Lleva usted prisa, como de costumbre, pues se le ha hecho un poco tarde. Quizá no debió dormirse esos cinco minutos más, su propia cama ha vuelto a hacerle la jugada. El problema es que hay mucho tráfico y es realmente importante que usted llegue a tiempo, pues de otra forma no alcanzará estacionamiento ni café, le descontarán la hora y para colmo tendrá que saludar al señor Godínez, su jefe. Ni pensarlo. Motivado por estas grandes razones, en su auto, voltea un poco a la derecha… y luego un poco a la izquierda… no hay moros en la costa, y además, ¿es sólo un crucero, no? Antes de que su conciencia se le adelante, aprieta el acelerador y se pasa el flamante rojo del semáforo. Incluso alcanza a lanzarle un beso a la mujer obesa que se pintaba los labios en el carro de a un lado, y que se ha enfurecido al verlo acelerar. Se siente un poco orgulloso de sí mismo, llegará a tiempo y dejó atrás a todos esos tortuguines que llegarán tarde por no tener las agallas que usted tiene. Dentro de su cabeza suena una cancioncita triunfal.
Aquí tiene otra. Está en casa, cuando percibe un olor desagradable. ¡Oh no, la basura nuevamente, es una colosal montaña! Después de algunos días, debe definitivamente deshacerse de ella. El problema es que afuera hace un día tormentoso, llueve, y usted debe seguir disfrutando su película, entonces decide una vez más resolverlo de una forma práctica, pues los comerciales no durarán mucho. Agarra el montón de basura. La reparte en tres montoncitos, uno lo avienta a la calle, finalmente el aguacero se lo llevará; otro lo arroja al terreno baldío que está enfrente, y una porción más la guarda para su vecino, que todos los fines de semana hace fiestas hasta las 4:00 de la mañana y lo tiene francamente harto, entonces se la echa a la cochera y sale corriendo como niño que timbra y huye. No puede evitar reírse en voz alta, aunque esté solo, ha logrado resolver su problema y vengarse un poco, de su vecino y hasta de la lluvia. Su risa explota al imaginar la cara de imbécil que pondrá el de al lado cuando vea su territorio lleno de basura, a ver si así deja de hacer sus fiestitas. Y lo mejor es que llega usted y el Canal 5 apenas ha dejado de anunciar. Justo a tiempo.
Una situación más. Es usted joven, o recuerda con agrado cuando lo fue. Entra al salón de clase, ve al maestro en el escritorio, a sus compañeros sentados en silencio en su lugar, con cara de penitencia y recuerda como con un efecto cinematográfico de fondo que tiene examen de historia. ¡Oh, no!, ¿cómo pudo olvidarlo? (de haberlo recordado tampoco habría estudiado, total, es historia ¿no?, eso de nada le sirve a nadie), pero habrá que salvarse de ésta. Entonces se sienta usted, lo reflexiona bien y hace lo que seguramente será mejor para el futuro de su vida, y lo que todo hombre cabal haría en su situación: copiar el examen. Finalmente, no es atrapado, y se siente ufano porque tiene usted ese talento para salir bien librado, hacer como que está pensando y voilà, el ñoño del grupo lo ha hecho todo, además fue tan fácil. Al final del día, se reúne con su grupo de amigos, se ríen porque resulta que a todos les pasó lo mismo y le ponen de apodo a su maestro El Cataratas, pues el ancianito no ha logrado atrapar agarrar a nadie en la maniobra.
Permítame acompañarlo en una escena más: está formado en una tonta fila del supermercado. Es larguísima, y sólo hay una caja abierta. Además, hay un montón de viejitos formados adelante y han comprado puras cosas inútiles. Está desesperado porque lleva prisa, entonces ve usted la oportunidad perfecta. Una anciana que camina muy despacio hace un corte pequeño en la fila y usted decide meterse en el pequeño hueco que se ha formado. Al cabo ninguno de los ancianos dirá nada. Cuando llega al frente de la fila, la cajera, que está cansada, le da cambio de más, y evidentemente no se lo regresa; los justo es que la empresa pague por todo el tiempo que lo hicieron estar de pie, ¿no?, y usted se siente feliz porque ha conseguido aventajarse al dos por uno en un pequeño rato. Ahorró tiempo, le pagaron la mercancía y hasta le dieron para el taxi de regreso.
No sé si usted ha vivido alguna de estas situaciones. Me atrevo a decir que efectivamente ha sido así en la mayoría de las experiencias de los mexicanos. Si se sintió identificado, se rió o simplemente recordó que hizo algunas de las cosas que por ejemplificar aquí se mencionan, no le pido que deje de reírse. Le pediré algo más. Completaremos los escenarios, ¿qué pasó cuando se fue de la “escena del crimen”? Porque permítame desmentirlo, el mundo no se detiene cuando usted no está, sigue girando, y las cosas siguen el cauce normal que comenzamos.
Si es de los que gustan pasarse el rojo, probablemente deje atrás algo más que tortuguines y mujeres a las que es divertido hacer enojar. Probablemente deje un accidente, a lo mejor sólo es un pequeño golpe, a lo mejor hasta hay muertos. Quizá provoque un embotellamiento y hará que lo que no quería para usted ocurra con todos los demás conductores. Probablemente varias personas terminen teniendo un pésimo día gracias al estrés. Quizá todas estas posibilidades son más remotas, pero hay algo que sin duda deja a su paso: un pésimo ejemplo, de los peores y es contagioso. Usted es un agente infeccioso para su sociedad, pues no falta el aturdido que siga sus pasos, que vea que es más fácil hacer eso, pasarse el rojo.
De la basura, ni qué decirlo, lo supo desde el principio. Cuando la tire en la calle, ésta bloqueará la alcantarilla, contaminará, hará de su ciudad un lugar tan pestilente como estaba al principio su casa y terminará por agravar el problema. Al arrojarla al terreno, hará igualmente de su propio espacio vital un lugar enfermo, hostil, sucio. Y peor, cuando se fue bailando de risa de la cochera de su vecino, jamás pensó en la agresión que esto significa. Probablemente su vecino dedicó una parte importante de su día para asear su casa y ahora deberá hacerlo de nuevo. No pensó en lo humillante y desagradable que es recoger desperdicios de otras personas, además él sabrá que lo hizo usted y una relación malsana terminará por dividirlos.
La opción de copiar en el salón de clases lo perseguirá por el resto de su vida, lo que sucede es que hemos desarrollado un cajón en la conciencia para guardar todas aquellas cosas que, según nosotros, merecen la etiqueta de “cosa sin importancia, por lo tanto, el delito es pequeño”. Aquí probablemente no ocurra ninguna consecuencia jamás para nosotros, a lo mejor obtendremos un mejor empleo, pasaremos hasta el doctorado con calificaciones “suficientes”, no seremos cuestionados por nadie, nos volveremos profesionales. Pero el vacío moral que queda dentro será monstruoso, si algún día se atreve usted a abrir ese pequeño cajón y ver la clase de cosas que guardó allí, se dará cuenta de que ya no solamente hay exámenes, sino que cada vez se atrevió a archivar cosas más deshonestas. Empezó con un tonto acordeón, terminó con fraude, corrupción, engaño, arribismo, y Dios y usted saben qué más. La conciencia es demasiado flexible, así es que le recomiendo cuidar los detalles.
Y en la última, usted se mete en la fila y se queda con el dinero que no era suyo. ¿No es eso robar? ¿No es robarle tiempo a la gente y para colmo conseguir que la cajera que pasó todo un agotador día de pie para ganar unos cuantos pesos tenga que pagar por el descuido que usted astutamente aprovechó? Si es de los que piensa “ay, yo no soy honesto porque nadie es honesto conmigo, cuando me pasa a mí, nadie me regresa el dinero”, lo invito a pensar dos cosas: primera, hacer las cosas bien en una recompensa por sí mismo, y segunda, por gente que piensa así se crea una larguísima cadena de decadencia, nadie la terminará, y esa cadena que usted empieza es la que le devuelve sus acciones. Por favor no espera a que cambien los demás, empiece por usted.
¿Le molestan los actos ajenos? Piense en los propios. ¿Le molesta su gobierno? Ellos salieron de las mismas calles que usted, con su misma mentalidad, merece un gobierno que piensa igual a usted. ¿Le molesta que las cosas no funcionen bien? Recuerde que el orden de la existencia se altera desde los detalles. Y piense además que nuestros actos son una ola expansiva, lo invito a salir un poco de su burbuja. Nuestros actos no crean consecuencias sólo para nosotros, cada cosa que hagamos caerá en todos los que nos rodean.
Ahora que conoce el poder de sus actos imagine invertir la balanza, hacer las cosas bien. Eso también es una ola expansiva, y creo firmemente que ésta es infinitamente más poderosa.