Se acercan los días para el cambio de gobierno federal. Los temas de agenda se posicionan: Gobernabilidad (tema que discutimos la semana pasada), Reforma Laboral, Contabilidad Gubernamental, etcétera. No obstante, en los últimos días de septiembre, el Presidente electo, recibió en manos de instituciones académicas y de investigación, la Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación, lo cual, de entrada, ha servido para acumular otro tema en la discusión de políticas públicas: la inversión en Investigación y Desarrollo Tecnológico (I+D).
México es un país que, medido a través de su inversión, ha mostrado poco interés en este rubro. De acuerdo a datos del Banco Mundial, el gasto en I+D apenas alcanza un 0.37 por ciento del PIB. Países similares como Brasil o Uruguay invierten el doble, e incluso llegan al 1 por ciento (como es el caso del primero). Esto nos permite inferir que la tendencia, en los países en vías de desarrollo que han mostrado un crecimiento considerable en las últimas décadas, cada vez se va orientando más a potenciar el desarrollo endógeno apostándole a la innovación tecnológica.
Así pues, el planteamiento principal de la Agenda es aumentar la inversión. La idea es que se aumente la inversión anual en este rubro, durante el sexenio, a más del 15 por ciento. Si bien esto representa un aliento para los que creemos que la I+D es fundamental para aumentar nuestros niveles de productividad a nivel país, también es importante destacar que no sólo importa el monto, también importan los mecanismos y la articulación que se genere entre este rubro y el educativo, gubernamental y el de comercio exterior.
Recientemente, en un artículo de corte académico de El Trimestre Económico (*), Maurice Shiff y Yanling Wang encuentran que la interacción entre la educación, la política comercial, la gobernabilidad y la inversión en I+D aumenta considerablemente en mayor proporción la productividad de un país, en comparación con intervenciones aisladas en estos factores. Es decir, el capital humano, la gobernabilidad, la I+D, y la política comercial se complementan, sobre todo en una región como América Latina; así, una mejora en cualquiera de estas variables aumenta el incentivo para mejorar las demás, ya sea de manera individual (capital humano) o mediante las reformas (pendientes), en educación, gobernabilidad y comercio.
En efecto, lo anterior insta a generar círculos virtuosos de las políticas públicas.
Este argumento valida lo que se discutía en la entrega pasada. Es momento de articular las políticas públicas a un lineamiento. Conjugar el crecimiento exógeno (comercio exterior) y el crecimiento endógeno (educación, capital humano) en aras de un desarrollo sostenible. En aras de un desarrollo inclusivo.
De acuerdo a las últimas cifras, México ha mostrado una tendencia en su crecimiento económico (ojo, crecimiento no desarrollo) por encima de un país como Brasil. País que invierte más de 1 por ciento del PIB en I+D. ¿Qué podemos esperar si nuestros gobernantes se la juegan, y deciden aumentar la inversión en I+D de una forma gradual de aquí a seis años? Sería una irresponsabilidad anticipar mejores rendimientos a los de Brasil. Otros factores inciden. ¿Pero qué acaso considerarlo no es un pilar más del México que quisiéramos construir?
La trascendencia de la innovación y el desarrollo tecnológico como factor de desarrollo dependerá del consenso que exista entre los actores políticos y los actores que responden más al lado técnico, al lado riguroso. México ya no es un país que requiera de un recetario tecnócrata para todas las decisiones de política, pero tampoco es un país que pueda seguir al mando de las ocurrencias de los políticos. México es un país que requiere de los dos agentes, y que su discusión lleve a mejores decisiones para el bienestar de la sociedad.
(*) Schiff, Maurice, y Y. Wang (2012). “La difusión de la tecnología relacionada con el comercio entre el norte y el sur, Círculos virtuosos de crecimiento en América Latina”. El Trimestre Económico, vol. LXXIX (2), núm. 314, abril-junio, pp. 289-309.