Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
Es la primera estrofa del “Poema de los dones”, no menos lúcidos y conmovedores por su belleza son los primeros versos de “Otro poema de los dones”:
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad
Ambos textos de Jorge Luis Borges. La lectura de cualquiera de ellos, incluso una lectura superficial, bastaría para poner en duda que el autor de esas líneas fuera el mismo que escribió: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida,/ en la próxima trataría de cometer más errores./ No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más./ Sería más tonto de lo que he sido,/ de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad./ Sería menos higiénico./ Correría más riesgos,/ haría más viajes,/ contemplaría más atardeceres,/ subiría más montañas, nadaría más ríos./ Iría a más lugares adonde nunca he ido,/ comería más helados y menos habas,/ tendría más problemas reales y menos imaginarios”, líneas que pertenecen a “Instantes” de la escritora norteamericana Nadine Stair.
Y sin embargo, hay quien continúa atribuyendo “Instantes” a Borges (qué ganas de verlo comer helado, caray), caso que recientemente se volvió relevante debido a que, a petición de María Kodama, la editorial Random House Mondadori retiró del mercado los 2 mil ejemplares del libro Borges y México, por incluir el texto “Un agnóstico que habla con Dios”, entrevista que Elena Poniatowska hizo a Borges en 1973 y que reeditó en 1991 (Todo México, Editorial Diana) añadiéndole dos poemas. Sobre la asignación de “Instantes” a Borges, se puede leer una historia, mejor contada y con abundantes referencias de Iván Almeida en este enlace: http://goo.gl/jJE1J
La misma semana en que se inauguraba la exposición Borges y México, La Jornada publica la nota de David Brooks “Renuncia escritor de The New Yorker por inventar citas del estadunidense Bob Dylan” (http://goo.gl/FVHZQ) en la que cuenta el caso de Jonah Lehrer quien renunció a su puesto en la publicación tras confesar que se había inventado y publicado varias citas de Bob Dylan en el libro Imagine, dice Leherer en un comunicado: “Las citas en duda o no existían o eran pasajes mal citados de manera no intencional, y representaron combinaciones inapropiadas de citas previamente existentes […] Las mentiras ahora ya se acabaron. Entiendo la gravedad de mi posición. Deseo disculparme con todos los que he desilusionado, especialmente mis editores y mis lectores”.
Pero eso ocurre en The New Yorker, en Mexiquito, Poniatowska ha sido incapaz de asumir la responsabilidad al atribuir los poemas a Borges, entrevistada por Milenio (http://goo.gl/6JnCO) señaló “No creo que sea tan grave, son poemas que se atribuyeron en esa época a Borges. Recuerdo que platiqué con él, pero no recuerdo nada de eso, ni si hablamos de ese poema. No he visto el libro, pero seguramente se señala que es apócrifo…”, mientras que en entrevista con La Jornada (http://goo.gl/eHiZh) se acuerda un poco y avienta la pelota a los editores: “Yo no fui consultada ni por el autor del libro, Miguel Capistrán, ni mucho menos por la editorial, de que iban a incluir un texto mío en Borges y México. No soy culpable de nada. El error lo cometieron ellos, de incluir esos poemas, cuando en mi entrevista original, que fue publicada en cuatro partes en el periódico Novedades a principios de diciembre de 1973, no hay poema alguno”. ¿Una disculpa?, ¿asumir su responsabilidad?, ¿reconocer la pifia?, ni aunque le pagaran, incluso en una breve nota en La Jornada (sobre Borges y México), minimiza el fraude cometido calificándolo de una falta de atención: “Mi descuido fue haber mezclado las dos entrevistas para la edición de Diana, guiada por la emoción del segundo encuentro en el hotel y no volver a revisar la entrevista como tampoco la revisaron los editores de Todo México y ahora los del libro Borges y México” (http://goo.gl/0U6pP), la culpa, siempre, es de los otros.
¿Cuál es la diferencia entre Lehrer y Poniatowska? La falta de rigor intelectual, un absoluto desprecio por el lector, la segunda es un fraude reiterado (no es la primera vez que comete este tipo de “equívocos”, véase Para limpiar la memoria de Luis González de Alba http://goo.gl/KNNjE), es decir en el caso de Poniatowska no importa cuántas veces le pueda faltar al respeto, total, no es para tanto, es sólo un poema y mientras no sea descubierta, puede seguir gozando el prestigio de la vaca sagrada. Son sólo cosas de las secciones culturales, ¿a quién le puede importar?
Justamente por eso debería importar, porque es en los detalles mínimos, en nuestros placeres y el pequeño ámbito de acción que está a nuestro alcance donde se ejerce la convicción de que podemos cambiar las cosas, no me parece desmesurado señalar que exigir respeto como lectores es equivalente a manifestarse como ciudadano contra los malos políticos y las prácticas de corrupción, tan importante dar seguimiento a las cuentas públicas como señalar la falta de rigor y el fraude intelectual.
Coda local. Mientras revisaba las notas para este texto, no podía dejar de pensar en la publicación de plagios en La Jornada Aguascalientes, una y otra vez hemos discutido en la mesa de redacción sobre lo que se debe hacer en estos casos. Mi opinión ha sido dejar de publicar a quienes abusan del espacio, otras voces más mesuradas apuestan a que los plagiarios merecen una segunda oportunidad, pues pueden haberse equivocado. El fraude cometido por Elena Poniatowska sirve para explicar mi posición, un plagio es un acto consciente, un fraude que se comete a sabiendas de que se intenta engañar a los lectores; no es tan simple como olvidar unas comillas o citar la fuente. Quien plagia busca ser reconocido por una idea y palabras que no ha sido capaz de comprender del todo, ante su ineptitud para ordenar y glosar una experiencia prefiere el engaño.
Mientras el plagio siga siendo considerado una cosa menor, un asunto de gente que escribe y que al final no importa, continuaremos sin herramientas para exigir que no se premie con una candidatura a los plagiarios (Isidoro Armandáriz y Nora Ruvalcaba), dando espacio a quien en nombre de una supuesta divulgación de la cultura publica pifia tras pifia, como Ana Leticia Romo, a quien en su afán de ser reconocida como escritora poco le falta para defender que “La marioneta” (Si por un instante Dios se olvidara de que soy/ una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida,/ posiblemente no diría todo lo que pienso,/ pero en definitiva pensaría todo lo que digo) no es un texto de Johnny Welch sino de García Márquez, con eso de que sus fuentes siempre son dudosas páginas de Internet. Peor aún, mientras seamos indolentes ante este tipo de fraudes, se estará validando la actitud bravucona de hampones como Rubén C. Rojas Torres, quien tras ser expuesto por fraude al plagiar un boletín de la UNAM, en vez de asumir la responsabilidad de su acto, prácticamente reta a golpes a quien señala el plagio, mientras se victimiza con la vieja táctica de “me está calumniando” y omite las pruebas aportadas. Mamarrachos como estos plagiadores no merecen segundas oportunidades.