En nuestro país, la tradición ha consagrado fórmulas para la promoción cultural y artística que parten de supuestos sobre el público, la obra y el artista que ya no corresponden al presente. Las relaciones entre estos elementos –y los elementos– del proceso artístico han cambiado desde que suponían una actitud pasiva en los receptores, la obra como algo concluido y el lugar privilegiado de su productor en la definición del sentido de dicho proceso. Expresar estos cambios en formas innovadoras representa uno de los retos de la promoción cultural y artística. Sobre todo a partir de dos fenómenos relacionados entre sí: la ruptura de las fronteras entre el arte y el resto del campo cultural, que han separado al primero de la vitalidad colectiva hasta convertirlo en un juego absurdo, un acto gratuito y arbitrario; y la incorporación del trabajo artístico al desarrollo económico.
Actualmente, la promoción cultural arrastra rezagos de la época del mecenazgo oficial; al mismo tiempo, muestra cambios evidentes, especialmente por parte de los públicos. Concretamente, la promoción empieza a correr por cuenta de ciertas organizaciones civiles y aparecen las primeras empresas culturales, con o sin apoyo gubernamental. Los grupos sociales se organizan para solucionar nuevas necesidades, generadas por su propio desarrollo y no atendidas por el gobierno. Los más organizados consiguen apoyos oficiales, sobre todo de gobernantes atentos a la ciudadanía y abiertos al diálogo con sus gobernados.
Entre nosotros, los bicicálidos ejemplifican este tipo de esfuerzos, con todo y lo que sus rodadas puedan molestar a los conductores impacientes que deben cederles el paso en las congestionadas calles de nuestra ciudad. En el campo artístico, tenemos a las asociaciones civiles La Musa y A Escena, dedicadas a la formación de públicos y a la difusión de las artes escénicas, especialmente la ópera y el teatro. También funcionan los centros culturales independientes Tercera Llamada y Al Trote, así como numerosos establecimientos donde se imparten las diversas disciplinas artísticas. Otras poblaciones del estado registran manifestaciones de inquietudes similares; por ejemplo, en Pabellón de Arteaga opera el Foro Paarteaguas, que organiza tertulias literarias, proyecciones de cine y otros actos culturales. Falta mucha información sobre el asunto; ciertamente, estos grupos representan una parte aún muy pequeña de la población, que tiene pendiente la tarea de organizarse.
Lo importante estriba en que los públicos abandonan su actitud pasiva y asumen un rol protagónico en los procesos artísticos. A través de organizaciones dedicadas a la promoción determinan algunos contenidos de las obras, de acuerdo con los intereses colectivos en temas como prevención de la violencia, discriminación, adicciones, educación sexual, ambientalismo, referidos a la comunidad a la que sirven aquellas organizaciones. Desde cierto punto de vista, puede decirse que la apreciación social de las obras responde a criterios extra artísticos, determinados más por lo que está en el ánimo de la gente o de los artistas que en las obras. Sin embargo, en lugar de cancelar la cuestión de la autonomía del arte, esta participación del público la plantea en términos artísticos.
En efecto: al profundizar sus vínculos con la realidad inmediata, el arte puede cumplir de mejor modo su función crítica, producir una realidad más humana, más plena de sentido que la primera, en su propio lenguaje. Para los artistas, uno de los grandes retos sigue siendo la conservación de su autonomía creativa; el otro consiste en la profesionalización de su trabajo. Ambos exigen un dominio magistral de técnicas y procedimientos específicos y mucha creatividad, y encuentran un obstáculo común en la idea –todavía demasiado extendida– de que no remunerar el trabajo artístico lo preserva contra la sucia realidad. Algunos enfrentamos estos retos como emprendedores, con proyectos empresariales que introducen nuevas prácticas profesionales y contribuyen a mejorar las existentes en el trabajo artístico.
Los artistas queremos participar en el mercado a partir de la experiencia acumulada en años de práctica individual y con la formación adquirida en el primer diplomado en industrias culturales, realizado con apoyo del ICA y la SEDEC. Participamos en el 8° Foro PyME, con un local donde ofrecimos los servicios de la primera integradora de empresas culturales en el estado. Así, el interés de los emprendedores en desarrollar empresas culturales crece en el contexto de políticas públicas de fomento empresarial. Asimismo, recientemente formamos el Frente de creadores de las artes y las letras, de gran interés para la alcaldesa Lorena Martínez.
Pero muchos supuestos que en Aguascalientes sustentan la tradición de apoyo a la cultura separan al arte de su dimensión económica, lo consideran improductivo y lo condenan a depender del subsidio oficial. Debe decirse que los responsables de las políticas económicas locales necesitan actualizar sus enfoques, enterarse de la creciente importancia de la cultura en relación con el desarrollo. O dejar el puesto a quienes sí entienden los retos de la innovación.