soberana, por lo que no necesita emular ni depender de otras, menos en el nombre.

Desde tiempos ancestrales todo mundo le ha llamado como ha querido, sin que ello afectara de manera trascendental su idiosincrasia o desarrollo social. Incluso durante el proceso independentista hubo infinidad de maneras de nombrarlo por los protagonistas históricos de la época, como el mismísimo Miguel Hidalgo, quien siempre se refirió a México como “este reino” o a “esta América”. Por su parte, José María Morelos usó el nombre “América Mexicana”, que además se legitima al escribirse en el Decreto Constitucional de 1814.

Y tal pareciera que ya había priístas de hoy colados en las filas políticas de aquellas épocas, porque en los papeles de los dos dirigentes de la insurgencia hay referencias a los “apáticos mexicanos” o los “cobardes mexicanos”, es decir, a los habitantes de la capital virreinal.

Y bueno, dándole por su lado al argumento de Calderón, consideremos que por azares de la vida los términos “Estados Unidos Mexicanos” y “República Mexicana” les gustaron para mencionar a nuestra patria a los insurgentes de Texas, quienes obviamente se hallaban muy influidos por los estadounidenses, aunque los aferrados del Tratado de Córdoba firmado en 1821 entre el jefe político Juan O’Donojú y Agustín de Iturbide señalaron que “esta América se reconocerá como nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo imperio mexicano”,, ignorando pues así a los que pretendían darle el nombre que hasta hoy, si es que el Congreso no decide otra cosa, conocemos.

Pero bueno, para no desviarnos de la ocurrencia que nos atañe, Calderón finaliza en su explicación para lanzar, a estas alturas de su moribunda administración, que a final de cuentas cuando a algún mexicano nos preguntan nuestro lugar de origen, nadie responde que es oriundo de los Estados Unidos Mexicanos, sino que solamente respondemos a secas, de México.


La realidad es que poco debería preocuparle a Felipe Calderón el nombre del país. México es grande y no por lo extenso de su denominación oficial, sino por la historia, tradiciones, riqueza cultural, natural y social.

Lo que debería de haber cambiado en su momento fueron sus estrategias políticas para dirigir a los Estados Unidos Mexicanos, pues derivaron en nación sangrienta; con las instituciones gubernamentales en crisis; con la crisis alimentaria más severa de la historia; con un endeudamiento arbitrario; desmesurado y peligroso; con más de la mitad de los mexicanos pobres; con una tasa de desempleo trágica; con más de 5 mil niños ejecutados; por los problemas más grandes de drogadicción y alcoholismo de la historia del país; con el rezago educativo mayor a un siglo; y en fin, una serie de malos resultados que deja a una administración entrante disminuida, sin credibilidad y señalada por el fraude, igual que como entró él.

La realidad es que más allá de cambiar el nombre, nuestra atención debería estar enfocada en cambiar el rumbo del país, en focalizar nuestros recursos naturales, económicos y humanos en el progreso sostenido y comunitario de México.

Aunque seamos simplemente “México”, de no transformar nuestras políticas públicas y la conciencia social, poco habremos de avanzar en esta lucha por la independencia real, y la soberanía palpable.

Sería lo de menos llamarnos Calderonlandia, una excelente calidad de vida y un gobierno honesto es lo único que necesitaríamos.

* Presidente del Movimiento Ciudadano


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