En pleno jolgorio olímpico resulta difícil eludir la imagen de la carrera de relevos cuando, en varios aspectos, el agotamiento de nuestra vida socioeconómica hace necesario el paso a otra forma de vida, otro sistema, otra cultura. En estos días la población mundial se solaza con el remanso de paz y armonía que para muchos representa la justa olímpica. La emoción compartida al unísono por millones de seres humanos, los comunicadores y mercadólogos lo saben, constituye el elemento catalizador para que ideas, conceptos y mensajes inducidos se conviertan en convicciones colectivamente aceptadas. El día de la inauguración de los juegos quedó muy claro el sutil mensaje –pero no por eso menos poderoso– del imperio, –ni necesariamente exclusivo– de la Gran Bretaña, del pensamiento único, de la cultura que de alguna manera se ha introducido en miles de millones de casas alrededor de todo el mundo. La forma de vida, las aspiraciones, los afanes de quienes viven en esta aldea global, se asemejan tanto que parecen borrar fronteras y, casualmente, provienen de la misma metrópoli.
Detrás de la vorágine de emociones, de las estridentes voces de locutores de una televisión ávida sólo de la ganancia monetaria, el observador cuidadoso puede descubrir cómo pasan a segundo término, o incluso se borran del todo, las tragedias sociales y económicas que el sistema único de pensamiento ha traído consigo. Desde la otrora capital de la élite financiera-económica, y aún sólido bastión de la cultura preponderante, se refrendan los valores del mercado avasallante y el consumismo voraz. El mercado, en el que se defiende la libertad individual por encima de la equidad y donde el ser humano y los recursos de vida se supeditan al dinero, se convierte en ámbito natural de acción del capitalismo salvajemente voraz. La crisis económica que viven hoy todos los países del mundo que gravitan en la órbita del capitalismo global, establece el patrón que se refuerza bajo el manto encubridor del olimpismo. Ese patrón uniforme de valores económicos que construye entornos culturales y programas políticos, donde entre honradez y dinero, lo segundo desplaza a lo primero.
Con ayuda de la emoción, el deporte-negocio, el encanto de la nobleza, y donde no la hay, el encanto de la dupla político artística, la televisión construye mágicos momentos para olvidar la tragedia cotidiana creada por el mismo sistema al que nos induce a adorar. Sin embargo, cuando más parece dominar el pensamiento global con la visión unidireccional; cuando a través de la televisión el poder del dinero y su élite parecen controlar la cultura y la conciencia colectiva, las nuevas generaciones descubren sus pies de barro. A través de ese resquicio mediático llamado Internet que, a pesar de ávidos intentos legales, la élite no ha podido cooptar ni coaccionar en su totalidad, los jóvenes del mundo y, en particular de ese México que parecía dócilmente adormilado, demandan ya tomar la estafeta para construir un nuevo futuro.
En esa maravillosa expresión que todos y nadie han denominado como movimiento #YoSoy132, los jóvenes denuncian lo que ellos llaman la sujeción colonialista de la cultura transnacional. Ejerciendo su derecho de expresión libre y pacífica, emprenden el sendero de la lucha y manifiestan su decisión de “caminar hacia adelante y nunca volver atrás.” A través de su blog http://www.yosoy132media.org/ declaran al dar a conocer su agenda: “con nuestros puños romperemos esos muros, nuestro grito retumbará en sus oídos sordos y cimbrará los cimientos de su estructura. Nosotros, los que hemos salido a las calles, mediante la concientización, politización y organización del pueblo, con el poder de su cohesión y unidad, lucharemos. Lucharemos por conseguir derribar sus pilares; entre todos construiremos la democracia auténtica de México y nuestro futuro.”
Dicha agenda, que ellos llaman programa de lucha, se expresa en un muy amplio propósito de reconstrucción nacional centrado en seis ámbitos de transformación, que representa un verdadero llamado a la evolución, más que a una revolución, que tanto había tardado en llegar:
- Democratización y transformación de los medios de comunicación, información y difusión.
- Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico.
- Cambio en el modelo económico neoliberal.
- Cambio en el modelo de seguridad nacional y justicia.
- Transformación política y vinculación con movimientos sociales.
- Pleno cumplimiento del derecho a la salud consagrado en nuestra Constitución y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales.
Es un manifiesto para la irrupción ciudadana que se generó espontáneamente, pero con un largo tiempo de gestación, por un proceso electoral vacuo, insulso y tradicional a la Presidencia de la República. Los jóvenes son los que han tomado por propia voluntad en sus manos, sin liderazgos personalistas y con total apertura, invitando a toda la sociedad –invitándonos a especialistas en diversos campos– a construir juntos ese nuevo futuro.
Es una fuerza ciudadana cuya principal motivación es ir más allá de continuar siendo un simple elector o espectador. Llama a rebasar los intereses de los partidos, para posicionar la agenda ciudadana, exigir y vigilar que se cumplan los compromisos de las campañas de todos los candidatos y candidatas y los partidos políticos que los postulan.
Esta demanda de cambio de estafeta habla de un México con enorme potencial. Los 131 jóvenes que despertaron un vigoroso, contestatario y necesario movimiento nos hacen creer en un México nuevo y posible que antes tendrá que enfrentar lo viejo, lo más rancio, cuya prevalencia o decadencia se evidenciará pronto en el veredicto del Tribunal Electoral respecto a la elección presidencial.
Twitter: @jlgutierrez