Por Carolina Alegre y Enrique F. Pasillas
Antes de llevar a cabo cualquier intento de reflexión acerca de los hechos ocurridos el pasado mes de junio en el país, conviene tener presentes ciertas características de la República del Paraguay, relacionadas con su proceso histórico y su desarrollo social, que nos acercan a su compleja realidad actual. A primera vista, Paraguay lo tiene casi todo: centralidad continental (tradicionalmente se lo nombra como el corazón de América, el famoso heartland de la geopolítica) una geografía rica y abundante de paisajes y ríos por doquier (cabe destacar que la superficie más amplia del llamado acuífero Guaraní —una de las mayores reservas de agua dulce del planeta— está ubicada en territorio paraguayo), un bilingüismo en clave de lenguas culta y popular que posee características únicas en todo el continente (nos referimos al castellano y al avañe’é, con su mezcla mestiza: el yopará). El Paraguay se constituye históricamente como enlace de gente, confluencia de caminos, sueños de multiculturalidad y porvenir común. Paraguay es la antigua Provincia Gigante de las Indias, la anhelada Tierra sin Mal (Recuérdese la película La Misión, con Robert de Niro y Jeremy Irons, con estupenda música de Ennio Morricone). Hasta aquí, un recorrido fugaz a modo de ejemplo por algunos de los lugares más comunes que conforman la mentalidad paraguaya.
Sin embargo, para completar esta suerte de presentación, resulta interesante la metáfora de Augusto Roa Bastos en un texto hoy clásico que representa una síntesis del aislamiento —geográfico e idiomático— que será el destino histórico de la región, abandonada a su suerte ya por la misma administración colonial (en el momento histórico en que los intereses económicos de la región cambiaron de rumbo y ya asomaba como nuevo centro del sur Buenos Aires, debido a su posición geográfica estratégica): “Este largo martirio de todo un pueblo, celoso de su independencia y soberanía, quebró la línea de su destino histórico y convirtió al Paraguay, que había sido el país más adelantado de América Latina, en uno de los más pobres y atrasados”. (Roa Bastos, 1977: 51)
Resulta, pues, que nos topamos con dos discursos bastante opuestos que conviven sin problemas en la cotidianidad paraguaya, presentes tanto en las aulas universitarias como en las conversaciones un poco más profanas. En realidad, estos discursos aparentemente contrapuestos se constituyen como la piedra fundamental del “saber ser” del pueblo paraguayo. Así que como bien hemos tenido la ocasión de atisbar, la mayor parte de la bibliografía acerca de la historia del país está marcada por un pasado colonial casi glorioso que siempre se añora, un presente sufriente de toda la población –la literatura paraguaya de finales del siglo XIX (periodo de posguerra) y de comienzos del siglo XX destaca al ser paraguayo como “sufrido”, “aguerrido”, “valiente”–, y con un futuro siempre prometedor. No obstante, un espacio de reflexión significativo nos permite afirmar que el país no se encuentra precisamente aislado de las demás regiones, y que tampoco sufre lastres terribles del pasado que marcan su presente o, por lo menos, no más que cualquier otra región de América Latina con sus mismas características. En todo caso, lo expresado hasta aquí nos permite destacar otra característica fundamental de la nación: el quiebre total entre el discurso y los hechos. Ya se ve entonces que la realidad paraguaya no es tan diferente a la mexicana o a la de muchos otros países iberoamericanos, después de todo.
Otra de las cuestiones que conviene tener en cuenta al momento de analizar la realidad del país, tiene que ver con el carácter clientelista de las instituciones de gobierno que se ocupan de presentar muy hábilmente un Paraguay hundido en la miseria, y que traen como consecuencia una atención especial de los organismos internacionales que se traduce en abundantes ayudas, logrando eternos análisis de la realidad paraguaya en los que se dictamina cuáles son los caminos para superar la pobreza, grandiosos proyectos en colaboración con organismos internacionales…y “nuevos” proyectos para detectar “nuevos” problemas: que pase el siguiente. Para cerrar esta especie de círculo eterno, no olvidemos la labor de aquellos sectores gubernamentales (o no) que de alguna manera “institucionalizan” la idea de un Paraguay empobrecido de cara a cuanto organismo internacional se cruce en el camino: eterna nación pobre y atrasada (o la “gallina de los huevos de oro”).
Retomando las ideas expuestas, podemos comprobar cómo la deriva histórica de Paraguay así como la mentalidad y la cultura de sus habitantes constituyen factores indispensables para comprender un poco más los conflictos actuales.
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Probablemente, los hechos ocurridos el pasado mes de junio en Paraguay, desde los trágicos acontecimientos sucedidos en la ciudad de Curuguaty, hasta el juicio político y la posterior destitución del presidente en funciones, deben leerse como un fuerte golpe a un proceso político que a duras penas y en constante lucha se viene construyendo en el país desde la caída del régimen dictatorial en el año 1989. Por otra parte, nadie se atreverá a negar que apenas unos meses después de comenzado el mandato del ex obispo Lugo ya se podía presagiar que los cambios prometidos durante su campaña electoral encontrarían un muro de estatismo construido en los inicios de una dictadura feroz hace ya más de medio siglo; larga dictadura en la que se instaló una dinámica de poder político-económica que hasta el día de hoy rige los destinos de la nación.
Por primera vez, estábamos ante un grupo político que, en principio, flameaba la bandera socialista en el discurso, pero en la práctica resultó alejarse demasiado de las palabras. No nos detendremos a analizar las causas del fracaso del gobierno de Lugo, que son complejas. Quizás, sí remarcar que el presidente nunca contó con un bloque político mayoritario en el Congreso sino que, aún desde su candidatura, tuvo que pactar con otras fuerzas: primero para ganar las elecciones y luego para intentar gobernar. En cierto modo, podríamos decir que el gobierno de Lugo se caracterizó por los constantes pactos con las demás fuerzas políticas, principalmente con el llamado partido Colorado (ANR). En principio, la cuestión sería entonces que los grupos políticos opositores encontraron en los sucesos ocurridos en Curuguaty (el desalojo de un grupo de campesinos de una propiedad privada) la excusa para concretar una maniobra política que se venía anunciando hacía ya varios meses: el juicio político al presidente.
Y desafortunadamente, esta maniobra política cubierta de “legalidad”, (golpes de estado “blandos” o “incruentos” les llaman los especialistas, que según reseñan son la nueva especialidad de los estadounidenses, tal como quedó de manifiesto en Venezuela, fallido “por los pelos”, o en Honduras, exitoso, con el golpe al gobierno de Celaya); causó confusión en una ciudadanía que, en términos generales, no acostumbra, o no acostumbraba manifestarse colectivamente como en otros sitios de nuestra América. La fórmula del estatismo resulta bastante sencilla: una clase media casi inexistente y débil, y un fuerte divorcio entre la gente del campo y de la ciudad. Estos últimos, al fin y al cabo son aquellos campesinos que durante las últimas décadas supieron dejar atrás la miseria que los ataba a la tierra; lo cual nos arroja a una realidad en la que el campesino es poco más que despreciado (ni qué hablar de los grupos indígenas…) y, por otra parte, el campesino que logró emigrar a la ciudad apenas una o dos generaciones atrás no se identifica con su pasado sino más bien se ve identificado con la clase dueña de la tierra, “gran minoría” que impone su voluntad dejando en la miseria a todo un pueblo. Curiosos “proletarios de derechas”, diría alguien conocido. Sin duda, una de las problemáticas históricas del país tiene que ver con la tenencia de la tierra, la siempre aplazada reforma agraria. En este sentido, lo ocurrido el pasado mes de junio en Curuguaty no sería sino la punta del iceberg porque al fin y al cabo ¿quién se interesa por el campesinado paraguayo? Una respuesta posible entre otras miles podría formularse de la siguiente manera: nadie. Ni el gobierno, ni las entidades creadas para defender los derechos de los campesinos. En Paraguay, la lucha de clases que vive y existe, por más que el anunciado fin de la historia lo niegue y por más que Marx esté muerto y sepultado, es casi invisible; y a juzgar por los hechos ocurridos el pasado mes de junio, esa gran minoría quiere que la “paz” y la “tranquilidad” se perpetúen en la mítica “tierra sin mal”. ¿La “Pax americana”?
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Un dato interesante consiste en observar que la región oriental del Paraguay, que limita con el Brasil, en las últimas décadas se vio tremendamente afectada por el conflicto de la tierra (Curuguaty está ubicada justamente en dicha región). Muy someramente, dejando cualquier intento de análisis que demandaría otro lugar y momento, podemos afirmar que el avance de los terratenientes brasileños hacia territorio paraguayo se afianza cada año, en este sentido, es muy posible que los campesinos de la región se vean obligados a vender por sumas irrisorias su tierra a estos terratenientes, sumergidos en la miseria y desplazados hacia las márgenes de las ciudades. Y, desafortunadamente, quedando al “amparo” de asociaciones y políticos sin escrúpulos. Curiosamente y en un efecto paradójico que no deja de tener gracia, la expulsión de Paraguay de Mercosur gracias al golpe de estado, permitió la admisión de Venezuela, a la que tradicionalmente el gobierno paraguayo había bloqueado.
Por fin, pasado ya un mes de los acontecimientos citados, pueden leerse en los periódicos oficialistas y en el cruce de las redes sociales el lema: “Paraguay libre y soberano”. Tal vez, conviene preguntarnos ¿libre y soberano para qué y para quiénes?
Bibliografía: TUDELA, A. (2011). “Asunción, capital del siglo XXI (Filosofía, biografía y desánimo)”, en Cáceres, S. y Zarza, M. (Comps.): Pensamientos del Bicentenario. Asunción, CIF (en prensa).