La “invención” de Posada por Víctor M. González Esparza - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Dice Víctor M. González Esparza que “en su ciento cincuenta aniversario Posada requiere revisarse”, sobre todo debido a que “el nacionalismo revolucionario cultural terminó por fundir su originalidad en lugares comunes”. A esa tarea, cuyo último propósito es fundamentar “la modernidad del ‘mito’ Posada”, dedica González Esparza estas líneas, que completan la primera entrega del homenaje que este suplemento rinde a José Guadalupe Posada.

Posada, en México, tiene ya una dimensión de símbolo”. Así lo comentó Juan Rejano en el centenario del nacimiento de Posada en 1952, decretado el “Año de Posada” por el entonces gobernador de Aguascalientes Edmundo Gámez Orozco. Pronto el símbolo adquirió relevancia internacional, de tal manera que ahora en su 150 aniversario Posada requiere revisarse para llegar a comprender plenamente su importancia.

Porque a José Guadalupe Posada le ha sucedido lo que a Ramón López Velarde en la poesía o a Manuel M. Ponce en la música: se ha “vulgarizado”, no en términos de que la población se lo haya apropiado sino en el sentido de que el nacionalismo revolucionario cultural terminó por fundir su originalidad en lugares comunes. En este sentido, es necesario conocer la “invención” de Posada, es decir, regresar al contexto que le dio valor y significado a uno de los grandes grabadores mexicanos.

El origen del mito

Si bien Posada anticipó, mas no celebró, el horror provocado por la revolución, su obra y persona se convertirían en símbolo nacional. Jean Charlot lo descubrió y Diego Rivera lo inmortalizó al reconocerlo como el artista revolucionario por excelencia.

Al igual, que el “primitivismo”, la recuperación de las formas primitivas en el arte, el “popularismo” fue una de las principales fuentes del arte posrevolucionario mexicano. Posada, al igual que los exvotos o los códices prehispánicos, se integraron al arte vanguardista mexicano, otorgándole autenticidad y legitimidad a las nuevas formas.

Por otra parte, Posada simbolizó “lo popular” por antonomasia, en un proceso de deslinde entre lo indígena y el pueblo mexicano que, por otra parte, daría fundamentos a la visión de México como un país mestizo en donde el Pueblo es representado, de acuerdo al propio grabado de Posada, como la fusión de lo indígena y el trabajador, agobiado por el hambre y los cacicazgos.

“Muerte al atardecer, vende”

Más allá de las calaveras y la representación del pueblo, Posada fue un ilustrador de la “nota roja”, por ello la frase de Charlot al “inventar” a Posada: “Muerte al atardecer, vende”. A partir de estos grabados, Posada ilustra los desastres naturales y los miedos sociales, pero también la violencia cotidiana de la sociedad mexicana, generada por las tensiones propias de la desarticulación del mundo rural y las transformaciones modernizadoras de las ciudades. Destacan por ello sus grabados en donde se cuestiona la violencia, por ejemplo la que provocan algunos manifestantes, pero en particular la violencia que por momentos aparece sin rostro o representada por un gran y pesado caracol en el zócalo, la propiciada por la dictadura.


Si bien Posada no es el crítico de la dictadura que los grabadores de la Gráfica Popular reconocieron, la veta política se encuentra desde su formación original en el taller de José Trinidad Pedroza en Aguascalientes, lo cual se expresa en sus “primicias litográficas”, además de ser el motivo de su cambio a la ciudad de León, Guanajuato, en el año de 1872. La prudencia con la que trataría la crítica política, que no abandonaría, marcaría sus posteriores trabajos.

La llegada al taller de Antonio Vanegas Arroyo en la ciudad de México detonó la creatividad y originalidad de Posada, a través de una práctica común de los impresores: ilustrar las hojas sueltas en donde se informaba de los casos raros (vgr. la mujer que se divide en dos mitades o el cerdo con cara de hombre), de los demonios que azotaban a la población en una crítica social saludable, de los dramas de la miseria (vgr. la ira, la avaricia, etcétera), de las posibilidades del amor, en fin, de las calaveras que le han dado a Posada un lugar especial en la historia social del arte y que nutrieron las vanguardias de la primera mitad del siglo pasado. De tal manera que los miles de grabados de Posada aún siguen alimentado, no obstante su aparente obsolescencia, la imaginación de diversas propuestas artísticas incluso más allá de las fronteras nacionales.

La danza macabra de Posada

Peste en el campoSe ha insistido frecuentemente en que las calaveras de Posada tienen su origen en las calaveras prehispánicas. Esta interpretación tiene su raíz en la simplificación que hiciera Rivera al decir: “En México han existido siempre dos corrientes de producción de arte verdaderamente distintas, una de valores positivos y otra de calidades negativas, simiesca y colonial, que tienen como base la imitación de modelos extranjero… La otra corriente, la positiva, ha sido obra del pueblo, y engloba el total de la producción, pura y rica, de lo que se ha dado en llamar ‘arte popular’… De estos artistas el más grande es, sin duda alguna, José Guadalupe Posada, el grabador de genio.”

Este tipo de visiones han influido en la apreciación de la obra de Posada, al tratar incluso de encontrarle ascendencia en el mundo prehispánico. Sin embargo, a diferencia de las calaveras mesoamericanas que están vinculadas a la inmortalidad (véase Paul Westheim), las calaveras de Posada son más bien un gesto irónico sobre las desgracias de la vida, en el mismo sentido que la “danza macabra” de Holbein frente a las plagas y hambrunas de fines del medioevo, inicios quizá de un pensamiento moderno en donde el humor y la ironía juegan un papel central.

José Guadalupe Posada nace en un año (1852) marcado por el “cólera chico”, una crisis más de subsistencias, de epidemia y hambruna que agobiaron a la población de Aguascalientes durante todo el siglo XIX. Este vínculo entre la obra de Posada y las crisis de subsistencia poco se ha realizado, pero sin duda la infancia de Posada en un antiguo pueblo de indios cercano a la ciudad de Aguascalientes estuvo marcada no sólo por “ese terror a las sombras” o a lo sobrenatural, de acuerdo al grabador Díaz de León, sino también por el terror y, como una forma de transgredirlo, por las ironías frente al mundo de los muertos.

El arte macabro está vinculado estrechamente al mundo moderno, a la conciencia individual y a la libertad creativa, que integra la ironía y el sarcasmo no sólo ante la muerte sino también frente a las diferencias sociales y a las tragedias personales o colectivas. De ahí la modernidad del “mito” Posada.

Publicado original en La Jornada Semanal el 3 de febrero de 2012


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