Los molinos de la mente / Los falsos profetas judíos - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Hace unos días me topé con El diccionario filosófico de Voltaire, una traducción al español realizada en 1825 en Nueva York en la imprenta de S.C. Van Winkle. Me llamó la atención el capítulo dedicado a los mesías, y particularmente la colaboración del pastor de Lausana, M. Polier de Bottens que Voltaire incluyó. Este pastor hace referencia a unos cuantos ejemplos históricos de “falsos mesías”, como el caso de Theudas, quien se jactaba de haber cruzado el río Jordán a pie enjuto seguido por muchas personas. La suerte de Theudas, como a la mayoría de los que se han proclamado como el mesías, lo llevó a ser asesinado por el poder establecido. En su caso fueron los romanos quienes lo capturaron y decapitaron, exhibiendo su cabeza en la ciudad de Jerusalén, para que sirviera de ejemplo ante posibles y futuros intentos de cambiar las cosas. M. Polier de Bottens cita también a “Judas el galileo”, a “Simón el mago” (quizá uno de los más famosos mesías, conocido también como “Simón de Gitta”) quien vivió en Samaria en el tiempo de los apóstoles. Reza la leyenda que éste viajó a Roma ante el emperador Claudio para mostrarle sus poderes, y que cuando Simón estaba volando, los apóstoles Pedro y Pablo le pidieron a Dios que detuviera su vuelo. Simón se vino a tierra donde fue apedreado por los allí presentes. Otro mesías fue Barchochebas quien con su discurso y carisma fue reuniendo un contingente que se volvió en un ejército. Barchochebas intentaba liberar a los judíos del poder romano, pero en el año de 179, Adriano, el emperador romano que había sido deificado, encontró en Barchochebas a un competidor, por lo que envió al general Julio Severo a combatirlo. Severo persiguió al ejército de Barchochebas hasta sitiarlo en la ciudad de Birther, donde tras muchos meses lo apresó y lo condenaron a muerte. El emperador Adriano, para evitar nuevas rebeliones judías, apostó guardias en la ciudad de Jerusalén impidiéndoles el paso a los judíos. En la Historia Eclesiástica de Sócrates se hace mención a que en el año 434, en la Isla de Candia, hubo otro mesías que decía ser la encarnación de Moisés resucitado que había vuelto a liberar al pueblo judío. Otro ejemplo fue el de Julián de Palestina en el año 530, quien también reunió un ejército para conquistar a los romanos. En esta ocasión fue el emperador romano Justiniano quien disolvió el movimiento y ejecutó al sublevado. En el siglo XIII, un mesías conocido como David el Ré, también terminó asesinado al encabezar un movimiento de liberación.

Pero sin lugar a dudas, el más fascinante de los falsos mesías fue Sabatei-Sevi, de Alepo, una ciudad al norte de Siria, que nació en 1626. Como sucede con los todos los supuestos mesías, Sevi comenzó a juntar a gran cantidad de gente a su alrededor, y se convirtió en un problema y una amenaza para el poder establecido. En su caso, fueron los jefes de la Sinagoga de Esmirna, en Turquía, quienes al ver lo que provocaba en la gente emitieron una sentencia de muerte contra Sevi. Pero Sevi se las ingenió para huir y marchó hacia Jerusalén, donde conoció a Nathan-Levi, quien se volvió una especie de promotor y representante del supuesto mesías. En Jerusalén se autoproclamó como rey de reyes y libertador de la nación judía. No tardó mucho tiempo en ganar el favor de la gente, pero nuevamente los intereses creados, el poder establecido de la ciudad, lo anatemizó y tuvo que huir de regreso a Esmirna. Nathan-Levi consiguió el apoyo de varios “Judas el galileo” para que lo declararan rey de reyes, pero sus antiguos adversarios de la Sinagoga de Esmirna lo condenaron a ser empalado, esto es, atravesado por una estaca hasta morir. Sevi pidió la protección del Cadi de Esmirna y durante un tiempo se dedicó a pregonar su causa. Se casó tres veces, aunque según sostuvo, ninguno de esos matrimonios se consumó por su calidad divina. Prometió al pueblo judío que conquistaría el Imperio Otomano, y esto le valió que fuera puesto en prisión en el área del estrecho de los Dardanelos. Los judíos publicaron que no temían por su vida porque Sevi era inmortal y no lo podían dañar. Al enterarse de esto, el Sultán de Andrinópolis mandó llevar ante él al supuesto mesías y tras colocarlo en un paredón para ser atravesado por las flechas de sus icoglanes (ayudantes), Sevi confesó que sí era mortal y que Dios lo había enviado para dar testimonio de que la única y verdadera fe era la musulmana. El Sultán de Andrinópolis le perdonó la vida, pero no sin antes azotarlo por despreciable. Así Sevi salvó la existencia y terminó sus días viviendo en los territorios de lo que ahora es Turquía, siendo repudiado por musulmanes y judíos.

El común denominador de estos ejemplos mesiánicos es que hay una necesidad grande de creer en algo que dé sentido a la vida, y estas personas que se auto nombran “elegidos”, “interlocutores de las deidades”, “profetas”, “mensajeros divinos”, “dioses” o “mesías” tienen cabida en nuestras vidas porque representan la resolución al eterno cuestionamiento de por qué estamos vivos y cuál es el sentido de la vida, su propósito. Representan una solución al inextricable misterio que es la vida. ¿Necesitamos que alguien dé sentido al excelso deleite que es vivir la vida consciente de que uno esté vivo? Yo no lo creo así.


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