Educación, conflictividad y el proceso permanente de la democracia / Borrador de futuro - LJA Aguascalientes
23/11/2024

T odo problema público requiere de discusión, soluciones y consenso. Efectivamente, la calidad educativa en nuestro país desde hace mucho tiempo que ocupó el lugar primordial como problema a atender.

Empecemos por la discusión: la calidad educativa es baja. Solución: el Gobierno Federal lanzó una Reforma Curricular orientada, según su diagnóstico, a mejorar la enseñanza de los profesionales de la educación (normalistas). Consenso: no hay. Pero sí existe conflicto. Hace más de un mes, estudiantes pertenecientes a las ocho escuelas normales de Michoacán se han manifestado en contra de esta Reforma.

Uno de los principios metodológicos básicos es que una misma solución no es generalizable. México es un país con una alta diversidad socioeconómica y cultural. Ergo, ¡El contexto importa! Y por ende era de esperarse esta conflictividad.

En una conversación que se dio en el año 2011, acertadamente Carlos Fuentes discutía con Ricardo Lagos (ex presidente de Chile 2000-2006)  sobre la omnipresencia del cambio, de la crítica. El escritor señala: “la más exitosa de las sociedades tiene problemas o los va a tener, porque el éxito engendra sus problemas también y si te duermes en tus laureles…” Ricardo Lagos interrumpe: “Te lleva la corriente”…Carlos Fuentes arremete: “¡Te va a llevar la chingada! (…) Hay que saber que va a haber problemas, que hay que ir más allá”. Esto último es por demás importante.

Así es. El proceso democrático urge de problemas, requiere de conflicto. La filosofía política es contundente. El conflicto es el espacio vital de la política, lo que se traduce en esa incesante lucha contra toda racionalidad (statu quo) que engendrará nuevos escenarios de renovación institucional.

Aterricemos. Para ello, me permito formular supuestos.

Supongamos que el objetivo del Gobierno Federal es mejorar el rendimiento académico, fortaleciendo la preparación del docente (pilar fundamental en toda mejora educativa). Asimismo, supongamos que la manifestación de los estudiantes normalistas es honesta, y que sus argumentos efectivamente responden a una necesidad de adaptar el aprendizaje a la realidad indígena de la zona michoacana. ¡Bienvenida la discusión de fondo!

Ante este par de “fuertes supuestos”, los dos están obligados a salir a la calle a defender sus argumentos. Lo mejor de todo: por fin estarán obligados a discutir sobre educación.

¿Más inglés? ¿Más Tecnologías de la información? ¿Y la respectiva identidad cultural?  Esto es un debate que los normalistas y el gobierno deben resolver en un marco de rigurosidad argumentativa, de proyectos, de iniciativas. De nada sirve la fuerza pública. De nada sirven los oportunistas que cierran calles y protestan con otros fines muy distintos a los de fondo. Esto es un conflicto sobre educación, es una oportunidad de cambio. La política y la innovación institucional requieren de estas coyunturas, y los agentes están obligados a defender con garbo sus posturas con el único fin de transformar la realidad, de contribuir al avance educativo de este país.


La democracia es un proceso permanente que se fortalece con la conflictividad, con el disenso.

En fin, el conflicto no es malo, es crucial en nuestro desenvolvimiento institucional. La esperanza es que mi supuesto no sea totalmente utópico, que al final lo que verdaderamente importe sea la educación. Ojalá. n

A José Luis Romo Ruelas, mi sobrino. ¡Bienvenido!

 

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Recomendación y referencia bibliográfica.

Carlos Fuentes y Ricardo Lagos (2012). El siglo que despierta. Edición de Juan Cruz, Ed. Taurus, México D.F.


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