Los Molinos de la Mente / Cuando la política es igual al abuso - LJA Aguascalientes
15/11/2024

La cultura mexicana, quizá como producto de haber sido una sociedad conquistada y sometida históricamente, contiene dentro de sus valores un terrible mal: el abuso. Todo pueblo que ha sido sojuzgado por otra nación, desarrolla, ante la impotencia de la ocupación y la dominación, formas y maneras culturales que le permiten lidiar con la invasión. La más común es la instauración de un sistema de burla y engaño hacia los represores, una suerte de código secreto entre los sometidos, que de esa manera llevan a cabo pequeñas venganzas contra la tiranía. Un ejemplo de este fenómeno cultural es el “albur”, un lenguaje que contiene una doble significación y que pretende hacer mofa de quien no maneja el significado de este doble sentido, de esta dual orientación, con las que algunas palabras son impregnadas para representar un lenguaje paralelo que se diferencia del común.

Otra forma verbal de resistencia es la designación de nuevos nombres despectivos, como gachupines, franchutes o gringos. Pero además de las formas verbales con que los sumisos llevan su cautiverio, otros valores culturales se encarnan en la sociedad. Específicamente me refiero a la validación tácita y también explícita en engañar, robar, timar o desorientar al opresor. La práctica de todo acto en contra del poder reinante y en el detrimento de la hacienda del tirano, se vuelve entonces un acto heroico y loable, digno de admiración y de festejo. El problema en nuestra cultura es que la opresión comenzó desde tiempos prehispánicos, y cuando no fue Tula, fue Tlaltelolco, Texcoco o Tenochtitlán; a este hecho hay que añadir 300 años de ser Colonia Española; y, por si poco fuera, hay que recordar que los propios españoles habían sufrido la ocupación árabe en su territorio, por lo que tenemos una cultura mexicana que se fue cargando, alimentando, nutriendo de valores poco deseables ante la figura del poder. El dominador, el tirano, el conquistador, el ocupante, en dos palabras, aquel que detentaba el poder era culturalmente el enemigo. Toda vez que el país se independizó y se liberó del yugo español tuvimos el problema de que quienes intentaron llevar las riendas del país, acostumbrados a viejas costumbres y vicios asentados, fallaron al no poder hacer un verdadero cambio social, y su intento quedó restringido a repetir el mismo modelo político que no produjo cambio real, ni en la situación de la población ni el orden social. La independencia únicamente colocó a nuevos opresores en el poder, ya no españoles, sino mexicanos. La sociedad continuó su relación desagradable y desfavorable con, y ante el Estado Político, y en realidad nada cambió. Quien ganaba para sí el poder, lo hacía con la intención de atender a sus intereses particulares en menoscabo y detrimento de las condiciones generales de vida de los mexicanos. Desde nuestros “Huey Tlatoani” (nombre que se le daba al emperador de los Aztecas) pasando por los virreyes y llegando hasta los presidentes que  en  la actualidad hemos tenido, la relación del Estado Político con el pueblo de México ha sido siempre la misma: el abuso. El abuso ha sido la forma de ejercer el poder en este país, y lo lamentable es que aún reina.

En el México moderno no ha habido cambios positivos en el ejercicio de la autoridad, ni cuando distintos partidos políticos han llegado al poder. Ni el PRD ha hecho un cambio en la ciudad de México donde han gobernado desde que el ingeniero Cuaúhtemoc Cárdenas llegara a la alcaldía de la ciudad capital, ni el PAN lo ha hecho desde la Presidencia de la República, ni el PRI lo hizo antes. La historia de la política mexicana ha sido la del abuso.

No es de extrañarse que si el pueblo mexicano ha entendido al Estado, al poder político, como su opresor, existan en nuestra cultura algunas directrices cuyos valores son contradictorios con el camino de una sociedad ideal. Ante el histórico abuso del Estado sobre los mexicanos, hemos caído en una cultura de desapego a la honestidad donde se adjudican valores culturales positivos a aquellos que, como en tiempos de la Colonia, engañan al Gobierno, burlan a las autoridades, faltan intencionalmente a sus deberes. Festejamos al evasor de impuestos, felicitamos a quien en lugar de pagar su cuota de agua le pone imanes al medidor para que no marque su consumo real, no denunciamos a quien se roba la luz, etcétera. Pero estos particulares ahorros y hurtos, estas deshonestidades parecen estar justificados por la corrupción y el latrocinio de quienes se dicen ser nuestros representantes. Dios guarde la hora en que uno de nuestros Políticos sea representante de los mexicanos. Es un hecho de que algunos de ellos fueron elegidos por el voto, otros llegaron al poder fraudulentamente, pero ningún político desde que yo tengo memoria, ha podido ser considerado como un hombre honesto. (López Obrador con las maletas de dinero que sus allegados recogen y piden, todavía tiene el cinismo de decir que él es honesto: estamos perdidos en cuestión de políticos). Así tenemos el conflicto los mexicanos de que detestamos al Gobierno por la corrupción y el abuso del poder. Vivimos en la contradicción de estar sujetos a normas y leyes que en teoría nos permitirían una convivencia sana, pero la clase política y los económicamente poderosos no están sujetos a las normas de equidad y justicia. A nosotros nos queda por saldo, hacer chistes de Peña Nieto, poner la foto del hijo de López Obrador esquiando en el extranjero, celebrar las caricaturas de Calderón en los periódicos, o sea, la venganza de los oprimidos.


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