El proyectar a todo el mundo la doctrina neoliberal surgida de su universidad departamental, el gobierno estadounidense aceleró la aparición del fenómeno que conocemos como globalización (o etapa imperialista del capitalismo en los términos de Lenin), con lo cual cavó su propia tumba al clausurar, además, la etapa histórica de los imperios coloniales modernos iniciada cuando Europa descubrió, hace 500 años, que había otros mundos y se apoderó de ellos para saquearlos, concentrando en su continente riquezas inconmensurables.
Ahora el control de la economía se ha estado transfiriendo de las naciones llamadas potencias, a ese imperialismo financiero que –después de haber desactivado el nacionalismo de los países dependientes y con ello el proteccionismo económico–. Mediante la esclavización real y efectiva, sustituye a los trabajadores de las grandes metrópolis con la mano de obra casi regalada de enormes núcleos de población desocupada y miserable de las colonias que saquean, como México y otras subdesarrolladas (fenómeno al que Marx llamaba “ejército industrial de reserva”, ahora mundial), y a las que están trasladando empresas gigantescas, tanto industriales como comerciales y de servicios, que antes sólo existían en los países de economía fuerte en los que pagaban altos salarios ahora inferiores y aquí son míseros.
Pero esto no quiere decir que Estados Unidos haya perdido de golpe su corona imperial. No, se está desintegrando paulatinamente, debido a la decadencia material y moral que lo consume desde adentro y que esparce por doquier, en especial a sus vecinos más cercanos.
Uno de los principales rasgos de su decadencia es la exorbitante adicción de su población a las drogas psicotrópicas, adquirida y fomentada por el gobierno en las frecuentes guerras en que participan sus jóvenes soldados; drogas a las que hipócritamente aparenta combatir, pero con cuyo contrabando a cargo de las redes mundiales de narcotraficantes realiza el negocio más grande de todos los tiempos, en una contradicción que cada vez le resulta más difícil ocultar.
Por otra parte, esa aparente lucha contra el narcotráfico le ha sido muy útil como pretexto para someter a la mayoría de los ejércitos de América Latina con el propósito de convertirlos, de defensores de nuestras soberanías, en represores del pueblo mediante su Escuela de las Américas, sus ejercicios navales bajo las riendas de sus comandos Norte y Sur, su IV Flota, sus numerosas bases militares en nuestra región, etc., y que en su mayoría son su apoyo para mantener sometidos a los gobernantes que le son adictos o asestar golpes de Estado contra los que no lo son.
Es cierto que América Latina se ha anotado puntos a su favor que han hecho titubear al imperio e incluso retroceder en su apresurada ambición, como es el caso de algunas presidencias que ha logrado ganar y sostener el pueblo en el caso concreto de América del Sur (Cristina Fernández de Kirschner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Dilma Russeff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, José Mújica en Uruguay, Hugo Chávez en Venezuela y la más reciente y sorprendente de Juan Manuel Santos en Colombia), algunos de los cuales han cancelado la capacitación de militares en la Escuela de las Américas o la participación en las inconstitucionales operaciones militares “conjuntas”.
Otro hecho relevante fue la última Cumbre de las Américas celebrada en abril del presente año en Bogotá –que constituyó el máximo fracaso diplomático para Estados Unidos desde el principio formal de su política panamericanista a finales del siglo XIX– cuando a iniciativa del presidente de Guatemala, prácticamente todos los presidentes latinoamericanos apoyaron la moción de despenalizar la producción y consumo de drogas y amenazaron con enterrar a la OEA si Cuba no está presente en la cumbre siguiente.
Sin embargo, estos puntos a favor no significan que América Latina tenga ya una posición fuerte y uniforme frente al imperio estadounidense; falta la base y fundamento que otorgue a cada Estado el poder soberano que sólo el pueblo le puede dar con el despertar de su conciencia nacional y de la supranacional que constituiría la Comunidad de Estados Latinoamericanos.
Mientras no nos decidamos a derrotar la fuente de nuestra ignorancia y enajenación, estaremos expuestos a que el imperio continúe sus agresiones abiertas o clandestinas, como las recientes invasiones a Haití de 2004 y 2010 (Caribe), o los golpes de estado simulados de Honduras en 2011 (Centroamérica) y Paraguay en 2012 (Sudamérica) en cuyo estratégico corazón planea construir la base militar más grande del continente para amenazar la estabilidad de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) empezando por Colombia (cuyo presidente actual se les salió del huacal) y la Venezuela de Hugo Chávez, como lo vaticina ya el geoestratega imperial Robert D. Kaplan en La Fuente del Poder, según el ameritado maestro Alfredo Jaliffe-Rame. n
(Continuará)
Aguascalientes, México, América Latina.