La involuntaria charla entre críticas de arte (2/2): Lésper / The Insolence of Office - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Avelina Lésper es una crítica de arte que publica, principalmente, en Laberinto. Quien haya leído un texto de Lésper puede darse por bien servido: conoce el principal tema de la aplastante mayoría de su producción textual. Esto es lo que pregona: está a favor del virtuosismo; está en contra del arte contemporáneo. ¿Qué se entiende por virtuosismo?; ¿qué por contemporáneo? Not a clue.

Con todo, me siento más cercano a lo que intenta –enfatizo: intenta– decir Lésper que a lo que intenta –ídem– Minera (su colega de Letras Libres). Al parecer, Lésper está a favor de la inteligencia en la obra (independientemente del material con que esté hecha); Minera privilegia el reflejo del presente y sus problemas en obras que, naturalmente, hablen de la condición del aquí y ahora (ya lo pasado, pasado). Hasta aquí tendríamos dos posturas claras y que contribuirían a la sana discusión sobre nuestro tiempo. Pero no hay tal consistencia. Sus últimos textos (la querella en cuestión) me parecen una muestra significativa de su trabajo: son inestables (el caso de Minera lo compartí la semana pasada: goo.gl/SsxZO) y, sobre todo, tienen una argumentación deficiente. Voy, ahora, con Lésper.

La crítica laberíntica en su texto “El peor argumento posible” (la ironía salió por casualidad) comienza desacreditando a Minera: Letras Libres la presenta como una especialista en arte contemporáneo; Lésper se refiere a Minera, en su primer párrafo, como “una especialista en arte contemporáneo” y, unas cuantas palabras después, como la “especialista”(la duda que desea sembrar me parece evidente). ¿Era necesario esto? Vuelvo a uno de los puntos de mi columna anterior: ¿qué es lo central en este caso?; ¿qué lo periférico? Todo indica que el argumento de Lésper es que Minera no sabe de arte contemporáneo y, por tanto, sus opiniones no tienen validez. Esto, naturalmente, es el peor argumento posible.

Lésper dice que el arte contemporáneo está en posesión de la Academia y que el circuito en donde se desenvuelve (instituciones, museos, críticas) busca “oficializar, legitimar y divulgar esas formas sin inteligencia como arte”, de tal manera que se imposibilita cualquier discusión: “la Academia”, sostiene Lésper, “aplaude furiosamente a estas obras, las respalda con retórica, las colma de referencias filosóficas y, además, hace de todas sus limitaciones ejemplos a seguir…” Híjole. Quiero pensar que Lésper conoce muy bien a los artistas que denosta (porque si critica al arte contemporáneo es porque critica a todos los artistas que inscriben su arte a esa tendencia, ¿no?); pero resulta lamentable que desconozca la labor de teóricos y críticos. Su opinión al respecto de la Academia se le viene encima.

Habría que decirle: la Academia, sweetheart, en buena medida legitima cualquier tipo de arte (no sólo el contemporáneo). ¿Olvida Lésper que hay, igualmente, referencias filosóficas a artistas consagrados del pasado? ¿Qué buscó decir con eso? ¿Que la crítica académica (y habría que agregar a la periodística) es, uy, una máquina generadora de cánones? Quien conoce un poquito de la historia de la teoría y crítica de arte, sabe que esto ha sido así durante mucho tiempo. (Hoy tenemos al mercado como supuesto paradigma de cánones, pero eso habría que discutirlo).

Cualquier tipo de arte es visto, dentro de la Academia, con al menos uno de los siguientes objetivos: interpretar, describir, contextualizar, analizar, valorar. El arte contemporáneo, evidentemente, también. No veo por qué descalificar la labor académica.

Ah, Lésper. Donde ésta ve una serie de artistas sumamente tarados, aquélla (Minera) ve una  legión de críticos (como si fueran muchos) levantándose en armas contra el arte contemporáneo. Ni a cuál irle.

Lésper, no obstante, tiene una cualidad deseable en cualquier crítico: sabe qué terreno quiere pisar. Sólo que le falta firmeza y le sobra autoridad.

No me imagino a un crítico literario que desconozca el trayecto que ha recorrido la crítica literaria; sin embargo, sí que me imagino a un crítico de arte con un desconocimiento brutal de su profesión.


Me pregunto qué pasaría si tanto Lésper como Minera publicaran en Guanajuato o en Yucatán o en Campeche. Creo que la respuesta es bastante sencilla: pasarían, absolutamente, inadvertidas. Ellas tienen la fortuna de ser respaldadas por publicaciones de corte nacional que, en teoría, tienen ganado un prestigio. ¿Es válido pedir mayor nivel? No lo sé.

Es un alivio saber que, sólo por poner un ejemplo, el New Yorker está en mi iPad.

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