Día con día los mexicanos nos levantamos esperanzados en que las cosas tiene que cambiar y que por fin los engranes de progreso y desarrollo integral serán echados a andar.
Sin duda alguna México tiene todo, absolutamente todo para crecer, desafortunadamente también tiene todo para retroceder. Tenemos un freno de magnitudes bíblicas, pues están generando un apocalipsis social con afecciones irreversibles: la mezquindad en el sistema político.
Tenemos más de una década con las reformas estructurales en la congeladora de San Lázaro y en el Senado de la República. Legislaturas han pasado sin pena, ni gloria, de hecho con más pena que gloria. Pocos y casi nulos han sido los actores políticos que le han entrado en transformaciones trascendentales para fortalecer la economía y bienestar del país.
Todos los presidentes de la República a su paso por Los Pinos han convocado a todos los partidos y legisladores para entrarle a hacer esos cambios. Sin embargo, las negociaciones siempre tienen intereses personales, los grupos de poder predominan y los de siempre salen bien librados, quedan “bien” en sus partidos y poco gastados. Mientras al país, se lo lleva el diablo.
Necesitamos en esta agonizante situación que se destraben los asuntos importantes. Esos que van encaminados a fortalecer a México, esos cambios que hagan que todos paguemos impuestos; que se incremente la producción petrolera y que sus beneficios escurran para todos; que mejore la justicia y que la procuración sea base de la recuperación de la paz y eliminación de la violencia; que se reduzca el costo del aparato burocrático; la modernización del marco laboral; es mucho pedir pero sería el primer paso para salir del estancamiento, increíblemente son temas al alcance de la mano, que han sido inmovilizados por la falta de voluntad de quienes han llegado al poder los últimos años. El mismo Ejecutivo y los estados tienen a su alcance facultades para hacer de México una sociedad más equitativa.
Hoy sólo el 20 por ciento de la población se queda con el 50 por ciento de la riqueza. Del 20 por ciento más pobre de la población, apenas se toca con programas sociales y ven de regreso sus impuestos el 5 por ciento. La injusticia es gigantesca. Muchos de estos están en el campo y sobreviven con mil 500 pesos mensuales, que tienen que ser suficientes para familias de hasta 10 integrantes.
Este sector tiene infinidad de enemigos y amenazas latentes. Estos últimos 2 años ha sido la sequía. Aunque las semanas anteriores ha llovido en gran parte del territorio nacional, hace 2 años trágicamente se anunciaba la sequía más severa de los últimos 30 años, con más de 320 mil hectáreas de cultivo devastadas. Para este 2012, al cierre de julio pasado, el Gobierno federal informó que este fenómeno había arrasado en un año al menos un millón 400 mil hectáreas de cultivos y se habían perdido 60 mil cabezas de ganado.
Este problema ha quedado en el olvido, pues han sido tiempos electorales y de conflictos partidistas, olimpiadas y partidos de futbol, entre otras distracciones. Sin embargo, el tema de desabasto alimenticio es una tragedia y el costo de recuperación es incalculable. Simplemente, ya no hay que comer.
El Consejo Nacional Agropecuario prevé que se desencadene a escala mundial un desabasto de alimentos, lo que provocará un incremento considerable en los precios y eventualmente un efecto directo en la inflación, por supuesto, México sería el más asolado por la falta de políticas y marcos regulatorios enfocados a controlar estos problemas.
El futuro de los próximos 20 años en cuestión alimentaria va a depender de lo que se haga el próximo año. México tiene que elevar de forma rápida su producción si quiere combatir este problema que será un efecto internacional. Para esto necesitamos apoyos, pero nadie ayuda al campo, incluso durante la reunión pasada del G20 fue un tema fundamental de las discusiones pero en el país no se ha vuelto a dialogar. En el caso de la banca comercial el apoyo es nulo, y sólo existe financiamiento a las grandes empresas con tasas de interés de 14 por ciento. Por su parte, el gobierno mexicano se distrae en cualquier cantidad de tarugadas sin importancia, pues ni siquiera el 60 por ciento del presupuesto otorgado a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación se usa en el desarrollo rural para la activación del campo.
La necesidad de cambios ni siquiera es un capricho de los jornaleros o de los partidos de oposición. El cambio climático está modificando rápidamente las necesidades hidráulicas y lo que se produce. No es fortuito que los países ricos ya pusieran como prioridad en su agenda la atención inmediata de este tema.
En México el reto es elevar la inversión en el campo y hacerlo de manera directa y bien direccionada, sin corruptelas ni ocurrencias. Según el gobierno de los Estados Unidos de América, para el 2018 México será el segundo importador de granos y el tercero de productos cárnicos a nivel mundial. Es alarmante cuando vemos la falta de interés gubernamental, pues asombrosamente hoy apenas se invierte en el campo 0.6 por ciento de todo lo que se eroga en la economía nacional al año y ha ido cayendo, pues en el 2003 la inversión era del 0.8 por ciento.
Y aunque hacemos fiesta nacional cuando anuncian espectacularmente que los extranjeros vienen a México a invertir, la realidad es que la inversión extranjera directa en el sector agropecuario es de sólo 0.2 por ciento del total.
Nuestros números en este tema frente a los del mundo son ridículos y para dar pena. El valor agregado por trabajador es de 2 mil 700 dólares, contra Argentina que está en 10 mil dólares, los de Estados Unidos que andan en los 41 mil dólares, o los de Francia que alcanzan los 44 mil dólares y apenas tienen 129 tractores por cada 100 kilómetros cuadrados, contra Estados Unidos que posee 270, o Japón 4 mil 500 tractores por cada 100 mil kilómetros. México en todo su territorio apenas tiene 238 mil tractores y el 60 por ciento ya rebasó por 15 años su vida útil.
Somos una caricatura en materia de desarrollo agropecuario, el consumo de fertilizantes en México es de apenas de 70 kilogramos por hectárea, mientras que en Chile es de 300 kilos por hectárea.
Es urgente que tomemos medidas de corto y largo plazo para que México sea productor y no un mal comprador. Las reformas estructurales de las siguientes administraciones del Ejecutivo y el Legislativo deberán ir enfocadas en atender el severo problema de alimentación y de abandono del campo, porque el reto de los siguientes años será que no habrá que comer.
Ya no podemos seguir distraídos en cuestiones banales y egoísmos políticos. México requiere ser atendido de fondo, pues ya estamos a un paso de que nos lleve la tiznada, más todavía.