Cuando el que esta cuartilla escribe era apenas un chaval que intentaba entrar a la edad de la razón, las visitas a la casa de quien fuera administrador de la legendaria Miura mexicana, Don Eliseo Rubalcaba, se marcaban frecuentemente en el calendario. Aquel hogar adherido a la finca taurómaca del barrio de San Marcos de Aguascalientes me parecía un pequeño cosmos de sorpresas y maravillas; la gentileza y educación del anfitrión, que observaba el ritual antañón para recibir a sus huéspedes, daba al color del ambiente un tinte majestuoso.
El espacio de la sala, hoy tan pequeño, era entonces para mí un gigantesco museo que en cada rincón tenía pedestales sobre los que había objetos que me parecían de cuento y fábula. De entre aquella serie de artículos, manufacturados la mayoría por el señor de casa, miniaturas exquisitas incluidas, me llamaba la atención una columna esbelta como la más bella de las mujeres, en cuyo pináculo se sostenía por milagro de equilibrio la efigie de un libro.
Cuando ya comenzaba a leer oraciones, un día aquel señor inolvidable me tomó en brazos, me levantó hasta el nivel de semejante libro y me hizo deletrear lo que en relieve simétrico y fino decía sobre ambas páginas que tenían cuerpo de cantera: “Es puerta de la luz un libro abierto”.
Sí, después de tantos años las ocho palabras ordenadas y engarzadas por las armillas de la gramática y sus normas, que en complicidad con la filosofía se inmolan para ofrecer al hombre la claridad de entendimiento, un poco las he comprendido.
La literatura en la existencia de la humanidad ha representado su propia vida; sus historias, sus éxitos, sus fracasos. En cada precario pergamino, papiro y hoja han quedado suspendidas todas sus diligencias y las consecuencias de éstas. Es la radiografía de las entrañas más escondidas.
Los libros ennoblecen al hombre. Será más y de mayores magnitudes su trascendencia en el ser humano.
Los hay de todos temas, buenos, regulares y malos –éstos, lo menos que dejarán será la enseñanza natural de desechar las incorrecciones-. En casi todas las ciudades se levanta en buen sitio alguna librería, así de nuevo como de usado; en ellas se encuentran ediciones para cualquier preferencia. Ferias de libro están ofrecidas a lo extenso del año en distintas manchas urbanas. Buenos escritores, gigantes más bien, han nacido muchos bajo este cobalto cielo imponente y sobre esta tierra brava y linda; pero muy para dolor de eso, México no se distingue en el mundo precisamente por ser un país de lectores. De la esquelética comunidad lectora nacional, destaca la que afectada por el morbo agudo lee la parte roja de los diarios y la que en borreguna y “noble” actitud “traga” las hojas rosas de las revistas que se dedican a enriquecerse ofendiendo al intelecto con ordinarias, absurdas e intrascendentes “noticias”. Remitidos al planeta de la aritmética y amparados bajo la verdad del inciso estadístico, el promedio de libros que lee un patriota al año es para causar el llanto más lastimero.
Y hay más: de esas publicaciones leídas ¿Cuántas serán de tema tauromáquico?
Son extraños por su ausencia los tratados de tauromaquia en el universo del libro, y en México se acentúa esa condición en comparación con España, pese a que está la organización de Bibliófilos Taurinos de México (BTM). Esto es motivo para que los aficionados cultos se lamenten y se quejen de dolencias legítimas. Si en Iberia cada año son editados cien títulos –la cantidad es figurada-, en nuestro país quizás no llegue ni al veinte por ciento en relación con esta cifra, y no porque no tengamos buenos tinteros, sino básicamente por dos asuntos que detienen el engranaje de las impresoras: la escasa cantidad de consumidores, lo que no provoca que se justifiquen tirajes abundantes y variados, y el casi nulo apoyo económico de instituciones, así gubernamentales como privadas. Encájese ahí a las mismas editoriales.
Otra afección de la cultura taurina es la pobreza actual de revistas. De circulación nacional no aparece ningún registro y de local algunas; sin embargo y lamentablemente, la política de la mayoría de ellas es ampliar y “enaltecer” las relaciones sociales entre los individuos que tienen participación directa en el desarrollo de la fiesta, y no de utilizar el medio como arma fabulosa para apuntalar y desarrollar el criterio entre los lectores. Menos de generar opinión y polémica. Tampoco se aprovecha ni explota la riquísima mina de historia, arte, plástica y tragedia que ofrece el espectáculo.
Así, no sólo la madre tauromaquia mexicana vive una crisis en su parte diligente, sino que la sorda caminata que lleva, y cada día más lenta, traza una ralla paralela con su perfil cultural.