La pregunta de por qué México no crece retumba desde hace ya un par de décadas en la mente de muchos. Empresarios, principalmente, pero también amas de casa, trabajadores y estudiantes quisieran saber qué pueden esperar a futuro en este país. La gran incógnita no ha podido ser respondida razonablemente por los académicos que forman las legiones de jóvenes que formarán parte de la población desocupada en cuanto dejen los libros. Pero tampoco los políticos han sido capaces de responder y por lo mismo, han carecido de propuestas para enfrentar la paradoja que representa ser dirigentes de un país que es puesto como ejemplo de disciplina económica en los foros económicos y financieros del mundo y a la vez ser cada vez más criticados, vilipendiados y despreciados personajes en su propio país por no responder a las demandas más sentidas de la población.
México no ofrece las oportunidades de ocupación y empleo de calidad que dicen ofrecer los políticos. No refleja en bienestar social y económico el enorme costo que ha significado llegar a ser uno de los países mejor tasados por las calificadoras internacionales de crédito. De ser de los mejores y más cumplidores deudores ante la banca internacional. De ser aún importante receptor de inversión extranjera y aún más importante importador de todo tipo de mercancías, las necesitemos o no. De hecho, ésa es nuestra desgracia: para conseguir calificación del crédito, ser excelentes pagadores y receptores de empresas que sólo nos compran mano de obra pagada como trabajo “no decente”, nuestros políticos nos han hecho sacrificar lo primero: el empleo.
El fenómeno –la paradoja– lo explican financieros y economistas formados en nuestras escuelas de economía que, menospreciando a las escuelas europeas de ciencia económica –austriacos y marxistas incluidos–, adoptaron como única verdad la de las escuelas de Harvard, Chicago, MIT y demás versiones del enfoque financiero y monetarista, que vuelve a ser privilegiada mediante los premios Nobel de Economía 2012.
México, para empezar, carece de economistas en las altas esferas de gobierno con formación filosófica de enfoque humanista. El pragmatismo estadounidense ha convencido a nuestros gobernantes que para el crecimiento mexicano, sólo se requiere agilizar el crédito bancario y eliminar todo tipo de barreras –burocráticas, de infraestructura y de corrupción– para recuperar la capacidad de crecer y generar empleos.
Si bien esto es condición necesaria para el crecimiento, no es suficiente. Los economistas que egresan de nuestras universidades, la mayoría de universidades privadas patrocinadas por alguno o varios de los monopolios nacionales o extranjeros, son formados para ver como preponderante el aspecto monetarista de la integralidad económica. A éstas se les distingue porque tienden a llamarse “escuelas de negocios”. Èstos se regodean entre las ramas y no ven el bosque. Ven como problema los efectos y no su origen. A diferencia de otras escuelas de economía que consideran esta ciencia como el mecanismo para generar el bienestar generalizado y no amplias ganancias de negocios para unos cuántos.
Haciendo valer el siguiente símil, es como si alguien asegurara que para tener un jardín rozagante, se requiere sólo un buen equipo de riego y todo tipo de herramienta para podar, sembrar y limpiar. Bajo esa lógica, el dueño de un predio no dudaría en abastecerse de todo este equipamiento para tener un bonito jardín. Seguramente la tienda proveedora elogiaría públicamente al propietario del jardín en su papel de consumidor. Y le daría premios, le pondría como ejemplo. Para ésta, lo que se haga en aquel jardín, es sólo cuestión de negocios.
Puesto ya todo el equipamiento en el jardín, el dueño, para quien el objetivo es hacerlo florecer, se daría cuenta de que de nada le habría servido la inversión si el vecino resulta ser, casualmente, propietario de la tienda proveedora de artículos para jardín y además consume toda el agua para regar del vecindario. Faltaría además un buen jardinero, sin cuyo trabajo de nada sirven los equipos –el capital– y es, como bien afirman los filósofos economistas comenzando por el “temido” Carlos Marx, el único factor de la producción que puede aportar valor.
A los economistas con visión de negocios les resulta difícil ver el panorama completo al no contar con referentes históricos y filosóficos que otorga un enfoque humanista. De nada sirve un buen sistema crediticio si el país es consistentemente privado de recursos y no se valora al interior de sus fronteras al trabajo. Nuestro país, que se ha visto acotado y condicionado durante varias décadas por los lineamientos del “Consenso de Washington” impuesto por la banca internacional, además de ser un cumplido servidor de lo que interesa al capital en detrimento del valor que se le otorga al trabajo de los que aquí vivimos.
Decepciona ver cómo en convenciones, foros, artículos y libros, aquellos economistas del neoliberalismo monetarista y pragmático en negocios, nunca pueden diseñar un plan para hacer que nuestro país pueda crecer. Replicando el modelo miles de veces a través de políticas públicas erradas por partir de diagnósticos equivocados y/o incompletos, los sucesivos gobiernos desde hace tres décadas se empeñan en quedar bien con los dueños del capital, en ignorar la expropiación continua de la riqueza que realiza la banca y en despreciar cada vez con mayor enjundia al trabajo. Si, como promete el próximo gobierno, se continúa por esa misma senda, como un jardín sin agua y sin jardinero, aunque cargado de equipo, el país continuará sin opciones para el crecimiento y desarrollo. n
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