“Moriré y sé que nadie sabrá de mí más tarde,
nadie bajo los últimos, reverdecidos, cielos (…)
Yo quise tejer músicas con mi fuga y fue en vano,
intenté firmes piedras con el humo y la niebla:
duras lunas doraron de burlas mi fracaso,
serenos, crueles dioses desdeñaron mi esfuerzo”.
Eróstrato de William Ospina
Existen muchas maneras de ser recordado y famoso y en algunos casos, pasar a formar parte de la historia. Sin embargo, no todas son positivas ni recomendables, aunque estas últimas sean las más utilizadas por personajes mediocres, que tienen una vida triste, anodina y solitaria y que esconden una gran necesidad de protagonismo.
Si todo se quedara en algo similar a la conducta de ciertos artistas, deportistas o políticos que han sucumbido al culto a la imagen y hacen lo que sea por conseguir notoriedad, no sería tan grave. Lo realmente preocupante es que algunos recurren a la violencia y al asesinato con tal de tener sus cinco minutos de fama. El escritor Miguel de Unamuno escribía que los héroes siempre buscaban la inmortalidad y consideraba que ese deseo de pasar a la posteridad formaba parte de la esencia del ser humano, denominándolo erostratismo.
Eróstrato fue un pastor griego que pasó a la historia por incendiar una de las siete maravillas del mundo, el templo de Artemisa en Éfeso. Por esta razón, Artajerjes lo mandó matar, previa tortura, en la que confesó que lo había hecho para llamar la atención. Después de esto, se prohibió, bajo pena de muerte, que alguien mencionara su nombre y con ello evitar la fama que se proponía con el incendio.
Sin embargo, existe la posibilidad de que conseguir fama no haya sido la única motivación de Eróstrato. Parece más probable que su vida triste y solitaria, cuidando ovejas y con su pobre situación económica, le hayan provocado malestar y rabia ante lo que él consideró un dispendio, la construcción del templo de Artemisa. Claro que eso nunca podremos saberlo ya que una sesión de tortura no da para hacer elucubraciones o psicoanálisis, así que tenemos que aceptar que el humilde pastor sólo quería notoriedad y adquirir prestigio por las malas.
Pues bien, objetivo logrado, porque a pesar de la prohibición de hablar de él, su nombre ha pasado a la historia, sobre todo porque en psicología se denomina complejo de Eróstrato al trastorno que sufre una persona que busca llamar la atención a toda costa. Sin embargo, hay que aclarar que el pastor sólo destruyó algo material, sin dañar a persona alguna o asesinar gente a mansalva. En cambio el personaje de Jean Paul Sartre, en su cuento “Eróstratus” de El Muro (1939) es un asesino más parecido a los que vemos últimamente en las noticias, ya que mataba a sus víctimas con la finalidad de ser famoso.
Esta necesidad que tiene el ser humano de no pasar desapercibido debe haber existido desde siempre, no obstante, hoy día parece haberse acentuado, dado que estamos en la era de las comunicaciones. Cualquier hecho, sobre todo si es negativo, se difunde en cuestión de segundos por todo el mundo, proporcionándole fama inmediata al protagonista. Estamos en la sociedad de la comunicación, es cierto, pero este tipo de actos no debieran tener una difusión tan grande, porque si es fama lo que buscan, con tanta publicidad es justamente lo que se les está brindando.
Nos estamos acostumbrando a noticias donde integrantes del crimen organizado matan y dejan cuerpos desmembrados por doquier; o a jóvenes enloquecidos que disparan a las personas como si de un videojuego se tratara. En estos hechos, el agresor suele morir durante su terrible acto, pero en otras ocasiones es capturado y lo vemos –de nuevo en los medios– en el juicio que se le sigue, con tanta calma y frialdad que asustan. Mientras tanto nos preguntamos la razón que pudo llevar a esta persona a matar gente inocente e instantáneamente justificamos su barbarie apelando a algún trastorno mental; porque no podemos concebir que un ser humano en sus cabales pueda cometer tales atrocidades.
Por si no tuviéramos suficiente con la realidad, se transmiten programas ficticios cargados de violencia y brutalidad, acostumbrando a la audiencia a ver el dolor, la crueldad y la muerte como algo natural, y con ello se corre el riesgo de que, tarde o temprano, algunos se vayan volviendo insensibles al sufrimiento ajeno. Si a esto le agregamos los videojuegos que simulan escenarios donde se mata a otras personas, ya tenemos el cuadro completo de una educación en y para la violencia. Por eso no debiera extrañarnos tanto que un joven tome un arma y la descargue contra otros, porque de alguna manera, ya ha sido entrenado para ello.
Tal vez, detrás de cada uno de esos actos tan espantosos haya un Eróstrato que quiere tener un momento protagónico y con ello satisfacer su necesidad de reconocimiento; sin embargo, estoy convencida de que en realidad se trata de personas que tienen un largo historial de violencia, real o ficticio, cero sensibilidad al dolor ajeno y mucha soledad; por eso habría que analizar con mucho cuidado el entorno en el que los jóvenes se están desarrollando; la educación que están recibiendo; la facilidad con la que algunos acceden a las armas y la atención que las familias están poniendo en su formación.
Twitter: @petrallamas