Guía para adoptar un mexicano / Los frijoleros con cara de nopal - LJA Aguascalientes
23/11/2024

El rostro del mexicano está hecho de chiles, tortillas, frijoles, nopales, tequila y mariachis. En la mesa mexicana nunca faltan los frijoles de la olla o refritos y tortillas, que se aderezan con salsas rojas o verdes bien picosas o chiles crudos, que se comen a mordidas francas y envalentonadas, que hacen explosión ardiente y anestésica en la boca, que es pretexto para hacer buches de tequila, que despiertan al mariachi de closet, que le canta al desamor y al paisaje, que está poblado principalmente de mezquites, huizaches y nopales, que aparecen en los símbolos patrios como la bandera, que muestra la imagen de una serpiente sometida por una águila que posa sobre una nopalera, que eso significa algo, que así debe ser, que tiene tres colores, que también significan algo, que fue calificada como la más bonita en una encuesta en internet, que ondea al mínimo soplo de sentimientos nacionalistas, que es orgullo de todos los mexicanos, ellos, nosotros, hechos de lugares comunes, clichés y fábulas oficiales de gloriosas derrotas –ya sabe, en resumen, Moctezuma, Hidalgo, Juárez y Zapata–. Hay más, mucho más, como el nacionalismo futbolero que entona Cielito Lindo en el estadio o el fanatismo guadalupano mayoritero que da para pagar paraísos divinos y terrenales, pero debido a que son el buque insignia del catálogo identitario nacional, exigen abordajes aparte. El mexicano es un manojo de naderías cursis, vulgares y simplistas. Y está bien. La supuesta identidad nacional así ha de ser. Detrás de la máscara no hay más, debajo de la superficie no hay nada: ni como individuos ni como país. Cualquier pretensión en sentido contrario derivará en un esencialismo vociferante y xenófobo. Importan la comida, la bebida, el juego, la fiesta, ahí se encuentra uno con ese desconocido interior, el yo real, el individuo, que siempre estuvo a flor de piel, a la vista de todos, la comunidad, en plena fachada, y dónde más si no, ¿adentro?, ¿detrás?, ¿debajo?, ¿en la sangre?, ¿en el código genético? La identidad, personal, local, regional, nacional, global, no es más que la colección diletante de hilos de distintos grosores y colores que con el tiempo termina por tomar la forma de una madeja revuelta y baladí. Y está bien.

Si usted llega a adoptar un mexicano, abandone todo intento de búsqueda psicoanalítica, sondeo hipnótico, reconstrucción de memoria o buceo en aguas profundas, pues no existen, mejor navegue plácidamente por las aguas someras que su mexicano le ofrece y disfrute el paisaje caprichoso a bordo de su bote mínimo. Si adopta un mexicano, cuide la pátina de la apariencia, que este libro sí se juzga por su portada, y mejor refuerce eso, el afán de festín. Si usted desea adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos.

Primer paso: dele de comer mucho chile a su mexicano, pues sus cualidades no son pocas: refuerza la hombría, la valentía, el estoicismo y la galantería, si es hombre; si es mujer, se recomiendan dosis moderadas, pues les desempareja el carácter; también despierta la lengua, la desata, la apasiona y la apacigua; favorece el tráfico del sudor, pavimenta la piel y mejora la dirección de los vellos. La tortilla, por otro lado, sosiega el ánimo, por lo que se recomienda en abundancia. Cueza frijoles a diario, pues son buen escudero para cualquier alimento principal, sin importar la hora del día. Los nopales, guisados o en frío, también tercian con acierto cualquier comida y sus propiedades alquímicas son infinitas, milenarias e insondables. Si su mexicano es de esos que andan por la vida con la euforia hasta el techo y la depresión hasta el suelo, un buen plato de frijoles, arroz y nopales seguro le resolverán el día –ah, eureka: moros, cristianos y paganos, ya ve, nuevo platillo.

Segundo paso: hágase de un buen repertorio de música de mariachi, desde el cantinesco hasta el pop, aquí será fundamental entrenar y desarrollar el talento para maridar el estado de ánimo de su mexicano con el mariachi idóneo: si triste, José Alfredo; si feliz, el Vargas de Tecalitlán; si confuso o loco, el ídem. Cualquier equivocación en este punto puede desatar y fomentar la bipolaridad y la doble identidad. Aunque el tequila se bebe por lo general en la noche, se recomienda que su mexicano lo haga a toda hora y que de preferencia vaya con el ritmo de la luz del día: blanco por la mañana, reposado por la tarde, añejo por la noche.

Tercer paso: si su mexicano no ha comido y ha bebido, o si al revés, o si ninguna, o si ambas, no toque el mausoleo de la historia nacional, limítese a asentar o negar con la cabeza en concordancia con los juicios y opiniones de su mexicano. Recuerde que el fatalismo es parte de la educación sentimental de este país, cualquier asomo de crítica a la gran cadena de monumentos nacionales, a las innumerables calles con nombres de denodados burócratas, a los suicidios colectivos de romanticismo juvenil (en consonancia con el Werther de Goethe), a los innumerables planes maestros de visión total, a las frases célebres, palabras serenas, pronunciadas o solo pensadas en medio del fragor de la batalla, a las derrotas rotundas y memorables, a las victorias subrepticias y pendientes, derivará inevitablemente en un duelo chantajista de sofismas de manual patriotero. Si se ve envuelto en semejante espiral, prenda rápido la radio y busque un sonsonete meloso, cambie el tequila por una bebida políticamente correcta y sustituya el molcajete de salsa verde por un gravy timorato, inmediatamente verá cómo el toro se vuelve buey, verá cómo el rostro de su mexicano recio y bravío se languidece y armoniza como si una corriente de feng shui lo recorriera, como si no fuera él mismo.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano come chile? Sí. ¿El mexicano es de chile? No. ¿El chile es mexicano? Depende.


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