Toros / Puyazos - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Una detonación escandalosa, de altos decibeles y con mensajes destructivos, irrumpió la madrugada del jueves 26 de julio en los adentros de la histórica casa número ciento diez de la rambla céntrica Rivero y Gutiérrez de la capital de Aguascalientes.

El 45 por ciento del arrogante y generoso cuerpo del edificio sufrió la intempestiva metamorfosis a escombros y así, de tan mala fortuna para dolencia de muchos, el planeta de la cultura de la región se anudó moñas de luto.

Esta rancia casona, bautizada como Terán, albergaba un centro cultural fabuloso, provisto de café en el que hacían madriguera personajes extraños, filósofos renegones, jugadores empedernidos de ajedrez, escritores rebeldes, representantes de izquierda, fumadores furiosos, lectores enajenados y muchos individuos, que para el general de la sociedad parecen desgajados y repelidos por su propia estructura. Igualmente contaba con librería en la que se podían comprar títulos de los más diversos e interesantes temas, así como discos y revistas, que por su género y año de edición no se hallan en ningún establecimiento comercial. Apuntalaban una pequeña pero cómoda sala de cine y una videoteca decorosa en tamaño y soberbia en contenido, y una sala de fondo en donde cada jueves, al apagarse el sol, y como consecuencia lógica encenderse las luciérnagas artificiales, se proyectaba el sentimiento de muchos artistas –de verdad– locales que hacían el deleite de quienes entienden la música como dimensión del alma y no como manifestación ruidosa de ordinarios sentires.

Faltaba, al entrar y rebasar la frontera del vasto zaguán que concluía con un cancel nacido en forjas del ayer, la galería en cuyos muros, artistas diversos podían comunicar al público sus dimensiones a través de sus obras.

Y los sábados, en los dos patios se “tiraban” libreros viejos, de esos de la legua que en papel de gitanos sin destino buscan tianguis para ofrecer sus originales y vagas mercancías. Revistas, folletos, carteles, fotos, discos y hojas huérfanas por igual, coqueteaban desde el piso enladrillado a los regocijados compradores.

Entre el espectro fabuloso de impresos se asomaban frecuentemente publicaciones taurinas…¡no faltaba más! Si de por sí su escasa presencia en las librerías que expenden las novedades les da atractivo, en lo usado los volúmenes taurómacos cobran enérgicamente el estigma de lo romántico. Ahí justamente se enriqueció la pequeña biblioteca taurina que posee para sus descendientes el que esta hoja firma.

Queda el bálsamo de que el Gobierno estatal hará válido el seguro millonario que ampara lo que quedó de este inmueble cultural e histórico. Se imprimieron notas oficiales que dan esperanza de que se reconstruya con sus originales trazos.

Y ya se tiene archivado el legajo de los contratos para que el México taurino acoja como huésped al estilista de Chiva, Valencia, Enrique Ponce quien quizás este 2012 y parte del incierto 2013 tenga sus últimas actuaciones como matador de reses de lidia.

Se dice que una de las arenas que pisará es la de la plaza rosa monumental de Zacatecas, cuidad águila de piedra balaceada, igualmente el viejo y gigantesco coso de las ladrilleras, y otras que por su puesto no sean la monumental de la perla tapatía, no se de que ahí le resulte imposible hacer valer los vicios sistematizados, dividendos de su inclinación hacia las comodidades excesivas.


Historia es y clasificado está: Ponce tiene biografía de figura del toreo; sin embargo ese nivel no necesariamente observa hilos vinculares con lo que pudiese ser novedad, renovación y fresca aportación a la fiesta. No para esta serie que ya se le propuso. Su conocida y reconocida tauromaquia, o a lo que la ha inclinado en los últimos tiempos, es el adormecido y vivo ejemplo de un espectáculo que temporada tras temporada va encaminando sus pasos al destino de un concepto muy diferente; sin drama, sin tragedia, sin bravura, sin temperamento y sin arrebatos. Casi sin sangre o sin la posibilidad palpitante de que mane. Modernismo tedioso, necio, sofocante; embriaguez sin cruda, sexualidad sin orgasmos, serpientes sin veneno, tormenta sin centellas, mar sin olas, puñal sin filo, mujer sin caprichos.

Sí, por otra cara, pleno de estilismo, delicadeza, estética abandonada de la sensación de pesares y geometría adivinable.

Igual en actitud precautoria; el artista no se compromete, pese a tener delante animales de mínima presencia y casta. Sus trasteos, plásticos y extensos, los plantea en terrenos que por tanta distancia se ahoga en su espacio la emoción que da el riesgo; ello bien disimulado, maquillado, discretamente hecho. Como tal vez ningún otro diestro pueda lograrlo.

Pierde su utilidad en el mundillo de las cábalas la figura de los videntes y adivinas con pañoleta en la cabeza. Sabido está y se da por hecho que el paisano de los Barrera estoqueará encierros a gusto –“teófilos”, “de la mora”, “bernaldos”, “san isidros” y demás chuladas–. Lujo que se da sin reservas, contando con el entreguismo, vasallaje y caravanas de “ganaderos” y “empresarios” que lejos de proponer proyectos para salvar y fortalecer la tauromaquia nacional y crear ídolos, perezosamente prefieren pagarlos a precios de importación y a costa del honor de la misma.


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