Capitalismo… ¿irremediablemente? / Opinión - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

 

Si no están prevenidos ante los medios de comunicación, éstos los harán amar al opresor y odiar al oprimido.

Malcolm X

Casi coincidiendo con la caída del Muro de Berlín, una vez que las izquierdas en el mundo se vieron desplazadas y debilitadas, el capitalismo con el camino libre volvió a fortalecer su trasfondo antisocial y destructor. Y aunque es cierto que la izquierda cometió errores contra sí misma durante el siglo XX, también debe reconocerse que por primera vez en la historia del hombre, la civilización, en general, logró alcanzar y vivir durante ese siglo principios de libertad e igualdad nunca antes vistos.

Hablar de izquierdas en México es muy complicado. Todas han perdido el camino como en el resto de los países, pues su principal preocupación se centra en la sucesión política dejando de lado las reflexiones ideológicas y las prácticas sociales verdaderamente importantes. Sin embargo, lejos de servir únicamente como justificación democrática de la derecha, la izquierda es, en esencia, “un conjunto de posiciones políticas que comparten el ideal de que los seres humanos tienen todos el mismo valor, y que son el valor más alto”, según lo explica el sociólogo portugués Bouaventura de Sousa Santos. En sus reconocidas Cartas a las izquierdas, el autor explica que izquierda es todos aquellos “partidos o movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo y la homofobia, y a toda la ciudadanía que, sin estar organizada, comparte los objetivos y aspiraciones de quienes se organizan para luchar contra esos fenómenos. Es un público muy amplio, sobre todo porque incluye a quienes llevan a cabo prácticas de izquierda sin considerarse de izquierda”.

Consideremos, de entrada, que el capitalismo concibe a la democracia como un instrumento de acumulación, que es amoral y que no considera el valor de la dignidad humana. Por esta razón, el Estado –hoy en día y tras cuatro décadas de apogeo capitalista– demuestra su absoluta pérdida de capacidad para atender los problemas sociales. Ello se debe a que las democracias han transferido gran parte de sus prerrogativas y deberes a los mercados financieros, o sea, a los grandes inversores. Es decir, la función vital del Estado de proteger a sus ciudadanos contra fuerzas extranjeras e internas, crímenes y riesgos colectivos; la de garantizar legítimamente la promoción del bienestar; y la de asegurar la reproducción de recursos para desempeñar sus otras funciones, se encuentran hoy en vilo, dependientes de los intereses de los dueños del dinero.

La opinión pública dictada por los medios de comunicación que no son otra cosa, en muchos casos, que empresas con fuertes intereses económicos y nula responsabilidad social, inculca nociones neoliberales para generar entre la población ideas y actitudes a modo. Por ejemplo: 1) se dice que no existe la responsabilidad colectiva, sino la individual; esto es, que lo que cada ciudadano logre depende de sí mismo y no de la sociedad; 2) la lógica de tributación del Estado, donde a mayores ganancias, mayores impuestos se deben pagar, es injusta, por lo que el Estado y las entidades deben basarse en el crédito y no en la recaudación de impuestos para obtener recursos (aunque con ello los Estados asfixiados limiten su autoridad y acción social); 3) la existencia de bienes públicos (educación, salud, alimentos) y estratégicos (agua, energía, comunicaciones) no es rentable, y por ello es una limitación ilegítima al derecho al lucro privado; 4) el Estado es siempre ineficiente y autoritario, su fuerza coercitiva es hostil al consenso y limita la libertad de los empresarios quienes son los “generadores de riqueza”, por lo que su lógica debe sustituirse por la lógica corporativa de los distintos sectores; 5) la filantropía es buena ante las condiciones de pobreza extrema, las cuales son inevitables; además, la solidaridad ciudadana es algo exagerado e innecesario.

Con este panorama donde imperan los poderes fácticos, el neoliberalismo ha generado en la población una cultura de miedo, de sufrimiento necesario y de muerte. Nos sume en la trampa de creer que la esperanza es vana frente a una realidad que por más injusta o cruel que sea es la única que existe: “el miedo en la espera mata la esperanza en la felicidad”.


Ante esto, no cabe la posibilidad de seguir agachando la cabeza. Las realidades son susceptibles de ser transformadas. Pero para ello debe oponerse una izquierda ciudadana informada y consciente, que asuma con convicción que la realidad es la suma de todo lo que existe, lo cual incluye aquello que emerge como posibilidad y que está en lucha por concretarse. En la riqueza del pensamiento humano, en la profunda valoración del hombre, en la crítica fundamentada y en la oposición ante la injusticia debe radicar nuestro entusiasmo como ciudadanos de izquierda en lucha por lograr mejores condiciones de vida.n

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