Dentro de mis muchas manías negativas, está mi tendencia a embarcarme en tareas nimias y casi imposibles a las que dedico tiempo y esfuerzo en demasía; lo peor es que no sólo lo hago en el plano personal, como puede ser en la busca del amor verdadero, sino que incluso en la política soy capaz de enrolarme en semejantes empeños. Así, como integrante de la élite ilustrada del PRD, o sea la exigua minoría que sabe leer y escribir de corrido, pasé algunos años intentando construir una agenda económica de “izquierda moderna”, que lo mismo sirviera para construir una propuesta de campaña que ante la eventualidad de un triunfo, permitiera guiar la conducción económica hacia otros derroteros… ¿necesito abundar que fracasé?
Los mayores obstáculos fueron las “escuelas económicas” ya consolidadas en el PRD, derivadas de los orígenes de sus integrantes: los variopintos marxistas y los “nacionalistas revolucionarios” de extracción priísta. Con los marxistas, en teoría debía ser más sencillo razonar, pues si se presumen “dialécticos” el intercambio de ideas debía ser para ellos fundamental; el problema es que la mayoría no llegó a esa clase, se quedaron en la repetición de consignas y dogmas, casi todo aprendidos de lecturas apresuradas del “Marx para principiantes” de Rius.
En consecuencia hechos como el derrumbe del bloque soviético por sus contradicciones internas no les causaba ninguna inquietud ni les estorbaba para repetir críticas al capitalismo replicadas por maá de 100 años; ni qué decir que la evidencia empírica que un proletario “explotado” de cualquier nación capitalista vivía muchas veces mejor que un obrero liberado de la exacción de plusvalía de Europa del este, no pasaba por sus sensores. Y si bien Marx construyó el mejor estudio de capitalismo de sus tiempos, esto fue hace más de 150 años, cuando apenas dejaba la acumulación originaria y se encaminaba a la mecanización, proceso que no alcanza a comprender muy bien y lo lleva a postular su más cuestionable tesis: la depauperación absoluta del proletariado, condición sine qua non para la revolución proletaria. Ni les preocupa que el proletariado nunca hubiera encabezado ninguna revolución, salvo el breve episodio de la Comuna de Berlín, para seguir repitiendo denuestos, cuando más añadiendo el “neoliberalismo” al capitalismo genérico. Estudios como Marx’s revenge de Lord Meghnad Dusay no pasaron por su biblioteca, cuando más dejaron de incorporar a la “socialización de los medios de producción” a su recetario, pero fueron incapaces de proponer alternativas al denostado “capitalismo de libre mercado”.
Mucho peor era el diálogo con los ex priístas, pues aparte que son más, tenían en su acervo el éxito del “Milagro Mexicano”, las décadas de crecimiento sostenido de 1940 a 70; cuando las tesis del “desarrollismo latinoamericano” fueron la base de la política económica del Estado Priísta. En el contexto de la crisis de los 30, surgen tesis Keynesianas que proponen un camino al desarrollo capitalista para Latinoamérica con base en medidas como la construcción de una industria “protegida” del exterior, con mercado interno asegurado e insumos subsidiados, transferencia de valor del sector agrícola a las actividades modernas, control de divisas, etc. que ante la coyuntura de la segunda guerra mundial resultan aún más exitosas produciendo décadas de crecimiento y estabilidad en precios. Pero cuando las condiciones económicas internacionales cambian, las medidas exitosas se vuelven disfuncionales y contribuyen a la ampliación de desequilibrios que estallan en los 70 y 80 con la crisis de la deuda externa a la que sólo se encuentra salida gracias al modelo de economía abierta. De este conjunto lo que más extrañan priístas y ex priístas es el concepto de “rectoría económica del Estado”, que para ellos significa que la economía se maneja en Los Pinos, muy coherente con la Presidencia Imperial; así asumen que variables económicas como salarios, precios, tipo de cambio, incluso inflación, se determinan por decisión política y no por las denostadas “fuerza del mercado”. Ningún análisis económico los podrá convencer que fueron las arbitrarias decisiones presidenciales en este terreno las que convirtieron una situación complicada en catastrófica y están totalmente dispuestos a intentarlo de nuevo; de hecho el “modelo alternativo” obradorista no es más que una reedición de estas políticas fallidas: nuevas dosis de Keynes zona 4 con populismo latinoamericano, una apuesta perdedora segura.
La nueva división del PRD y la izquierda en general no ofrece ningún espacio nuevo para la revisión del tema: las filas obradoristas se aferrarán a su simple recetario económico, donde un sector productivo protegido del exterior genere los recursos para redistribución generalizada, un esquema de “todo incluido” donde la productividad y competitividad ni siquiera sean consideradas, a semejanza del socialismo “bolivariano” con la pequeña diferencia que el excedente petrolero venezolano es muy superior macroeconómicamente que el nacional, por tanto antes de un año estaría haciendo agua la nave económica nacional. No es mejor la propuesta del sector que se presume de “izquierda moderna”, pues si bien quiere presumir de nuevo lenguaje y forma, aún no tiene una base teórica económica, por ahí oyeron el término “economía social de mercado” de la socialdemocracia alemana, pero como no han leído el texto siguen repitiendo lo mismo dogmas nacionalistas en defensa del petróleo que denuestos al capitalismo que siguen sin comprender. La única buena noticia es que al menos en el corto plazo no tiene ninguna fracción posibilidades de ser gobierno…