Quienes pensaron que con la asunción del PAN al Gobierno de la República la democracia mexicana se habría de fortalecer por efecto de la alternancia en el poder se equivocaron rotundamente y quienes afirmaron que haber sacado al PRI de Palacio Nacional significaba la inminente muerte de ese partido se equivocaron también. México ha tenido tan pocos destellos de gloria a través de los siglos que su historia se ha escrito, no sólo con sangre, muerte y dolor (mismos que siguen derramándose incesantemente), sino con hambre e ignorancia, principales insumos que los poderes fácticos utilizan en el control absoluto de la sociedad, la ideología y la economía, siempre al margen de los aparatos del Estado al que le imponen la jurisdicción de sus intereses. Estos poderes representados por la gran familia con sus vástagos ejerciendo pleno dominio sobre mayorías miserables y hambrientas son la Iglesia, la banca, los medios de comunicación y los grandes sindicatos, quienes siguen haciendo de la suyas sin que exista ley ni pueblo que pueda contener su repugnante rapacidad. La compra de conciencias y voluntades ha sellado invariablemente la democracia mexicana y nadie mejor que el PRI ha logrado institucionalizar la corrupción y la mentira, a tal grado, que las ha convertido en una forma de gobierno. El triunfo de Enrique Peña Nieto fácilmente se explica bajo este contexto y no se requiere leer tres libros o salir de párvulos para concluir que este pasado 1 de julio la compra de votos por millones reveló los altos niveles de mendicidad de una nación sometida a la burla y al engaño social. El voto blanco, el voto de castigo, el voto de la esperanza, el voto del miedo, el voto del hambre, el voto inteligente, el voto razonado o el voto útil fueron simples etiquetas para que la ciudadanía identificara el espíritu cívico de su sufragio. Sin embargo, por encima de la razón o la inteligencia de aquellos que emitieron su voto por el candidato del PRI, el hambre y la ignorancia marcaron la diferencia y ninguna encuestadora fue contratada para medir los niveles de dinero virtual y efectivo utilizados para comprar voluntades que según Alianza Cívica alcanzaron los 10 millones. Esta organización no sólo se encargó de la observación electoral del pasado domingo sino que realizó estudios que revelaron que el 71 por ciento de las actividades de compra y coacción del voto correspondieron al PRI-PVEM, 17 por ciento al PAN, 9 por ciento al PRD y 3 por ciento al Partido Nueva Alianza, que alcanzó en Aguascalientes el más alto porcentaje nacional con sus candidatos y para orgullo de Elba Esther Gordillo, que tiene secuestrada la educación pública en el país.
La compra y coacción del voto caracterizan al PRI, lo mismo que el cinismo a su clase política dirigente. Estas prácticas delincuenciales son la más grande herencia que el PRI ha dejado al sistema político mexicano y al régimen de partidos. Los delitos electorales en México son los que menos se castigan en el mundo a pesar de que nuestro país cuenta con regulación en la materia establecida en el Código Penal Federal en los artículos 403, 406, 407 y 412 que sancionan a la ciudadanía en general, funcionarios de partidos, candidatos, equipos de campaña y servidores públicos que compren y coaccionen el voto, desvíen fondos públicos, utilicen recursos de origen ilícito en las campañas y condicionen servicios públicos o presionen a sus subordinados para que voten a favor de un partido político o candidato.
El PRI sabe perfectamente que la compra masiva de votos en colonias o comunidades rurales convierte en letra muerta estas disposiciones en razón de que pueblos enteros no van a denunciar nunca ante autoridad competente lo que su famélica y pasiva actitud los hacen esclavos de su propia miseria e ignorancia.
Ciertamente, como lo tuiteó Fernando Alférez Barbosa, “el voto de los mendigos se inclinó por Enrique Peña Nieto y el voto de los méndigos… también”. El PRI y su clase política han transformado el voto de la mendicidad en himno nacional.