Atrapados en ámbar / Ricardo Esquer en LJA - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En  las pasadas elecciones triunfó el conservadurismo. Después del sueño en que nos envolvieron las campañas políticas con promesas de soluciones para nuestros más graves problemas a cambio de sufragios, volvemos a la vigilia. Difícilmente se recuerda la mención de los asuntos culturales en las campañas, y más a propósito de los hábitos de los candidatos que de los programas de sus partidos. Alguna vez Enrique Peña Nieto (EPN) habló de convertirnos en potencia cultural mundial; conviene preguntar qué podemos entender al respecto.

El Estado mexicano tiene una larga tradición de apoyo al arte y la cultura, a través de las instituciones de los tres niveles de gobierno, que durante siete décadas del siglo pasado estuvieron en manos del partido que vuelve al poder. En el mejor escenario, el próximo Gobierno Federal tratará de cumplir sus promesas de campaña mediante antiguas prácticas de promoción cultural. Nada indica que la alternancia haya transformado la concepción de cultura predominante.

En sus programas de acción, los principales partidos políticos exhiben ideas anacrónicas de cultura. El PAN no va más allá de la educación y se queda en la declaración de la libertad de pensamiento y expresión, sin más límites que la moral y el bien común. El PRD incluye el derecho a la cultura entre las garantías que el Estado debe ofrecer a los ciudadanos, con equidad, respeto y tolerancia. Finalmente, el PRI menciona el fomento cultural como política pública incluyente, en un marco legislativo adecuado a la creación, promoción, difusión y enseñanza. Muy interesante, pero ninguno relaciona las actividades culturales con la producción de riqueza económica ni bienestar social. No incorporan las actividades culturales al desarrollo del país.

Y mientras los ganadores celebran su regreso, los perdedores se reagrupan en resignados que vuelven al redil e inconformes que buscan en la calle una certeza que no les ofreció el 2 de julio. No se encontró la posibilidad de explorar una alternativa inédita y el conservadurismo triunfó sobre la actualización de nuestro sistema político.

Y he aquí que nos descubrimos inmersos en una gota de ámbar, para una posteridad museográfica, que simula el brillo de un sol ya apagado para un hambre de luz actual. Las movilizaciones colectivas responden precisamente a la distancia entre los ciudadanos y sus representantes ante las instituciones. Esa llanura conceptual tiene su correlato funcional en la experiencia social, donde todo el entusiasmo puesto en la militancia activa resulta insuficiente para salir del llano en sombras. Al rechazar la realidad vendida por los dueños del poder, se recuerda que la plena representación de la ciudadanía en las instancias del poder sigue pendiente.

Triunfó el conservadurismo de los partidos políticos, atrapados en una vida artificial, fuertemente protegida por un caudaloso presupuesto pero constantemente amenazada por su divorcio de la vida colectiva. Los votos del conformismo y el miedo a explorar horizontes desconocidos, en cambio, provienen de un animado escenario social, donde los ganadores arman su teatro y los inconformes dan señales de querer echarlo abajo. Entre la fe ciega en las instituciones y la desobediencia civil, la resistencia ante las opciones no exploradas sólo beneficia a la engañosa continuidad del sistema político.

Entre las amplias parcelas de la vida colectiva que permanecen ajenas a los programas de los partidos, la cultural se caracteriza por las limitaciones mencionadas. Trabados en la lucha por el poder, pierden de vista las necesidades culturales de la sociedad, que por su parte se aleja cada vez más de las instituciones que deberían promover su satisfacción. Por otro lado, la falta de organizaciones que representen los intereses culturales de la sociedad civil y el clientelismo de los partidos políticos impiden el surgimiento de expresiones adecuadas a nuestra diversidad cultural.

Y aunque México suscribe acuerdos internacionales para el desarrollo cultural y humano que contribuyen a mostrar un rostro muy prometedor ante el mundo global, dentro de nuestras fronteras los hechos hablan de grandes rezagos. En las últimas décadas se han incorporado diversas prácticas culturales a los programas oficiales, conservando para ellas el mismo tratamiento que para las expresiones más convencionales de la llamada alta cultura. Pero separarlas de su entorno inmediato no basta para otorgarles valores artísticos; en cambio, se desconoce su dimensión económica y su significación social.

En su artículo del domingo 15 en La Jornada Aguascalientes, Otto Granados considera propicio el momento presente para evaluar la política pública mexicana, mejorar el funcionamiento de las instituciones que la ejecutan, el diseño de la toma de decisiones, los incentivos para atraer recursos privados a las industrias culturales, diversificar la oferta y profesionalizar la gestión cultural.


De acuerdo. Pero sin concepciones de cultura que involucren una mayor vinculación con la vida colectiva, las estrecheces conceptuales de los partidos políticos y de las instituciones establecidas seguirán aprovechando la falta de mediación entre la ciudadanía y la institucionalidad para mantenernos atrapados en esta burbuja de resina.

 

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