Para Alfonso, mi amigo
Para Alfonso, mi amigo
Casi termina, por fortuna, un sexenio oprobioso y nefasto donde los haya para la vida de la República, que fue encabezado por un “político profesional”. Un panista “de cepa” decían sus interesados promotores.
Muchos en cambio, sólo vimos a un pequeño cínico vestido de legalidad, a un distinguido kakistócrata (diría Granados Chapa), que deshonró durante todo su desempeño (pues aunque haya entrado como los ladrones, literalmente “por la puerta de atrás”, igual protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución General de la República y las leyes emanadas de ella, téngase presente) su profesión y el cargo de titular del Ejecutivo. Un indudable enano de la política que todavía se da el lujo de llamar “pigmeos” a los derrotados del 2 de julio impuestos precisamente por ¡él mismo!
Un político mezquino y rencoroso que jamás pudo ni supo legitimarse, dada su más que dudosa “elección”; dominado por su rencor a los disidentes, su irresponsabilidad, su autoritarismo claramente antidemocrático, así como sus excesos, corrupción y entreguismo a las mejores causas trasnacionales.
Este pequeño señor y su camarilla dejan un país incendiado y en grave tragedia humanitaria, con más de 50 millones de pobres y más de 50 mil muertos en hechos violentos relacionados con el crimen organizado; con una concentración escandalosa de la riqueza que se cuenta entre las peores del mundo y que nos permite tener a la vez al hombre más rico del mundo y a pobres como los de Haití o Mali, además de una criminalidad desbordada y una crisis institucional que toca en mayor o menor medida a lo que queda del estado mexicano, que sin duda atraviesa por uno de los momentos más difíciles de su vida como nación independiente.
Porque nos ha dado sobradas muestras sexenales de que los problemas de los ciudadanos de este país a él lo tienen sin cuidado. Aparte de los gasolinazos mensuales, –llevamos ocho de 36, votados dócilmente a propuesta suya por los diputados federales del PRI y del PAN–; los mexicanos tenemos que soportar, por ejemplo, el aumento descontrolado de los precios de los alimentos, pues resulta que después de décadas de desmantelar el campo mexicano, ahora comemos a precios internacionales pero con salarios del tercer mundo, arroz chino, huevos de malasia, frijol peruano o maíz de Sudáfrica ante nuestra triste y peligrosa incapacidad social de producir lo que comemos.
A ello habrá que sumar la ausencia de inversión privada y pública en todos los sectores prioritarios de la economía, el mediocre crecimiento y la peor distribución del ingreso, entre los peores de Iberoamérica, así como la falta de empleo salud o espacios educativos de calidad y suficientes. Tal parece que el único sector económico donde la carencia no se manifiesta es en el alto nivel gubernamental de los amigos y socios del panista de cepa.
Luego está el gravísimo problema de la inseguridad generalizada: Nuevo León, Michoacán, Chihuahua, Guerrero, San Luis Potosí o Zacatecas, por citar los últimos sucesos que arrojan 391 ejecutados en lo que va del mes de agosto de 2012 según Milenio. Porque la seguridad pública es una tarea y responsabilidad fundamental de cualquier gobierno serio, como evidentemente no lo fue el de este pequeño hombre. Así, la desastrosa “guerra” declarada a tontas y a locas, que no hace sino incidir en decomisos y la captura o cuestionables asesinatos de criminales que pronto son sustituidos por otros, se ha revelado como un mero afán fallido y un distractor, pues probado está que ni disminuye el flujo de enervantes disponibles en el mercado, ni tampoco frena la violencia creciente.
Ni las protestas estudiantiles, ni los rechazados de las universidades, ni los mineros, electricistas, maestros o indígenas, y ni siquiera el regreso del PRI a Los Pinos, parecen quitarle el sueño a este pérfido señor y a su camarilla de impresentables.
Pero en el país feliz del titular del Ejecutivo federal hay menos muertos por la violencia, menos ejecutados, justicia expedita para los mineros de Coahuila, los niños de la guardería ABC, las muertas de Juárez, los 79 migrantes de San Fernando o los más de 60 mil muertos, y desaparecidos y desplazados a lo largo y ancho del país.
Y todavía así insiste el presidente en meter mano en el PAN para intentar “recomponerlo”; como si ese partido, y no el nefasto gobierno encabezado por él, fuese el principal causante de la derrota electoral que los barrió el 2 de julio y los lanzó desde el gobierno hasta la tercera fuerza electoral del país. Pero en cambio, en actitudes que lo pintan de cuerpo entero, el presidente de la República sonríe, le canta las mañanitas a su esposa, bromea con sus colaboradores, twitea felicitando a nuestros deportista olímpicos, y aduce cifras en materia de seguridad que sólo él y sus cercanos viven, pero que son ajenas a la mayor parte de los mexicanos, porque sobrevivimos día a día entre la inseguridad, la pobreza, la exclusión, la discriminación, la recesión y la falta de oportunidades. Ya se ve entonces por qué muy pocos mexicanos vivimos en el país feliz de Calderón.
Éstos son algunos de los rasgos destacados del Nerón mexicano. Pero a diferencia del original, mientras México se incendia, éste ni siquiera aprendió a tocar el arpa.
@efpasillas