Perdón por intolerarlos / Al lado del camino - LJA Aguascalientes
03/07/2024

Quienes no me conocen suelen intentar descalificar lo que escribo ligándolo a una militancia partidista, dependiendo de quién venga la pedrada, creen que me insultan al señalar que opino de tal o cual manera porque soy “panista” o “perredista”, no ha faltado quien de un viejo armario desempolvó el coqueto “pequeño burgués” y, también, el asno que al no encontrar coincidencia con mi punto de vista me acusa de prostituta o el cobarde que exhibe su criterio diminuto señalando que soy “maricón”.

Por supuesto, tengo en mi cuenta varias amenazas, el mediocre que ante la falta de argumentos se puso a mis órdenes para “romperme mi puta madre”, otro que al verme baja la mirada y saluda pero a sus cuates les asegura que el día que me encuentre “no me la voy a acabar”, sumo a la lista al maledicente que busca entre conocidos mutuos una cola que pisarme y no la encuentra porque cree como el león que todos son de su condición y mis faltas de virtud están por el lado de los excesos y el placer, no por los rumbos de la corrupción y el entreguismo.

Tengo un amigo que harto de la solemnidad con que alteramos la voz para hablar del proceso electoral se ha decidido por la parodia, nos cuenta que cuando sea candidato no tendrá otra propuesta que la de bailar, que ante los cuestionamientos sobre su plataforma política, ideología o posturas ante los problemas nacionales, siempre responderá lo mismo: yo, bailo.

Entiendo el sarcasmo finísimo de su declaración e invariablemente me río con él. Creo con convicción que es lo único que no se nos puede arrebatar, el humor, los motivos para la risa y esa especie de vértigo al que impulsa el juego. Dejarse ir con la certeza de que como señala Roger Callois: “el juego evoca una actividad sin apremios, pero también sin consecuencias para la vida real… En efecto no produce nada; ni bienes ni obras”, pero con la conciencia de que es una actividad liberadora, un aparte indispensable en el que se valora por completo la libertad que permite decidir.

El juego pierde su condición de juego cuando se obliga a alguien, no hay mayor espacio de libertad que hacerse a un lado y jugar, se ejerce un sofisticado libre albedrio que asume las reglas del juego, las respeta y crece en la medida que se comparte un objetivo común, un propósito final que, casi siempre, consiste en la obtención de placer. Tan poco y tanto.

En estos días postelectorales he visto, orillado, las marchas de victoria y las de protesta, las del desencanto y la euforia, los gritos y las pancartas, las de los contrarios y las de los incondicionales, en cada una de ellas me han invitado a sumarme, a participar, y a todas me he negado, no creo en ellas, pero sobre todo, me espanta que al fuego del entusiasmo siempre se termina por insultar al contrario, la manifestación encuentra su momento mejor cuando el contingente corea a todo pulmón alguna injuria, la pancarta más vistosa es la que desprecia y humilla.

En estos días postelectorales, he intentado mantenerme en el límite de la vía, por convicción, porque creo que hay una forma distinta de construir, diferente a la que al calor de la conversación tiende a ofender al otro porque no piensa igual que uno. Si a quienes me descalifican los desestimo porque sus insultos no me alcanzan, no podría sumarme al desfile de ruindad que no piensa más que en la satisfacción súbita que regala deshonrar al otro y no ve más allá, no alcanza a comprender (no le importa) que a ese a quien llama estúpido, imbécil, corrupto, maricón, panista, prole, priísta y un largo etcétera, es un vecino, un familiar, un conocido, alguien con nombre. La masa no suele reflexionar que ese a quien discriminas es, nos guste o no, un ciudadano con los mismos derechos que uno.

Soberbio, me mantengo al lado del camino, sé que el puño en alto y el grito son sólo símbolos de lucha, no la lucha en sí, que la acción comienza por entender en un sentido amplísimo por qué la templanza es una virtud, pues abre el espacio y tiempo para la reflexión.

Vuelvo a quienes me descalifican y pienso también en el amigo que propone bailar, con esas dos imágenes comprendo qué estoy haciendo y qué me gustaría pedir en estos tiempos. No bailar, pero sí jugar para abrir espacio al pensamiento.


Así, al lado del camino, lo mejor que se me ocurre es cantar: “Me gusta estar a un lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa, me gusta abrir los ojos y estar vivo, tener que vérmelas con la resaca. Entonces navegar se hace preciso en barcos que se estrellen en la nada, vivir atormentado de sentido, creo que ésta, sí, es la parte mas pesada. En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos, en tiempos egoístas y mezquinos, en tiempos donde siempre estamos solos, habrá que declararse incompetente, en todas las materias de mercado, habrá que declararse un inocente, o habrá que ser abyecto y desalmado. Yo ya no pertenezco a ningún istmo, me considero vivo y enterrado”, y canto pues, jugando a la interpretación personalísima de la canción de Fito Paez.

Así, hasta que navegar se haga preciso, y después de gozar el humo y todo pase, hacer lo que me corresponde hacer.

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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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