El juego final desde la banca
El 12 se pone de pie al entonarse el himno nacional en el histórico estadio Wembley, con todo respeto saluda a la bandera, aplaude y alienta a sus compañeros; hoy el jugador 12 se llama María, Luis, Carlos, Ofelia, no importa, el 12 es toda la afición que en México y el extranjero siguió la transmisión de la final olímpica de futbol; en Aguascalientes, el 12 estaba en cuerpo en la Avenida Madero (donde el Municipio habilitó en dos carpas un espacio con pantallas, audio y sillas), pero con todo el corazón, sentado en la banca del estadio, junto con el equipo.
Recién se pita el inicio del encuentro, el 12 aún no toma bien su asiento en la banca, cuando tiene que levantarse a gritar el gol de Oribe Peralta con el grave error defensivo de los brasileños y el impetuoso presionar de Marco Fabián.
El 12, que no logró adaptarse al cambio de horario londinense, llega con poca energía al encuentro, aprovecha que el estadio ofrece tamales y champurrado y se levanta de su asiento para quitarse el hambre que lo saca de concentración de la final.
El punto donde está sentado le dificulta percatarse de las acciones del partido, queriendo tener una perspectiva diferente de las acciones, el 12 se apoya de las pantallas del estadio, cuatro en la cabecera poniente, que sin video, con los técnicos sosteniendo una antena de conejo y apenas audio, lo tienen intranquilo; voltea a la cabecera oriente donde de las cuatro pantallas, sólo una cumple su función.
El 12 observa las acciones, trabadas, analiza, lamenta la falta, le aplaude a su portero; el bostezo se le escapa de vez en cuando, se talla los ojos por la falta de acción en el campo. Un disparo a portería de Marco Fabián lo hace saltar del banquillo, se lleva las manos a la cabeza.
Se acaban los 45 minutos y recibe de regreso a su equipo con aplausos; mientras Tena platica con los titulares en vestidores, el 12 salta a la cancha a estirar las piernas, a calentar, no sabe cuándo el técnico lo vaya a llamar. Empieza con activación física, un baile que le baja el tamal que antes comió, organiza una cascarita.
Empieza al segundo tiempo y el 12 empieza a sentirse más fuerte, como si hubiera duplicado su número; en el estadio encontró silbatos, pinturas, banderas y aplaudidores, se pinta la cara y comienza a alentar a sus compañeros con estruendoso empuje.
Al minuto 53 Corona y Neymar chocan y el 12 lo festeja, clama sangre, empieza a meterse con el rival, se siente superior aún y con la presión que los cariocas han ejercido desde que empezó la segunda mitad, pero desaprueba con la cabeza que el equipo esté desarticulado, suspira, la mueve muchos las manos, está inquieto, reclama fuerte las faltas.Se anula el gol de Oribe Peralta al 68 y tiene que volver a sentarse.
Siente que su equipo somete a los pentacampeones y le silba a sus errores, lo disminuye; al minuto 74 Oribe Peralta remata dentro del área sin marca alguna y hace estallar la banca nacional, los abrazos, los gritos, las porras “México, México”; el 12 se prende y cada jugada la aplaude, está entregado, con las emociones a flor de piel, es incondicional su devoción.
Jiménez sale de cambio, “buena cabrón”, le reconoce; Peralta sale de cambio, ovacionado, idolatrado.
El 12 empieza a sentir la medalla y nace de su pecho cantar el Cielito Lindo; Hulk se encarga de arrancar la inspiración con su gol que acorta la distancia en el marcador. El 12 empieza a sufrir el final del partido, impaciente, enardecida.
Se pita el final del partido, el baile, los gritos, aprieta contra su pecho la bandera tricolor con ilusión en los ojos; el sí se pudo; las porras; euforia; ese 12 que empezó compuesto de 200 voluntades y terminó con más de 500 se dispersa.
Un solo jugador, el número 12