Y, sin embargo, se mueve / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
22/11/2024

La impudicia, obscenidad dijeron algunos, que exhibieron los dos principales sindicatos de México, el del magisterio y el de los petroleros, en la respectiva reelección de sus líderes generales, hace pensar en que no basta planchar un terso acuerdo en materia laboral, estrictamente entre los factores de la producción y el pacto constitucional, en tanto perviva el sistema de brumosa opacidad del régimen interno al uso del aparato sindical que sobrevive desde el modo de gobierno postrevolucionario y ha trascendido, no tan sólo al siglo XXI, sino a la forma de gobierno de la globalización y monopolaridad hegemónica.

El verdadero sujeto social arrinconado resulta ser el trabajador, o mejor la clase trabajadora si nos ponemos exigentes respecto de su naturaleza histórica y social. En efecto, las cúpulas sindicales parecen seguir tan campantes, sin que el viento los despeine, mientras sigan produciendo societalmente el efecto mediático de ser los tronantes dragones que defienden su huevo primigenio, con excepcional ferocidad y amenaza de fuego letal contra sus posibles enemigos. El supuesto histórico que subyace a esta demostración de poderío, reside en que estas alineaciones corporativas nacieron con el pacto revolucionario y contribuyeron a constituir una forma de Estado oligárquico, coorporativo de masas y capitalista dependiente; aunque socialmente demostrativo de generosas dotes populares, y por ello con políticas de estado benefactor, de pleno empleo, vocación desarrollista y afán modernizador.

No olvidamos la creación del IMSS para el Apartado A de los gremios trabajadores, del ISSSTE para los trabajadores al servicio del estado, Apartado B; de la Educación básica obligatoria, laica y gratuita, aparejada con el sistema de las normales magisteriales, especialmente las rurales; de los desayunos escolares; del derecho de acceso a los servicios de salud y a la salubridad general; de las protectoras juntas de conciliación y arbitraje; del derecho a causar antigüedad laboral y, por ende, a las pensiones vitalicias al término de la edad productiva. Conquistas que son irreversibles e inalienables para la organización social y, por otro lado, intocables desde el aparato de poder constitucionalmente instalado. Prendas todas ellas de una república soberana, independiente, nacionalista, democrática y progresista. Los imaginantes más conspicuos de México, por ello le apodaron el ogro filantrópico o la dictadura perfecta.

Pues bien, en este México donde no sucede nada, hasta que sucede, ha tenido en los últimos 42 años una legislación laboral, dentro de la cual se pulieron las aristas de las contradicciones de clase, no mediante normas astringentes para contención legal de los sujetos de la producción, sino para establecer un auténtico estado de “laissez faire, laissez passer” al mejor estilo neoliberal, en donde: (¡Gobierno!) no me emplaces a huelga y vota por mí, (¡IP!) no me toques mis márgenes de plusvalía, vulgarmente ganancias; y (¡Organización Obrera!) no te metas en lo interno, no publico ni comparto hegemonía. Y todos amigos, y todos tan campantes, y todos tan gozosamente autosatisfechos. Un pacto genial, política ficción diría el disidente excomulgado. Y luego, un largo ayuno de 12 años de sobre-imposiciones y traslapes de señales, de dominio de los símbolos de poder y la imposición del poder de los símbolos operando bajo la mediación de la cruda y desnuda impunidad general; en donde la verdadera naturaleza de las contradicciones sociales, económicas y políticas se hizo confusa, borrosa, opaca, difuminada.

Ahí donde las derechas son izquierdas y las izquierdas son derechas, los de centro no son ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario (¡¿?!). En verdad un sistema dialéctico de apariencias, de mutaciones instantáneas, de ajustes por conveniencia, de acarreadores de votos, de corifeos del milenarismo.

En este contexto, la transición política en marcha, en el marco de una reforma laboral, pareciera una competencia por verse bien, aparecer mejor y, a pesar de todo, pasar por un diligente agente de cambio histórico de México. Así se ostentan las derechas, las izquierdas y los de centro democrático. Todo puede suceder, pero la actual situación de “la lucha de clases sociales” como diría el análisis ortodoxo, me recuerda la coyuntura política de transición de Québec, Canadá, cuando en el invierno de 1978 entró en disputa pública la estructura gremial de Radio Canadá, y en cuyos amenos y geniales desplantes mediáticos, sus bailarinas estrella al mejor estilo de las “rockets neoyorquinas” coreaban: “Ne touchez pas! Le Budget de Radio Canada! – ¡No toque usted el presupuesto de Radio Canadá!

¿Reforma? Sí. Pero: ¡No toque usted mi autonomía sindical! ¡No toque usted mi cuota sindical! ¡No toque usted mi ejercicio de gasto sindical! ¡No toque usted mi gestión hegemónica de gobierno de la masa obrera! ¡Fuera manos activas de mi soberana conducción del interés obrero!

Al comenzar a escribir estas líneas, pensé en desarrollar un poco el planteamiento inicial de las principales contradicciones inherentes a este juego político de la reforma laboral, pero ello no es posible sin antes declarar el contexto y los pre-textos políticos de la coyuntura actual que la hacen visible. Es curioso que las conquistas democráticas que se exigen “afuera”, allí en la escena política nacional en torno a la transparencia, la rendición de cuentas, el derecho al voto libre y secreto para elección de las dirigencias, la erradicación de la corrupción, etc.; acá, adentro de la estructura organizacional, no apliquen o si aplican, se declaran inviables, irrespirables y por ende no sustentables, porque contaminan el sacro ambiente cupular, por definición invisible, intocable, intraspasable para el simple mortal.

Lo que aguerrida y visceralmente se pregona de engolada manera sobre la Re-pública viviente; se masculla con rechinar de dientes, hacia dentro de la Res-privata del santuario sindical. El grave equívoco que se produce, precisamente por falta de la distinción formal de las contradicciones históricas y genuinamente dialécticas del sindicalismo mexicano, produce la apariencia de una intención perversa de parte de actores políticos de peso para destruir el andamiaje organizacional de los sindicatos, o someterlos al gobierno en turno, o desactivarlos para hacerlos inocuos ante el empresariado dominante, o convertirlos en dóciles sub-sirvientes del capital monopólico mundializado.


Véase por donde se vea, si la estructura del barco nacional se mueve, a fortiori también se mueve su tripulación. No puede haber aguas encrespadas para el uno, al mismo tiempo que hubiera aguas quietas y serenas para el otro. La suerte de uno es la suerte del otro y viceversa. Lo que falta, distinguir para unir, en palabras del filósofo Étienne Gilson. n

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