Hace 20 años apareció en las salas cinematográficas de Japón Porco Rosso (1992) una película de animación de Miyasaki. Llegó en una época que la guerra se cernía de manera violenta en el mundo, los conflictos civiles de la ex Yugoslavia sacudían las conciencias de los ciudadanos, en especial de aquéllos con una clara vocación de paz, como la del gran cineasta japonés, por ello su argumento tiene tintes pacifistas. Ambientada en un periodo de entreguerras, los primeros años después de la Primera Guerra Mundial, la quinta película de los míticos estudios Ghibli trata de un piloto de un hidroavión, desertor del ejército italiano, vive solo, alejado en una isla desierta y se dedica a cazar recompensas y a combatir a unos singulares piratas llamados los Mamma Aiutos. Su condición es particular: un hechizo lo transformó de hombre a puerco. Ocasionalmente asiste al bar de una hermosa mujer llamada Madame Gina; ella está enamorada de Rosso, sin embargo él prefiere vivir apartado, decepcionado de la humanidad.
La cinta hace énfasis en la gran depresión de los veinte, el dinero no vale lo de antes, para poder pagar la compostura de su avión necesita enormes montones de billetes; hasta los piratas necesitan pedir préstamos al banco. Las ideas de comunidad y solidaridad de Miyasaki salen a relucir de nueva cuenta, en aquel mundo de crisis económica, hay una fábrica donde el cerdo lleva a arreglar su avión, es una empresa muy particular, sólo trabajan mujeres, todos los hombres emigraron a buscar trabajo y el dueño del taller las emplea para que puedan sobrevivir, antes de comer el propietario da las gracias a dios por darles trabajo y pide perdón por usar las manos de mujeres para hacer aviones de guerra.
Como todas sus películas, la linda historia del también director de la ganadora del Oscar El viaje de Chihiro (2001) es un ejemplo de excelente cine para niños: animación excepcional, es divertida, pero además muestra valores como el amor, la tolerancia, la diferencia y un largo etcétera. Tal vez lo que más se agradece al director es que evita caer en los maniqueísmos del cine Disney, sus personajes son muy humanos, con matices que no los transforman en buenos o malos.
Y obvio desde el ambiente jurídico los conflictos salen a relucir: su transformación de humano a cerdo no sólo es una metáfora del rechazo de un piloto que vivió los horrores de la guerra (perdió a varios de sus amigos) no sólo implica una enorme desesperanza, en el fondo es un apátrida que renunció a su nacionalidad, se despegó de los códigos de conducta que rigen a los hombres; de esta forma rechaza la norma y las barreras legales que imponen derechos y obligaciones en relación al lugar de nacimiento, dice “no soy una persona en este país… la ley no aplica para los cerdos”. Esa época de la Italia fascista, además de ser desertor, Rosso es el ejemplo de la diferencia, es cazarrecompensas y no es humano. Por ello es perseguido por la policía que le acusa de toda clase de delitos, “hay ordenes contra ti, por traición, traspaso, decadencia, pornografía, y por ser un cerdo flojo”. Un amigo le pide regresar a la fuerza área, unirse de nuevo al gobierno, su respuesta no puede ser más lacónica, “prefiero ser un cerdo que un fascista”. De hecho toda la película será un divertido juego de palabras con su condición de cerdo, como cuando vuela con él una linda copiloto y retoma las palabras bíblicas: “no tires las perlas a los cerdos” (Mateo 7:6).
Después de una competencia donde sale triunfador, Porco huye de la humanidad, deja atrás a esos simpáticos piratas que más bien parecen sus amigos, deja atrás a la bellísima Gina a pesar de que ella está enamorada de él, olvida a la linda niña que fue un tiempo su copiloto: no se le vuelve a ver, reza el narrador casi al final de la cinta. Con ello pareciera que Porco Rosso definitivamente se decepcionó del ser humano y siguió en la soledad de su condición de cerdo. Sin embargo, la canción emblemática de la cinta (melodía francesa nacida durante la Comuna de Paris) Le temps des cérises, parece indicarnos que siempre hay esperanza.