Para quienes más cerca estamos del imperio estadounidense, más claro debemos tener que éste considera materia de su Seguridad Nacional no sólo lo que puede significar un riesgo dentro de su territorio, sino todo aquello que pudiera afectar sus intereses en cualquier parte del mundo. Este ruin afán de dominio mercantil lo expresó fielmente el exsecretario de Estado y hermano del director de la CIA, John Foster Dulles, en su descarnada frase: “Estados Unidos no tiene amigos; tiene intereses”.
Ahora, seis décadas después, en el ocaso de su etapa imperial, cuando le está resultando cada vez más difícil saquear al resto del mundo, Estados Unidos tendrá que replegarse a su continente con el objeto de asegurar para su beneficio los recursos de América Latina, “patio trasero” al que considera de su propiedad desde que Monroe lanzó, en 1823, su insolente proclama de “América para los americanos”.
Uno de los instrumentos que está utilizando para profundizar su dominio en su última zona de influencia es su Ley de Seguridad Nacional, porque con esa ley y las correspondientes reformas a la normatividad reglamentaria, se otorga mayor peso al Poder Ejecutivo en detrimento del Judicial, rompiéndose así el equilibrio republicano para caer en el autoritarismo o incluso en el totalitarismo transgresor de las garantías ciudadanas; si a ello agregamos -en el caso de México- el deterioro económico provocado por el saqueo neoliberal por parte del capital extranjero; más la profundización de la pobreza derivada del derroche gigantesco en una guerra que por no ser nuestra está perdida de antemano, lo que tenemos como consecuencia es la desestabilización social y política que el imperio requiere como pretexto para intervenir -ya sea en forma directa o encubierta y no por ser comunistas sino por ser “fallidos” en la lucha contra el narco también impuesta por él- a fin de apoderarse de todos los puntos de control para hundirnos en el coloniaje más abyecto.
En su tarea de colombianizar a México, el dócil gobierno de Vicente Fox se apresuró a copiar la Homeland Security Act of 2002 (Ley de Seguridad Nacional de 2002) apenas a dos años cumplidos de su promulgación en Estados Unidos. Gracias a la minoría de patriotas en nuestro Poder Legislativo, los Miramones y Mejías del siglo XXI se anotaron un sonoro triunfo al dar un paso formidable en la entrega de nuestra soberanía al imperio, apartándonos así de los países hermanos que antes reconocían la heroica resistencia de México a las agresiones imperiales y su esfuerzo permanente por construir la integración de nuestra Región Latinoamericana.
¿Qué tan grave fue el paso que dio el “licenciado” Fox al promover y promulgar esa ley? Júzguelo por usted mismo:
El documento se llama Ley de Seguridad Nacional y fue promulgado el 31 de enero del 2005. Para leerlo completo se requiere preparar el estómago para la cantidad de sandeces que hay que tragarse, de las cuales sería tan prolijo como inútil pretender hacer un resumen.
Lo que haremos es señalar algunos detalles particulares y una interpretación general con lo que, juzgo, basta y sobra:
El artículo 1 de esa Ley, dice que se entienden “por Seguridad Nacional… las acciones destinadas de manera inmediata y directa a mantener la integridad, estabilidad y permanencia del Estado Mexicano”
No con esos términos, pero nuestra Constitución tiene previstas, desde su creación, las medidas necesarias para la defensa de la patria. Crear una nueva ley para decir lo mismo es redundante y por tanto ocioso.
Entre las “acciones destinadas de manera inmediata y directa a mantener la integridad, estabilidad y permanencia del Estado Mexicano”, menciona:
“I. La protección de la nación mexicana frente a las amenazas y riesgos que enfrente nuestro país;”
Pero se queda en esa vaguedad, sin dar el más mínimo indicio acerca de la procedencia de esos peligros que nos obligaran a tomar medidas tan urgentes y perentorias.
En el mismo artículo 1 nos plantea otras acciones:
“II. La preservación de la soberanía e independencia nacionales y la defensa del territorio;”
“V. La defensa legítima del Estado Mexicano respecto de otros Estados o sujetos de derecho internacional”.
Como aquí tampoco nos da pista alguna acerca de cuál nación extranjera podría atentar contra nuestra soberanía e independencia le invitaría a usted, amable lector, para que tratáramos de identificar una nación que pudiera significar un peligro para nosotros. Nuestra historia nos dice que España sometió a las principales culturas americanas durante tres siglos; en el siglo XIX sufrimos dos invasiones de Francia, de las cuales la de 1838 tuvo solución rápida y relativamente pacífica; la de Maximiliano fue sangrienta, pero el ejército más poderoso del mundo tuvo que retirarse sin lograr su propósito; solamente nos falta un país que veremos en nuestra próxima entrega.
(Continuará)
Aguascalientes, México, América Latina