Guía para adoptar un mexicano / Los inclasificables - LJA Aguascalientes
24/11/2024

A Juan Sánchez Medina (In Memoriam)


En alguna ocasión, sin lugar a dudas, se habrá topado usted con algún mexicano. A la vuelta de la esquina, debajo de la alfombra, en sueños, en algún rellano o descanso, ayer, hoy, formado, a toda prisa, a la vista, entre las hendiduras, desde arriba o desde abajo. Son cosa común por estos lares. Para los que habitan otras latitudes, a quienes me dirijo, y no han corrido con la suerte de conocer o poseer alguno, no desesperen, les deseo que pronto tengan semejante fortuna y espero que estas palabras sirvan como guía puntual y concienzuda y puedan gozar pronto de la dicha de la compañía de un paisano. Los mexicanos son criaturas comunes que tienen la particularidad de creer que son especiales, muy especiales, como todos. Somos singulares, gritan a los cuatro vientos, a la vez que se dan un gran abrazo comunal, en cortito, claro. A la mínima provocación, se quedan sin palabras para hablar de sí mismos, no hay lenguaje tan rico y expresivo, ni lengua tan larga, dicen. No parecen esporas ni bacterias, por ejemplo, ni tienen alas, celestiales u ovíparas. Se reproducen sexualmente, gracias a Dios, de preferencia los viernes, eso sí. No son terrestres ni celestiales. Aquí, afirman con seguridad axiomática y lapidaria, Darwin se equivocó, amén de tantos otros biólogos de menor fama y con afanes clasificadores igual o más compulsivos que los del viejo barbón inglés. No hay nomenclatura que alcance, dicen, ni taxonomía que encaje. Somos inclasificables, piensan con orgullo y lo empuñarían en pie de guerra a no ser porque viven casi toda su vida rodeados de, justamente, puros mexicanos puros. Si fueran libros, se colocarían sin dudar en el estante de los incunables, si fueran letras, serían cursivas, si números, irracionales.

Los que ya poseen un mexicano, saben de qué hablo. Sin embargo, para todos aquellos primerizos, para aquellos que por primera vez adoptarán un mexicano, es necesario tener en cuenta un mar de consideraciones si no se quiere naufragar por el lastre de los desentendidos. La reflexión puntual y primera de lo arriba mencionado es crucial si se quiere adoptar un mexicano. Antes de aceptar cualquier oferta, sin importar su atractivo, dude, sospeche, haga juicios exhaustivos, sopese cada gramo, cada minucia. Para sortear semejante vendaval de esencialismo amorfo, síganse los siguientes primeros pasos:

Primer paso: procure presentarse sin utilizar las fórmulas sociales típicas que rezan “yo soy fulano, ¿y tú eres…?”, pues eso lo dirigirá inexorablemente al terreno de las definiciones, con posibilidades de llegar a pleito barriobajero, y terminará por verse forzado a deshacer la adopción de manera prematura, con todos los trámites que ello conlleva, y a no contar con una radiante fuente de mexicanidad en casa, que no es más que pura felicidad. Decir el nombre propio y luego preguntar por el del otro es peligroso, se estarían poniendo puntos tajantes y categóricos sobre íes polémicas e inciertas, se estaría echando a andar uno de los mecanismos dadores de identidad más puntuales y contundentes: nombrar, nombrarse. Mejor evitarlo, recuerde, la inclasificación es una de las cartas de presentación de los mexicanos, la primera y más usual, quizá.

Segundo paso: deje en el tintero cualquier inquisición genealógica, no olvide que lo que usted está haciendo es una adopción, un borrón y cuenta nueva, es como comenzar a escribir en un cuaderno nuevecito, para ambos, adoptado y adoptante, como en la primaria, sin importar cuán burro fuera, al comienzo del año escolar, los cuadernos y libros sin mácula guardaban la promesa de un futuro conspicuo, parecían prometer desde su limpidez que cualquier persona podía descollar, sin importar su pasado –aunque después ese pasado, como un fardo, volviera a hacer su entrada en las boletas de calificaciones con una tinta roja inculpadora–. Por el momento, mejor limítese a creer que el horizonte está abierto, que respira un aire limpio, que la planta viene en maceta y que aún no ha enraizado, goce como un buen salvaje, ya habrá tiempo de que el ADN patronímico de cada quien irrumpa y encienda incordios con la velocidad de una bomba molotov.

Tercer paso: salude de mano a su nuevo mexicano, apriete con firmeza, pero no despierte al león ni parezca cordero. Sostenga la mirada, pero sin parecer fisgón, tampoco la rehúya con la cabeza gacha como perro regañado. En este paso el timing es cardinal, y éste es un arte congénito. Si usted es tan silvestre que tiene los modos y las manos de un metate o tan exquisito que su andar parece embetunado, mejor no adopte un mexicano, la templanza en el lenguaje corporal, sin exceso ni defecto, es obligada, si no cuenta con ella, recomiendo que evalúe otras opciones de adopción, hombre, que variedad no falta.

Una vez que se ha presentado sin mencionar nombres rimbombantes, castizos o extranjerizantes, ni apellidos de rancia cepa o de dudosa riqueza, felicidades, ha empezado su proceso de adopción con el pie derecho, hay mucho camino por recorrer todavía, sea paciente, en esta columna iremos revisando paso a paso los pormenores a tomar en cuenta para adoptar un mexicano y llegar siempre a feliz puerto, llenos de algarabía, gozo y retozo, que es lo que uno obtiene cuando adopta un mexicano.

Preguntas frecuentes: ¿Es verdad que hay sobreoferta de mexicanos para adopción? Sí. ¿Es verdad que el chupacabras es un tipo de mexicano en vías de extinción? No. ¿Es verdad que en caso de problemas o malfuncionamiento puedo devolver a mi mexicano? Depende.


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