“Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo”.
Nicolás Maquiavelo
La solidez del sistema electoral mexicano es tanta, que en las manos sobran dedos para enumerar a quienes así lo creen. A decir: Enrique Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, Leonardo Valdez Zurita, Luis Videgaray Caso, Jesús Murillo Karam y Pedro Joaquín Coldwell.
Esto, claro está, supone la aparición de una crisis institucional de calado insospechado, pues quizá por vez primera en la historia del país la generalidad de los ciudadanos se ha sentado a pensar y discutir qué implica el principio de legitimidad en su gobierno.
A mediados de 2010, Nicolas Sarkosy tenía tres años en la silla presidencial francesa, y también atravesaba por lo que en aquel entonces se catalogó como el peor de sus momentos en el poder, pues salió a la luz pública la entrega de “miserables” 150 mil euros (unos 2 millones 463 mil pesos a tipo de cambio actual) que para su campaña habría realizado Liliane Bettencourt, heredera de la firma de cosméticos L’Oréal.
Las pesquisas judiciales y el escandalo renacieron apenas Sarkosy salió del Ejecutivo.
En México las cosas son, por definirlas de algún modo, muy parecidas, pero también muy diferentes. Hay movimientos financieros entre los políticos y el empresariado, pero son de proporciones totalmente mayúsculas.
Para muestra basta un botón. Si bien hoy día izquierda y derecha se tiran puñetazos, es evidente que con los apoyos de Monex y Soriana, y presumiblemente con los de Televisa, TV Azteca, Milenio, el narco y los gobiernos estatales bajo sus siglas, el PRI y su candidato Peña Nieto llevan todas las de perder, si es a la opinión pública a quien se le cuestiona.
El tope de campaña para los cuatro presidenciables fue fijado por el IFE en 336 millones 112 mil 84 pesos. En el marco de las denuncias, el diputado petista Jaime Cárdenas ha acusado al tricolor de haber llevado sus gastos hasta los 4 mil 200 millones, más del doble del presupuesto global asignado a todas las fuerzas políticas.
De tal modo y más que nada a fuerza de notas periodísticas, el fenómeno de la percepción se ha convertido en el punto definitorio del color que tomarán nuestros cielos a partir del año entrante.
Manuel Bartlett, antes pieza clave en la ascensión de Salinas de Gortari y hoy instalado en el petismo, no duda en presumir que Peña fue financiado (con “dinero a raudales” para comprar votos) por el crimen y por el Estado.
“El que sabe sabe”, cabría decir.
La aparición del movimiento #YoSoy132, propiciada en buena medida por el priísmo más antiguo y descalificador, puede ser señalado como perfecto referente del anticuerpo que quiere penetrar en el sistema.
Aunque la empatía con la juventud de Latinoamérica no ha podido concretarse, con la bandera de este grupo la protesta se ha extendido a países como Canadá, Alemania, Estados Unidos, España, Francia y Holanda.
Ahora que los Juegos Olímpicos están instalados en Londres, bloques de connacionales buscan las cámaras de Televisa en pos de un espacio para mostrar su inconformidad por lo que consideran fue una elección comprada, violada no en las urnas, sino en las calles, con lo cual la tesis del PRI, de no tratar como tontos a los 3 millones de ciudadanos que cuidaron del comicio, queda sin efecto.
“El PRI se metió con la generación equivocada”, “Peña no ganó, Televisa lo ayudó” y “Si hay imposición habrá revolución” son algunos de los mensajes presentes en todas las manifestaciones.
Después del fervor preelectoral, cuando los aparatos de gobierno obligaban a que sus trabajadores salieran a las calles, nadie en México ha vuelto a lanzar, en vía pública, una consigna a favor del mexiquense, lo han dejado solo, y éste espera que la política amañada, tejida cuidadosamente por su partido durante siete décadas, sea suficiente para tomar protesta en diciembre.
“A diario siguen surgiendo pruebas de que la campaña de Peña Nieto fue financiada con dinero ilegal, cuyo origen no se conoce y que podría provenir no sólo de fuentes privadas, sino ocultas, y debiera motivar la inmediata intervención de la Procuraduría General de la República para detectar si se trata de lavado de recursos del narcotráfico. ¿Por qué no? Es una hipótesis que no debe descartarse, si no sabemos de dónde provino ese caudal millonario con que se financió al candidato priísta”, dijo el propio Bartlett hace un par de días.
Cuesta trabajo creer que el respaldo social hacia Peña Nieto haya desaparecido, coincidentemente, al unísono de las ministraciones del IFE, de la tapadera de triangulación de recursos que fue el 1 de julio.
En un pasaje de El Perseguidor, Julio Cortázar relata lo lastimoso que es ver a alguien rebotando su cuerpo contra una superficie inamovible. Sensación similar dejan las autoridades cuando se les pesca defendiendo a capa y espada la supuesta nitidez de la voluntad popular.
Con ello soló conseguirán, pues todo parece indicar que así será, instalar a un Ejecutivo que no resiste mucho análisis, pues basta recapitular sus resbalones con varios teleprompters y entrevistas serias, y su preferencia a acudir a programas de espectáculos, en los cuales es presentado como el galán de galanes. Véase su encuentro con Maxine Woodside.
La carrera de la sociedad despierta será una carrera de resistencia. De aquí a las próximas elecciones muchas serán las trabas y la desacreditación. Ojalá no la represión.
La vox populi a la cual nos referimos no sólo muestra (hasta los huesos) de qué es capaz un partido con tal de recuperar el trono de la dictadura perfecta, también exhibe la incapacidad de ese mismo órgano para regenerarse.
Antaño, Cuauhtémoc Cárdenas y el mismo Andrés Manuel López Obrador abandonaron el barco priísta por considerarlo sucio e indiferente al cambio. Hoy, los militantes sabedores de la insalubridad que los rodea, se limitan a emitir críticas en espacios herméticos, entre amigos, entre confort, al estilo de la más famosa novela de George Orwell, en que los protagonistas sólo manifestaban sus verdaderas ideas entre sí.
Si bien algunos se aventuran a ventilar en la prensa que las cosas marchan mal en la organización, omiten siquiera bosquejar la idea fundamental: un político que en el imaginario colectivo representa lo peor de los vicios.
Son corteses, pues de ello dependen sus puestos de trabajo, y pensar en un ala reformadora nacida desde dentro, imposible. Dadas las condiciones actuales, purgarse es tarea más que vital para el partido.
El PRI no ha mostrado una estrategia para menguar una oleada de inconformidad que no se cansa de dar lecciones de civilidad, dignidad y ciudadanía a todo mundo, pues la única aceptable para el pueblo sería la dimisión.
De carrera a la regeneración de México ya no hay marcha atrás, pese a que seguramente el próximo será otro sexenio tirado a la basura.
Hace unas horas López Obrador puso sobre la mesa de las cuentas políticas una partida muy interesante.
Aparentemente ya no se inclinará por la anulación de la jornada (hay varios kilómetros de mugre de por medio), sino por la instauración de un presidente interino, conforme marca la carta magna cuando un periodo constitucional debe arrancar y la elección no ha sido validada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
En este supuesto cabría una opción:
Se apela a que el Congreso de la Unión (sitio donde un colmilludo y eventualmente vengativo Manlio Fabio Beltrones tiene mucho peso) nombre un Ejecutivo temporal. Subsecuentemente habría que convocar de nueva cuenta a las urnas.
En este escenario todo mundo queda a prueba: el sistema, los medios de información, la unidad de la izquierda, la reivindicación del PRI y el empuje de la sociedad.