¿De qué va la ética? Es la pregunta inicial con que Fernando Savater abre su original libro: Ética para Amador. Esta muy castellana expresión no tiene un fácil equivalente en el habla latinoamericana o de México, pero pude acercarse mucho a: ¿A qué le tira la ética? O ¿cuál es el chiste de la ética? En la España contemporánea existen modismos como éste que incluyen el verbo “ir”, por ejemplo, “ir de marcha” para significar: irse de juerga, irse de reventón, agarrar la fiesta, ir al antro… etcétera.
Filósofo, escritor muy versátil y comunicador muy prolífico, Fernando Savater es un pensador en continua acción: “La acción no es una capacidad optativa de los humanos, sino una necesidad esencial de la que depende nuestra supervivencia como individuos y como especie”, así lo dice en el capítulo “Incertidumbre y fatalidad”, de su libro El valor de elegir (2003). De modo que el dilema no consiste entre actuar o no actuar, sino en decidir cómo y para qué actuar. Y esto bajo el supuesto fundamental de que las mujeres y los hombres “no estamos determinados ni programados instintivamente de tal modo que podamos dispensarnos de actuar (…). Tenemos bastante dónde elegir a la hora de obrar, pero no podemos optar entre elegir o no, entre actuar o no actuar en términos generales, concluye el propio autor.
La esencia de nuestro ser humano, racional e inteligente con el poder de decidir mediante la voluntad, es fundante de nuestra libertad. Sin ella somos nada, con ella somos todo. Y por eso el mundo se nos atraviesa en el camino como un perpetuo problema, el que tenemos que resolver. Nada está escrito o predeterminado. Yo tengo que decidir, yo tengo que determinar de qué va mi vida; o para decirlo en habla vernácula ¿a qué le tiro con mi vida?
Es evidente que enfrentamos una gran incertidumbre. Pero ése es precisamente el carácter distintivo de nosotros como seres humanos. El régimen de libertad, el espacio de la libertad. Por ello, no decidir nos ahoga, nos constriñe, y al final nos deprime. Nos puede arrinconar en la negación de la opción vital. Empujar al suicidio. Parafraseando a Jean Paul Sartre, si mi esencia es la libertad, cuando la vida ya no tiene sentido, puedo elegir terminar con ella. Este helado pensamiento nihilista nos ilustra con toda suficiencia sobre la importancia del régimen inteligente, racional y voluntario que implica mi libertad. Sí, vivimos para decidir y decidimos para vivir.
Este pre-curso de mi reflexión presente, me conduce al pretexto de recuperar de mi memoria vital dos instancias de aprendizaje que sin duda marcan el camino de mi vida. Y ambas experiencias concluyen con una misma persona, el doctor Miguel Concha Malo, sacerdote dominico y catedrático, que cuenta con una larga trayectoria de más de 30 años en el estudio y pasión militante por los Derechos Humanos. Para mayor referencia, es el asiduo autor de una columna sabatina sobre esta precisa materia, de La Jornada, desde su propia fundación hasta la fecha.
El contexto de nuestro encuentro personal, en los años 70, fue precisamente la asignatura de Ética Social y otras materias relativas a la Teología Dogmática e Histórica, con un interesante y fuerte acento en la Teología de la Liberación. El primer vestigio de aprendizaje sobre ¿a qué le tira la ética? Se evoca en mi memoria en la carne de un principio inteligente fundamental, que no permite evasiones, frivolidades ni autoengaños: “Todo punto de vista es la vista de un punto”.
Generalmente, en toda discusión o debate sobre no importa qué materia tratemos, aflora la visión o el enfoque personal que tenemos sobre un problema, y que normalmente se contrasta, a querer o no, con la visión del otro con el que debatimos o discutimos. Cada una o uno de nosotros tenemos, acaso sin saberlo o tenerlo claro y evidente, una “visión del mundo”, es decir, un enfoque particular sobre la pretendida realidad que apasionadamente percibimos y defendemos. A la hora de la controversia, nos invade una pretensión de certidumbre inamovible: ¡Las cosas son así! Como yo digo, como yo opino, como yo defino. Y no pueden ser de otra manera. Y, así, muy ufanos declaramos nuestra verdad inobjetable. Por ello entramos en conflicto.
Dicen los clásicos como Benedetto Croce, lo que colorea o matiza nuestra comprehensión de la vida y de la realidad, es la “visión del mundo” que tenemos, es decir, nuestra “cosmovisión” personal, y ésta generalmente se convierte en la ética que adoptamos como propia, que al final se manifiesta como una “ética militante”, un repositorio de principios y valores que modaliza nuestro ser y actuar.
El capitalismo en su fase neoliberal y globalizante es un ética militante, como el conservadurismo republicano, el liberalismo demócrata, el nacionalismo revolucionario, la opción por la revolución democrática, el movimiento juvenil #YoSoy132 es una ética militante.
Lo que tenemos que aprender y asumir a la hora buena de decidir qué hacer es aceptar con toda claridad y explicitud que nuestro punto de vista, al final es “la vista de un punto”. O sea, lo que yo argumento y defiendo con absoluta convicción como la “visión del mundo” válida para todas y todos, es un punto de vista que, al final, es la vista de un punto. Es decir, es relativo. A lo mejor me puede sacar de la incertidumbre para decidir y actuar; pero no es un absoluto, obligatorio para todos; es una visión relativa que puedo compartir con los demás, y asumirla como un espacio para compartir y para decidir, en libertad. Este principio inteligente, es sin duda una marca en mi historia de aprendizaje vital y que comparto felizmente y en paz con el doctor Miguel Concha.
El segundo principio vital que es fundador de ética, para mí genuina ética, verdadera y objetiva, es el principio que esta semana, el mismo padre Miguel Concha acaba de exponer, con motivo de un aniversario más de la Defensoría de los Derechos Universitarios de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, y que hizo explícito al decir: el principio que debiera ser transversal a toda ocupación y especialidad profesional, dígase universitaria o social en general, es el de la Dignidad de la Persona Humana, y ésta en el contexto de la crisis moral generalizada de la civilización actual. Que, por ahora, someto a su reflexión.