Los molinos de la mente / Los hijos como un proyecto - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Ayer platicando con un gran amigo Raúl, me llamó la atención de que educa a su hijo como si fuera un proyecto. Aún no sé si esto esté bien o sea una perversión de nuestros tiempos que busca asegurar el éxito de los hijos a costo de un pequeño sacrificio de la infancia. Por el ejemplo, el hijo de Raúl tiene en su haber grandes beneficios como el de ya entender y hablar inglés a sus nueve años. Esto ha sido producto de la determinación de su padre de enseñarle inglés como si fuera su lengua materna. Me explico, desde muy pequeño, el padre le habló mayoritariamente en idioma inglés, mientras la madre le hablaba en español. El resultado es que a los nueve años, júnior, habla dos idiomas. Sin duda es una gran ventaja que no ha implicado ninguna pérdida en la infancia del niño. Confieso que, siguiendo su ejemplo, mi esposa y yo comenzamos a hacer lo mismo con nuestro hijo Zam hace un año y medio, y de manera positiva, su conocimiento y manejo del idioma inglés ha mejorado notablemente. Lo positivo es que no hemos sacrificado nada de la infancia de Zam o de sus tiempos de niñez en el avance. El sueño de todo padre es que nuestros hijos posean la mayor cantidad de herramientas posibles para su éxito futuro en la vida, y para esto es necesario proveérselas. Hay ejemplos de la determinación, casi obsesiva, de los padres sobre la educación y formación de los hijos para que éstos triunfen en la vida, y las más visibles muestras las encontramos en el ámbito del deporte. Por ejemplo están las tenistas Williams, Serena y Venus. Su padre, Richard se dedicó a entrenarlas y a formarlas para que fueran jugadoras profesionales de tenis. Desde muy pequeñas las llevó a las canchas públicas en su natal Compton, California, donde para practicar, muchas veces tuvieron que guarecerse de tiroteos en la zona. Tal fue el empeño del padre de hacer de sus hijas profesionales del tenis que cuando Serena tenía cuatro años y medio ganó su primer campeonato en un torneo local; para cuando había cumplido los 10 años de edad, Serena ya había participado en 49 torneos. Esto quiere decir que jugó al menos ocho torneos cada año durante estos años de su infancia. Así, en lugar de jugar con sus amigos o pasar los veranos descansando, tanto ella como su hermana Venus fueron puestas a un sistema de entrenamiento riguroso que las hizo sobresalir en el deporte. Otro ejemplo internacional visible es de Tiger Woods, quien comenzó a jugar golf desde los dos años y medio, hasta que a sus veinte años de edad ganó el Abierto de Estados Unidos dos años consecutivos en la categoría de Amateur, lo que lo llevó a comenzar su carrera profesional. Él también, impulsado por su padre, tomó el golf con seriedad hasta convertirse en profesional de este deporte con un éxito arrollador. Un ejemplo local a este respecto lo encarna la golfista mexicana Lorena Ochoa, quien comenzó a jugar desde los cinco años de edad, y ganó su primer torneo a nivel nacional a los seis. Durante su infancia y juventud obtuvo 27 premios en el estado de Jalisco y 44 premios a nivel nacional. Llegó incluso a ser la mejor golfista del planeta. No hay duda que la dedicación y empeño de los padres de estos deportistas arriba mencionados, rindió frutos, para ellos y para sus hijos e hijas. Me cuestiono acerca de si valió la pena el haber sacrificado la niñez y juventud de estos atletas para convertirlos en triunfadores en sus disciplinas. Es un hecho que el continuo entrenamiento y la dedicación rindieron frutos económicos y les garantizó un futuro espectacular al que sólo pocos individuos pueden llegar. Gracias al proyecto de sus padres los citados deportistas son ahora millonarios. ¿El precio de llegar a tal éxito fue el sacrificio de la niñez y de la juventud?

Yo no tengo cierto si haría lo mismo por mi hijo, a sabiendas de que le estaría privando de etapas de su vida que no podrá recuperar ni volver a vivir. En mi caso, la infancia y la juventud estuvieron llenas de momentos pletóricos, invaluables e invalorables, que me acompañarán por el resto de mi existencia. Cierto es que yo no alcancé, ni remotamente cercano, el éxito económico del que gozan estos individuos que se entregaron completamente a sus disciplinas. La pregunta que nos hacemos como padres mi mujer y yo es: ¿Valdrá la pena sacrificar la niñez y la adolescencia de nuestro hijo en cambio de un posible futuro promisorio? Porque también hay que tomar en cuenta de que no basta el empeño y la dedicación casi obsesiva de los padres, pues no en todos los casos se logra tal éxito en los hijos. Quizá si hubiera la garantía o la certeza de que el sacrificio de la niñez y la adolescencia de Zam lo llevarían a tener éxito, sería un punto a considerar seriamente. Así, podríamos ejecutar un proyecto sobre la vida de los hijos para tratar de conseguirles el triunfo, dedicando alma vida y corazón a tales metas. Omitiendo los veranos de holganza y de descanso, los tardes de televisión y juegos nimios, la juventud de ensayo y búsqueda, y todos esos momentos que nos forjaron y que quedaron en nuestra memoria. Yo, no le cambiaría a mi hijo su niñez y su adolescencia por un proyecto de vida impuesto. ¿Usted lo haría?

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