El desastre en Casa Terán se cifra en la omisión sistemática. Por supuesto, debe llamar la atención sobre las condiciones de seguridad en la ciudad de Aguascalientes en general y en los centros culturales en particular. Pero también sobre las relaciones que los diversos agentes de los procesos culturales con asiento en ese inmueble –públicos, promotores, comerciantes– mantenían entre sí y con el ICA. Ambos aspectos implican muchas omisiones; las del primero se cifran en la indiferencia general hacia la cultura de la prevención de desastres en Aguascalientes; las del segundo, en cambio, se refieren a lo que dejó de hacerse en cierto tipo de participación social, donde la cantidad pesa tanto como la calidad de los participantes. Hay una continuidad entre olvidar que la vida representa un riesgo y conformarse con el mínimo esfuerzo para cubrir las apariencias.
El carácter múltiple y diverso de las actividades que hasta el 26 de julio se realizaban en Casa Terán multiplicaba y diversificaba la participación de los aguascalentenses en esas actividades. Esta diferenciación le asignaba al patronato de Amigos de la Casa Terán un papel muy distinto al de los tianguistas y los públicos de la sala de lectura, el auditorio, la videoteca, la biblioteca y la cafetería. Sin entrar en cifras, las subastas organizadas por el patronato, la librería y la cafetería por alquiler de espacio, y la videoteca por alquiler de películas, aportaban sumas importantes para el sostenimiento del centro o para las desiertas arcas del ICA, mientras que los visitantes y clientes animaban el recinto con su presencia, especialmente los sábados por la mañana.
Desde luego los números cuentan, pero aquí se habla de los beneficios que uno o más grupos obtenían al apropiarse del lugar, considerándolo como capital cultural, sobre todo en su “estado incorporado” que, según Pierre Bourdieu (“Los tres estados del capital cultural”, Sociológica, UAM- Azcapotzalco, México, núm 5, pp. 11-17, en línea: http://sociologiac.net/biblio/Bourdieu-LosTresEstadosdelCapitalCultural.pdf), reconocemos como “un tener transformador en ser, una propiedad hecha cuerpo que se convierte en una parte integrante de la ‘persona’, un hábito” cuya adquisición consume tiempo y sin el cual resulta imposible la apropiación del capital cultural “objetivado” e “institucionalizado”.
Después de dos décadas de historia, puede decirse que el centro cultural beneficiaba a públicos más o menos definidos, como el de las proyecciones cinematográficas, los espectáculos musicales y la sala de lectura. Se trata de una historia con altibajos y cambios relacionados con los avatares de una política cultural oficial, resentida por la alternancia en los colores del gobierno estatal y la ineficiencia de sus funcionarios. No obstante, aquí se enfatizan las consecuencias que la frecuentación de un espacio tiene en el comportamiento social. Sin remedio, las personas buscan entre los escombros noticias sobre actividades interrumpidas o trasladadas a otros lugares, como la videoteca y la sala de lectura en la biblioteca Torres Bodet y las oficinas de la dirección editorial en el CIELA. Aunque esta gente será bien atendida, se ha roto el vínculo con otras actividades que conformaba un ambiente singular, con mucho por mejorar, pero preferible a su completa inexistencia que, en cambio, limitaría sensiblemente la participación social en este tipo de actividades.
Entre los aspectos por mejorar, el de la participación destaca por lo que ha dejado de hacerse, especialmente en el tianguis sabatino. Concebido como una manera de atraer público al centro, ofreciendo libros, discos y alguna vez artesanías, reunía tanto a libreros formalmente establecidos como a comerciantes informales que se apropiaban del espacio y obtenían o esperaban obtener beneficios económicos suficientes para instalarse cada sábado. Sin embargo, en lugar de crecer y plantearse metas más ambiciosas, como parecía exigirlo la aparición de más vendedores, resultó más fácil alcanzar el tamaño permitido por las dimensiones físicas de los patios y sentarse a esperar el final de los tiempos. Arropados por la vetusta finca, los vendedores optaron tácitamente por la dependencia y el estancamiento, evitando esfuerzos superiores como el de organizarse y perseguir mayores beneficios para sí mismos y sus clientes.
Semejante reto implica una mentalidad al parecer aún ausente entre los tianguistas. Prevalecen el individualismo y el conformismo, en detrimento de la conciencia grupal y del desarrollo de potencialidades inexploradas, aprovechando las ventajas del desastre. La experiencia acumulada debería permitirles organizarse mejor y ocupar un espacio más amplio, mejor acondicionado, de preferencia no institucional. El momento plantea la exigencia de desarrollar los centros culturales independientes, como espacios donde confluyen el comercio y los servicios culturales, en niveles y con calidad superiores a los de la informalidad.
Mientras la investigación arroja resultados sobre la causa de la explosión y se reconstruye el inmueble, cabe pensar si ha llegado la hora de dejar de bogar en las inciertas mareas del presupuesto público y aprender a navegar en las no menos inciertas aguas propias, que al menos tienen el color de una responsabilidad asumida libremente.