Tarde fue de toros en la Monumental de Madrid. Semana torista y la han honrado y justificado los criadores, propiamente dicho. Así se vio por los cuadros que hicieron monitores cibernéticos y así lo mandó gente de toros.
Aquél fue un encierro cuajado, de buenos piensos, de armas bien puestas y desarrolladas. Era ayer la vigésima tercera de San Isidro y al escenario irrumpieron seis bovinos que, además de su presencia, emocionaron con su primer tercio formidable, de ataque bravo y entero. Los seis, sí, los seis fueron aplaudidos cuando eran llevados sus restos al desolladero.
Y enfundados en seda y oro, pero con alma de guerreros antañones estuvieron tratando de cumplir un Rafaelillo que le pegó hasta tres varas a su primero, lo que le hizo quedarse vacío en la muleta. Al cuarto -un torazo- no quiso ni olerlo; igualmente, un Luis Bolívar mejor dispuesto y aguerrido, dando para ello su esfuerzo, que lamentablemente no le fue entendido, menos agradecido por un público que le tiene cierto recelo personal y un Javier Castaño que antes de ser conmocionado luchó sin hallar la meta. Estoqueó a su listo agresor y pasó a la enfermería de donde ya no retornó y en donde también extendieron este parte: “Traumatismo craneal y cervical. Conmoción cerebral. Pendiente de estudio radiológico. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia. Fdo. Dr. García Padrós”.
Dicho está y mejor entramado, la tarde fue de Cuadri: “José Escobar Huertas, mayoral de la dehesa, salió a saludar a la concurrencia al terminar la función”.