Los mercachifles de la superación personal suelen recurrir a la simplificación para elaborar recetas infalibles que venden como verdades absolutas, instrucciones que si se siguen paso a paso tienen como consecuencia inevitable lograr el éxito.
De un tiempo a la fecha, está de moda que a esas recetas se les agregue la etiqueta de “inteligente”, es tal el prestigio de la palabra, que ni siquiera hay que tomarse la molestia de definir a qué se hace referencia, basta señalar que lo es para dar por sentado su efectividad.
Brains are sexy dicen también, y sí, nada más atractivo que ser deslumbrado por la inteligencia del otro, pocas cosas más estimulantes que ser testigo de la capacidad del otro, casi siempre en una conversación de comprender, conectar conceptos, resolver problemas, glosar hábilmente y mostrar las correspondencias entre hechos y causas.
Etiquetar algo como “inteligente” no puede fallar.
Sin embargo, se ha abusado de la etiqueta, al grado que se confunde con inteligencia cualquier muestra de ingenio. Una pregunta válida sería, ¿cómo sabemos que el otro es inteligente?, es decir, no bastaría con que aparentara tener todas las cualidades arriba enunciadas, tendrían que tener sentido, porque de nada sirve una perorata llena de referencias si no resuelve el problema, si no arroja luz sobre un hecho.
Con las herramientas que brinda el avance tecnológico, cada vez es más sencillo hacerse el inteligente, basta saber buscar la información en la red y ordenarla, voilà, ya se aparenta la inteligencia, ya en vivo y a todo color se tienen que ensayar los gestos y pausas que permitan salir al paso de las preguntas directas, agregar unas cuantas poses y aclarar la garganta continuamente para hacer notar que se reflexiona profundamente acerca de algo, cuando en realidad se grita desesperado por una conexión que permita preguntarle a Google.
No tengo la respuesta a cómo saber que alguien es inteligente, creo que varía de acuerdo a la circunstancia específica, pero sí es fácil detectar a un cretino, más tarde que temprano tropieza con su falta de habilidad y deja a la vista que está actuando. El tema de cómo detectar un cretino se ha vuelto un argumento de mi conversación reciente por la proximidad de las elecciones, a medida que se acerca el 1 de julio, aumenta la frecuencia con que las conversaciones en la calle, mesas y viviendas derivan hacia la pregunta ¿por quién vas a votar?
Como aún no sé a qué candidato le voy a dar mi voto y me encanta el papel de abogado del diablo, he tenido la oportunidad de hacer la defensa de tres de ellos, cuando alguien me dice que el cuchi cuchi, con qué dinero ha recorrido el país en los últimos seis años o si conozco los vínculos satánicos con las fuerzas del mal, recurro a la realidad. ¿Qué es lo que realmente puede hacer quien es elegido para presidente?, ¿qué facultades le otorga la Constitución (Artículo 89) y qué sí, qué no, está en sus manos?, lo anterior con la intención de dimensionar las críticas que se hacen a los candidatos del PAN, PRI y las izquierdas.
Suele tener éxito la estrategia, llevo la conversación hacia el tema que prefiero discutir, ¿por qué no estamos poniendo atención a qué legisladores estamos eligiendo? Lo que no he podido lograr, es defender a Gabriel Quadri, el candidato de Nueva Alianza me parece un ejemplar digno de ilustrar la palabra cretino en una enciclopedia.
Una declaración. La Jornada publicó el viernes 15 de junio la nota “Quadri quiere que Peña Nieto decline a su favor” (http://goo.gl/TSFkY), de ahí tomo la siguiente declaración del candidato de Nueva Alianza:
“Yo espero que la maestra Elba Esther, que es líder sindical del gremio más importante de América Latina y del sindicato más poderoso de México, le pida a Enrique Peña Nieto que decline (por mí), ella puede pedirle en forma realista, en beneficio del país, además ellos son correligionarios, ella estuvo, y creo que no ha renunciado de manera formal al PRI, entonces ella puede fácilmente pedirle a Enrique Peña Nieto que decline”.
Sí, el cuchi cuchi, las pelucas con copete y las pifias necias de los otros candidatos han bajado a nivel de payasada las campañas, pero ninguno de los tres es tan peligroso como Quadri, porque es una muestra clara de la banalización de los asuntos públicos con intención electorera. Los desaciertos de Andrés Manuel, Peña Nieto y Vázquez Mota, considero, son resultado de malas estrategias (y sí, muestras del carácter personal de cada uno), pero lo del neoaliancista le pega directa e intencionadamente al electorado, a la posibilidad de participación ciudadana, al hacer de la payasada y la ocurrencia, la provocación y el engaño, la forma de llevar una campaña, eso sí, encubierto bajo la palabra “inteligente”.
Quadri no representa ni a los ciudadanos, ni a los académicos, ni a los libres. Es un ejemplo claro de la necesidad de recomponer el régimen de partidos.
Se acaba el espacio de esta columna y es necesario aclarar el título de la misma, una manera de subrayar que la combinación de elementos llamativos no logran que un producto (en este caso un candidato) sea el mejor. Sí, lo vuelven atractivo, pero sólo de manera superficial y no resiste el mínimo análisis. Para conseguir que un texto llame la atención a los algoritmos que sugieren respuestas a las búsquedas en Google, basta colocar los temas “candentes”, entre los clásicos (me indica un experto) están: sexo gratis, BritneySpears, dinero fácil y Lady Gaga. Es el caso de Gabriel Quadri, pero aunque la mona se vista de seda…
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