“Nemo docet quod non sciet”
A todos nos ha pasado la experiencia no grata (en la mayoría de los casos) de contar con un profesor o profesora que no cuenta con los requisitos sine cuanon para impartir determinada materia. Sin embrago, se paran frente al alumnado con la certeza de traer la lista en mano, “ahí radica su poder”, mismo que les da seguridad frente a su vergonzosa ignorancia de la materia en cuestión. Hasta quienes somos o fuimos alumnos irregulares nos damos cuenta. Finalmente, está en el propio alumno aprovechar o no a los buenos maestros, el papel de maestro se ha señalado se obtiene frente al alumno
Quiero imaginar que ser catedrático implica un compromiso moral de constante preparación intelectual, pero ¿qué es lo que hacen ante tal compromiso estos simuladores? Gran parte de ellos, primero, buscan perder el mayor tiempo posible al inicio de clase hablando de cualquier sandez, para eso algunos sí son expertos, pero otros, hay que decirlo, ni para eso sirven.
Cuando deciden empezar la clase, estos “profesores(as)” optan por leer lo que traen consigo, muchos incluso sin entender lo que están leyendo. Procuran que el alumnado haga el menor número de preguntas y de ser posible que ni pregunten. Buscan entre una lectura y otra, que los propios alumnos desarrollen los temas que se van tratando con ejemplos que a veces son poco claros, puesto que el alumno está viendo por primera vez el tema. En suma estos pseudomaestros pervierten y generan un clima donde la materia en sí pierde credibilidad.
Las pocas veces que se animan a intervenir dejando a un lado su “material de apoyo” escupen ignorancia pura, hablan como si dominasen el tema cuando sólo le dan vueltas a palabras cargadas de muletillas que poco abonan al conocimiento y profundización en el tema.
En palabras de Maestro Burgoa Orihuela estos “magister dixit” no tienen los conocimientos jurídicos, históricos, sociológicos y políticos, cito textual: “Sin estos requerimientos, la exposición temática y los planteamientos problemáticos en cualquier curso son susceptibles de provocar el aburrimiento del alumnado y de causar la disminución de aprendizaje, máxime si el expositor adopta como método de enseñanza la mera lectura y el solo dictado de textos escritos de cualquier índole”.
Una característica común en estos personajes es ser explosivos y dejar trabajos inconmensurables, piensan pues que a mayor número de alumnos no aprobados su desempeño es mejor. Lo peor que les puede pasar a estos “profesores” es ser cuestionados por alguno o algunos de sus alumnos, ahí sí, este alumno se vuelve enemigo acérrimo del profesor ya sea por evidenciar su falta de preparación o ponerla en riesgo frente a los demás compañeros.
En el caso particular de la carrera de Lic. en Derecho, por ejemplo, haber estudiado esta licenciatura con una carga de 50 o X número de materias no significa por ende tener la capacidad o la sapiencia de impartirlas todas. De hecho, existe otro factor clave, no tener gusto o amor por la materia, sin este requisito se vuelve todavía más incomprensible que existan “porfesores” que tengan el atrevimiento de impartir materias que desconocen y repudian. Todo esto, dice Burgoa, es causar un daño moral a sus alumnos y a sí mismos.
No se trata sin embargo que se dejen de lado las herramientas tecnológicas que hoy se nos presentan, se habla más bien de contar con maestros que cumplan a cabalidad tres requisitos que Burgoa señala claramente; inteligencia, talento y vocación. Que los alumnos por moral propia no permitamos la llegada a la aulas universitarias de estos pseudoprofesores y quienes queramos ser maestros (as) cuando digamos la soberanía de la nación sepamos cuando menos qué es soberanía y algunos de sus conceptos filosóficos e históricos, etc. n