En todas las salas de nuestro país, atrapada entre un hombre araña y uno murciélago, asoma su cabeza la nueva cinta de Woody Allen, aunque más bien le valdría haber sido sofocada antes de asomarla, pues si bien no es una de sus peores producciones, tampoco es una de las mejores; a estas alturas nos hemos acostumbrado a que Allen nos de una de cal y una de arena —refiriéndome a que alternativamente nos brinda buenas y malas películas.
Cuando vi Media noche en París, pensé que apenas parecía una producción de Woody Allen, esa cinta expresaba un optimismo y una alegría de vivir que no es típica del cineasta, mientras que De Roma con amor sí es una de sus típicas producciones, con sus ironías y su particular humor negro y con esa característica que tiene de plasmarse en sus personajes masculinos (todos son Woody Allen), pero, para mí, este filme es una muestra de que este afamado director está, si no en franca decadencia, sí bastante extenuado en lo que a creatividad e ingenio se refiere.
La película retrata un conjunto de cuatro historias separadas que no tienen nada en común a excepción de la ciudad de Roma, pues inclusive el tiempo no es el mismo para cada una de ellas —a pesar de estar editadas de manera intercalada— pues mientras una acontece a lo largo de una tarde, otra sucede en días y una más hasta en meses. Pareciera que Allen rebuscó entre sus baúles y sacó una serie de pequeños guiones que le gustaban pero que no resultaron adecuados para hacerlos largometraje y, en el espíritu del reciclaje, decidió unirlos y darles un elemento en común: Roma.
Una de las historias retrata el romance entre una turista norteamericana, Hayley, y el romántico italiano Michelangelo, esta trama no tendría nada especial si no fuera por la aparición de los padres de Hayley que vienen a conocer a su futuro yerno. Jerry, el padre, interpretado por Allen, es un director de orquesta retirado que se niega a relegarse a la vida apacible de un jubilado y anda en búsqueda de ese último acto que le dé trascendencia. Este capítulo es el más ridículo y absurdo del filme, aún para los parámetros de Allen.
Otra historia, la mejor de las cuatro, narra el encuentro de Jack, prominente arquitecto, con su yo de ayer, cuando era un joven estudiante con toda la vida por delante. En esta reunión, Jack puede visitar un pasaje importante de su pasado y tratar de brindarse “consejos”, con la sabiduría que le han dado los años y la ventaja que brinda el ver las cosas en retrospectiva.
Las otras dos tramas son prácticamente intrascendentes y olvidables, en una vemos a Roberto Benigni como Leopoldo, un hombre como cualquier otro que anhela ser escuchado y tomado en cuenta en sus opiniones, pero que resiente la fama y el asedio de los medios una vez que su deseo de convertirse en “alguien” se ve cumplido. En la otra somos testigos de las peripecias que sufre una pareja de provincianos en visita a la gran ciudad, cuando un malentendido los hace vivir en una especie de comedia de errores.
Creo que el principal problema es que en todas las historias están meramente bosquejadas, no hay profundidad ni coherencia en ellas, los diálogos son realmente malos y los actores pareces estar ensayando más que actuando; la ciudad de Roma es hermosa no cabe duda, y brinda un excelente escenario a la película, pero la fotografía hace que la cinta se vea vieja y deslucida y la música contribuye a darle esa sensación.
Aunque es cierto que varios momentos del filme provocan las carcajadas de la audiencia, no son los suficientes para hacer que uno abandone el cine con un buen sabor de boca… al contrario, uno termina extrañando la sensación provocada por la anterior cinta de Woody Allen: Media noche en París.
Producción: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum, Giampaolo Letta y Faruk Alatan. Dirección y guión: Woody Allen. Fotografía: Darius Khondji. Edición: Alisa Lepselter. Elenco: Woody Allen, Alec Baldwin, Roberto Benigni, Penélope Cruz, Judy Davis, Jesse Eisenberg, Greta Gerwig, Ellen Page, Alison Pill, Flavio Parenti, Alessandro Tiberi, Alessandra Mastronardi, Fabio Armiliato y Antonio Albanese. Duración: 1 hora 50 minutos.