Para Marce, en nuestro primer año de casados.
erá que en cuanto sentimientos o en su medida de conceptos primarios, que son cuasi-imposibles de definir, que amor y la felicidad no son objetos del derecho, no existen en ninguna normatividad ya sea local o internacional. Salvo los casos (como lo comentábamos en la columna del 3 de julio del 2011) de las leyes de educación que sí prevén de manera explícita inculcar en los alumnos el amor a la patria y las leyes de acceso a las mujeres de una vida libre de violencia que más que regular el amor, se encargan del desamor y sus consecuencias. El punto medular es que la norma no nos prevé que como seres humanos tengamos un derecho a amar y a ser felices ¿son estos derechos humanos o en realidad estados de ánimo que no vale la pena o no pueden o no deben ser preceptuados?
Los derechos humanos son la esencia fundamental del hombre, desde esta perspectiva su naturaleza no está relacionada con una concreción o entidad corpórea como tal, sino con una idea que se materializa en el hombre, como un ideal a perseguir y sobretodo como una mínima necesidad para que el ser humano subsista en este mundo material; pensemos por ejemplo en el derecho a la libertad de expresión, el derecho a las preferencias sexuales; todos derechos sin un sustrato per se, no determinables; sin embargo existen como derechos del hombre.
Lo más cerca a una regulación en la materia es la resolución 66/281 emitida por la Organización de las Naciones Unidas sobre el derecho a ser feliz. Dice el señalado instrumento internacional que se reconocen “la felicidad y del bienestar como objetivos y aspiraciones universales en la vida de los seres humanos de todo el mundo”, el mismo declaró como día de la felicidad el 20 de marzo. Propuesto por Bután, la idea del reino asiático es muy interesante, mientras la mayoría de los países miden el bienestar de su población con índices materiales, específicamente el Producto Interno Bruto, propone cambiar a la idea de Felicidad Bruta Interna, es decir qué tanto son felices los habitantes de un país, la felicidad y el amor no siempre están relacionados con el bienestar material, todos lo sabemos. En esta materia siempre pienso en el personaje de Perfume de Mujer, que aunque en cualquiera de sus versiones es realmente interesante, sin lugar a dudas la belleza de la italiana (Profumo di donna, 1973) filmada por Dino Risi e interpretada pasional, conmovedora y sobretodo desgarradoramente, por el grandísimo Vittorio Gassman, me parece que supera con creces, pese a las grandes calidades histriónicas de Al Pacino, a su remake Scent of a Woman (1992).
Fausto (Gassman) es un pobre militar que quedó ciego debido al estallido de una granada, su vida transcurre entre placeres materiales, principalmente el alcohol y las mujeres, y un perenne enojo con el mundo y con la vida. Para auxiliarlo de vez en cuando los mandos del ejército le asigna un cadete; el muchacho en turno descubre un viejo amargado, prepotente y demasiado hablador, de hecho su papel de simple lazarillo se transforma en un contacto con la realidad, que le obliga incluso a buscar prostitutas para el viejo. En su compañía emprende un viaje de Turín a Nápoles para encontrarse con un amigo del capitán que también es ciego. Durante el trayecto la cámara se convierte en la forma como el ciego veía las diferentes ciudades, la bella Italia (aun no tan turisteada como en la actualidad) que filma el fotógrafo con gran maestría, una cintra imperdible para los amantes de la cultura del país de la pizza y el vino tinto.
El capitán no es feliz, rehúsa el amor, una joven que está enamorada de él es rechazada sistemáticamente, pero no porque no la ame, sino porque se siente una paria, no merece este amor. En compañía de su amigo ciego intenta suicidarse pero falla, el miedo lo paraliza, la trama cierra el nudo y el viejo al final decide por el amor. Quitemos la fantochada tan aplaudida del Ferrari conducido por un ciego, el romántico (en su sentido más cursi) baile del famoso tango de Gardel Por una Cabeza y el remake de Al Pacino se acerca mucho a su similar italiana.
El amor y la felicidad como derechos, qué cosa más intrigante y profunda, qué miedo a encasillar en las trampas del derecho a algo tan complejo y tan necesario en las sociedades de nuestra época. Como en el amor, como en la felicidad, como en el caso del capitán de Profumo di donna, debemos considerar, sin muchas meditaciones, al amor y la felicidad como derechos primigenios, tal vez incluso sólo por debajo de la vida.
El amor y la felicidad, como derechos inalienables, son el pretexto perfecto para agradecer a mi esposa Marce por la feliz familia que en conjunto con nuestro hijo, hoy 17 de septiembre, ajusta un año de comenzada. n
rubendiazlopez@hotmail.com