El tesoro está donde quiera, una patria bien taquera
La frase que enmarca este artículo, se supone que es la respuesta de Cuauhtémoc cuando Hernán Cortés le quema los pies preguntándole por el tesoro del imperio; forma parte de la canción La Valona de la Conquista de Botellita de Jerez (de los primeros grupos que quisieron hacer un rock nacional (guacarock le llamaban) aunque en lo personal se me hace más mexicano el estilo de La Barranca o Real de Catorce). En verdad que nuestra comida es un gran tesoro culinario, no en balde existen declaratorias como patrimonio cultural de la humanidad e incluso se ha creado por la Sectur rutas gastronómicas; sin embargo una parte de ella podría ser la fuente de nuestra gordura nacional. Y es que es cierto, la famosa vitamina “t” mexicana (tacos, tortas, tamales, tlacoyos y sus demás parientes y derivados) han hecho de nuestro país uno de los más obesos del mundo, sólo rebasado por los Estados Unidos. Leía hace unos días una colaboración de Francisco Trejo La otra y más común adicción (La Jornada Aguascalientes, 29 de septiembre del 2012) donde medularmente hace una reseña de los avatares por los que pasa en su necesidad de estar a dieta y hace interesantes reflexiones sobre nuestro literalmente pesado problema de obesidad, incluso propone soluciones extremas para combatir este flagelo nacional, como prohibir los tamaños grandes de refresco. Coincido en el fondo pero no con la forma.
Los efectos de la gordura en nuestro vecino fueron analizados en Super Size me (2004) un documental en el que su propio director es el conejillo de indias: Morgan Spurlock se propone seguir íntegra y exclusivamente el menú de Mc Donald’s durante 30 días, los resultados son desastrosos: sube 13 por cineto su peso y en general se provoca peligrosos daños a la salud. Esta cinta que demuestra los graves efectos perjudiciales de la comida rápida en EUA (base de su alimentación) aunada a algunas demandas de personas excesivamente obesas en contra de estas franquicias, provocaron que la mayoría de los restaurantes de esta naturaleza comenzaran a incluir en su menú comida baja en calorías. En el mundo cinematográfico mexicano tal vez haga falta algo parecido a este documental, una cinta que siga el día a día a un mexicano común y corriente en su enfrentamiento con una alimentación sumamente rica en calorías. Algo cercano a ello son A toda máquina (1951) y Qué te ha dado esa mujer (1952) ambas de Ismael Rodríguez y donde Pedro Infante es un glotón policía motorizado que hace un buen repaso en el transcurso de las cintas de una gama de antojitos mexicanos.
A pesar de que en el tema existen muchas aristas por discutir (como los efectos económicos en nuestros sistemas de salud) me centro en un dilema de carácter jurídico: ¿regular o prohibir? Siempre optaré por lo primero, no coincido con la idea de excluir productos, por el contrario me parece que desde un punto de vista práctico lo único que se provoca con la veda es que sea más atractivo su consumo. Por el contrario, el estado debe establecer políticas regulatorias que permitan inhibir la utilización de insumos que puedan afectar la salud, y entiéndase que mi postura es general, tanto comida como drogas legales como las prohibidas (como justamente comentaba en mi artículo de la semana pasada). Esto es, hacer más complejo su acceso, regulando el consumo de la comida en las escuelas, la publicidad de productos chatarra, crear horarios y lugares específicos para el consumo de drogas (esto incluye por supuesto su definitiva exclusión de su divulgación en los medios masivos de comunicación, como ya sucede con el cigarro mas no con el alcohol) y en general buscando mecanismos que nos permitan transformar los hábitos.
Entiendo el periplo por el que atraviesa mi colega del periódico, desde pequeño sufrí del problema, durante muchas etapas de mi vida he estado a dieta, en la actualidad en mi oficina o punto de engorde (como lo llamaría en Generación X Douglas Copland) he aumentado a 100 kilos con apenas 1.74 metros de altura lo que me exige a la brevedad entrar en régimen. Sin embargo –y a pesar de esto– bajo ningún esquema puedo pensar en hacer prohibiciones tajantes, pues van en contra de la política de derechos humanos en que se enmarca nuestro sistema constitucional que los conceptualiza como universales lo que provoca precisamente que no se admitan excepciones.
Si a pesar de las restricciones, si a pesar de las consecuencias que le puede acarrear, un ser humano capaz y que goza relativamente de su libertad, decide llevar a cabo la ingesta de estos productos, no sólo no se lo podemos impedir, sino que hacerlo nos haría enmarcarnos más en un estado represivo que en uno democrático y liberal.