Este 14 de julio se cumplió un aniversario más del natalicio de Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che, quien sigue siendo un símbolo de las luchas ideológicas en las generaciones posteriores; un heraldo del pensamiento latinoamericano sin barreras ni fronteras, el fantasma del Che como un viajero fronterizo sin visas ni pasaportes, está atrapado a la mitad de un puente generacional entre unos jóvenes que saben muy poco de él, pero que lo intuyen como el gran comandante y abuelo rojo de la utopía. El Che sigue en la memoria de muchas generaciones y es el estandarte de una revolución latinoamericana que por más que parezca imposible, sigue siendo absolutamente necesaria.
Es indudable que los grandes personajes de la historia han hecho mucho a favor de la humanidad, mínimo en los lugares a los que pertenecen, pero también es cierto que han ocultado su rostro humano verdadero; la historia ha sido imparcial en la mayoría de los casos, porque estigmatiza a los héroes, los vuelve semidioses y ejemplo invaluable para las nuevas generaciones. Ernesto Guevara es indudablemente un ícono para la historia mundial, porque su lucha y ejemplo como persona marcó un hito en la forma de hacer política para los países latinoamericanos y de otros lugares; asimismo, hizo temblar al poder político y económico de su época y lo sigue haciendo con la herencia ideológica que dejó en las generaciones posteriores. El mundo necesita muchos Che Guevara más, perseverantes, tenaces, interesados en el progreso comunitario, críticos y leales a sus principios, pero también capaces de entender que el mundo cambia y hay que dejarlo en manos de las nuevas generaciones.
Nacido un 14 de julio de 1928 en Caraguatay, Misiones, sus padres Ernesto Guevara Linch y Celia de la Serna se establecen en la ciudad de Rosario, Argentina, pero tienen que emigrar constantemente por los padecimientos de asma de Ernesto y se establecen definitivamente en la ciudad de Córdova, lugar de clima seco que favorecería a la salud de su hijo. Su infancia no fue como la de cualquier otro niño, el asma fue la causa para no asistir regularmente a la escuela. Su madre Celia se convirtió en su mejor maestra, a través de quien aprendió a leer y escribir y quien lo motivó a la lectura; tenía gusto por las obras de Julio Verne, Horacio Quiroga, Emilio Salgari; sus escritores y poetas preferidos eran Antonio Machado, Federico García Lorca y Charles Baudelaire; tenía además una afición por el ajedrez. Por ser el primogénito, Ernesto fue testigo del nacimiento de sus cuatro hermanos: Celia, Roberto, Ana María y Juan Martín, a los que quería mucho, pero no al grado de que alguno pudiera suplir a su madre como confidente y amiga.
En la escuela Funes, durante su formación secundaria de tradición liberal en su natal Argentina, conoció a quienes serían sus amigos y marcaron parte de su vida aventurera, y que en realidad le dieron el toque a su destino como idealista en contra de las injusticias: Jorge y Carlos Calica Ferrer, Gustavo Roca, Tomás y Alberto Granado, con quienes desarrolló sus habilidades para jugar al rugby y donde se ganó el apodo de Chancho, por llevar la misma ropa durante toda la semana.
Entre la lectura de libros en materia médica, novelas y teoría política o tratados de psiquiatría, el joven Ernesto alimentaba sus aficiones por la lectura, una práctica que lo relajaba cuando no dedicaba su tiempo a jugar futbol, natación, rugby o ajedrez. Sus aventuras por el mundo arrancaron en los años 50. Durante sus viajes tuvo a su amiga Tita Infante como su confidente, asimismo su amor platónico, una joven de la aristocracia cordobesa. María del Carmen Ferreira, Chichina, fue un amor que sobrevivió más por cartas que por visitas personales, debido a sus ocupaciones constantes. Éstas consistían en la aventura por conocer la América que tanto admiraba y por la que tenía un asombro de su cultura, por lo inusitado de sus pueblos, pero sobre todo en conocer las regiones más pobres. Es aquí donde nace su verdadero yo, hasta llegar a donde la historia lo tiene, como el gran idealista de las causas nobles hacia los más necesitados, por los que tanto luchó, junto con su identidad latinoamericanista, sin fronteras ni barreras.
En el entorno familiar estaba impresionado por los refugiados de la Guerra Civil Española y por la larga crisis política de Argentina, que culminó con la dictadura de Juan Domingo Perón, a la cual el matrimonio Guevara Serna estuvo opuesto; estos eventos e influencia produjeron en el joven Ernesto un rechazo a la pantomima de la democracia parlamentaria y partidista, a la oligarquía capitalista y, sobre todo, al imperialismo norteamericano. Aunque sus padres, notablemente su madre, fueron activistas antiperonistas, Ernesto no tomó parte en movimientos estudiantiles; mostró poco interés en la política estando en la Universidad de Buenos Aires, por el año de 1947, donde estudió medicina, primero para entender su enfermedad y también interesado en la lepra.
En 1949 realizó las primeras jornadas, explorando el norte de Argentina en su bicimoto, estando en contacto con los pobres y los pocos sobrevivientes de las tribus indias. Posteriormente, en 1951, después de sus penúltimos exámenes para terminar la carrera de médico, realizó una travesía más larga, acompañado de su amigo Alberto Granado a bordo de su motocicleta, a la que bautizaron como “la poderosa”. Recorrieron el sur de Argentina, Chile, Perú (en donde trabajaron los dos alegres compadres en el leprosario de San Pablo), Colombia, Venezuela y, finalmente, su última parada en Miami, de donde regresó a Argentina para terminar su carrera de médico, especializándose en dermatología.
Por su apariencia salvaje, romántica y revolucionaria, el Che se convirtió en una leyenda y un ídolo para los jóvenes revolucionarios de todo el mundo; un ejemplo de lucha y revolución como única esperanza para acabar con la explotación capitalista y conseguir la construcción de una sociedad más justa e igualitaria; se considera el teórico de la creación de El hombre nuevo, como una condición necesaria para el fortalecimiento de las revoluciones en el mundo.
Esta breve semblanza de una pequeña parte de su vida marcó lo que posteriormente el destino le tenía guardado: ser un revolucionario en toda la extensión de la palabra. A la fecha es considerado por muchos como un mito, sí, pero un mito hecho realidad que marcó la otra y verdadera forma de hacer política; luchar por la reivindicación de los pueblos oprimidos y por la justicia social, que al final de cuentas es lo que vale. La historia a cada quién pone en su lugar, hay que predicar con el ejemplo y hacer valer lo que se dice con lo que se hace; ésa es la diferencia, y el Che fue un fiel ejemplo, por esto hay que leer y entender la historia, pero la verdadera historia, no la maquillada por los que ostentan el poder. Algún día seremos libres: “aquí va un soldado de América” fue la frase que lo convirtió en el guerrillero inmortal de la estrella y la boina. Ojalá muchos siguiéramos su ejemplo para el bien de la humanidad.
Por mi raza hablará el espíritu.