He de confesarlo, mis actividades no pueden comenzar de mejor manera por las mañanas que tomando una buena taza de café, en excelente compañía, y si se puede, un poco de música. La sensación de morder los granitos molidos al final es la dosis de energía que me hace estar listo y muy de buenas. Un poco de información matutina también me acompaña; un vistazo a las redes sociales y listo para saber qué piensa la gente no sólo de nuestra tierra, sino del mundo entero. El típico sarcasmo e ironía que poseemos los mexicanos, tomándolo con filosofía, más de una carcajada te logran sacar. Y es que las cosas no las podemos tomar tan a pecho, no son asuntos personales, deben recibirse de quien vienen y acorde a los tiempos en los que vivimos.
Mi padre siempre dijo: “Si todos nos respetáramos, los males del mundo desaparecerían”. Y con esa idea he tratado de guiar mi vida; ofrezco respeto, y fomento que las personas a mi alrededor lo hagan. No encuentro una manera mejor de conducirme que en la enriquecedora experiencia que te brinda conocer y valorar las diferencias que expresan todas y cada una de las personas, convivir con ellas y aprenderles; considero que eso te hace crecer en todos los aspectos.
El día pinta para estar soleado y caluroso, dicen que rebasaremos los 35 grados Celsius. Al momento de vestirme decido que hoy no es una buena idea portar el traje completo, así que dejo el saco de lado, la corbata en su lugar y cambio el atuendo por algo más casual; no creo que los rayos del sol me mostrarán respeto tan sólo por vestir de etiqueta, así que fomentaré una sana convivencia entre él y yo. Esta camisa azul cielo me va mejor, es fresca, cómoda y no quita distinción.
Hay días en los que la gente te recibe con una sonrisa y hay ocasiones en que la prisa con que vienen y van no les permite distinguir entre un obstáculo y una persona, lo que quieren es pasar rápido sin importar el empujón. “No pasa nada amigo”, le doy una palmada en el hombro a un sujeto notablemente apurado y lo dejo continuar en su frenética carrera por llegar en 15 minutos a su trabajo.
De camino a la oficina, he cruzado al menos una docena de saludos y “buenos días”; en verdad creo que la gente te desea de corazón un buen día, pero sobre todo espera tenerlo para sí misma. Trata a los demás como te gustaría que te traten, dicen. Justo antes de entrar al edificio escucho: “Vicente, vamos a tomarnos un café”. Qué más da, la compañía no se le niega a un buen amigo, además no hay mayor placer que combinar una charla matutina con otra taza de café.
“¿Viste lo del cuchi cuchi que dijo Josefina?”, me preguntan. Sin cuidado, solté una carcajada que hizo voltear a más de un comensal de las mesas cercanas. “Sí lo vi, ahora entre el ‘cuchi-cuchi’, el ‘no soy la señora de la casa’, la ‘infra-estru-tur’ y la traición de Fox, han sido unas campañas con mucho para recordar”. Comenté, tratando de contener la risa por el “no cuchi-cuchi” si no votan y la posibilidad del “doble cuchi-cuchi” en caso de sufragar por “La Diferente”.
“¿Usted se cree muy chistoso, verdad?”, escuché una voz. “¿Perdón?”, contesté. “Sí, que usted con su sonrisita burlona le gusta reírse de los demás”. “¿A poco usted sabe mucho de política?”, me dijo un hombre que se mostraba bastante molesto. “Es por culpa de personas como usted, que el país está como está, que toman todo a broma. Ahí tiene a los muchachitos del 132 que nada más dejaron las escuelas para manifestarse a lo tonto. A los anti-peñanietistas, que son como 17 personas, con sus pancartas diciendo que el copete y que Televisa, y no sé qué tantas boberías más. Puros pejezombies”, continuó gritando el sujeto.
Sin duda, el ambiente dentro del restaurante se tornó tenso, varias personas de otras mesas murmuraban y la mujer que acompañaba al sujeto encontró un instante para pedirle que se calmara. “¿Ahora tú también estás con ellos?”, le contestó. “Amigo, -le dije- le ofrezco una disculpa si mi comentario lo ha molestado, en verdad espero no haberlo hecho. Lo invito a sentarse junto con su acompañante y nosotros a tomarse el café, le aseguro que podemos platicar al respecto. ¿Le parece si organizamos un debate aquí mismo?”, dije tratando de calmarlo, pero sobre todo en un esfuerzo por regresar el ambiente cordial y el aroma de café recién hecho, al lugar.
En una discusión, lo difícil no es defender nuestra opinión, sino conocerla. Por más de 45 minutos el sitio volvió a la normalidad, se escuchaban las cucharas golpetear contra las tazas y los tenedores rascando los platos. Por cierto, yo llevaba ya mi tercera taza de café.
“¿Entonces lo de las refinerías es posible?”, preguntó Rodrigo (es el nombre del señor con el que comenzamos a debatir). “Eso y el ahorro de miles de millones de pesos en gastos innecesarios, combatiendo la corrupción, entre otras cosas más, como eliminar los lujos de la clase política, vendrán a fortalecer nuestra economía. Si hay empleo, si hay dinero y si bajan los costos de los combustibles y energéticos, seguro muchas cosas cambian”, contesté. “¡Excelente!” -dijo-, “Bien pues nos tenemos que ir, muchas gracias y disculpen”, dijo Rodrigo, al momento de que junto con Carola (su compañera) comenzaba a despedirse de nosotros.
“No te preocupes, hoy quizá somos rivales políticos, con ideas diferentes y puntos de vista distintos, sin embargo, el lunes 2 de julio volveremos a ser los mismos, vecinos, amigos, jefes y empleados, hasta compañeros de mesa en este restaurante. Lo importante es exponer ideas, pero sin agredir a los demás, respetando la diferencia que hay entre nosotros. Los mexicanos no tenemos por qué pelearnos por no coincidir en cuestiones políticas. Lo importante es participar, es estar informados y poder hacer una buena elección. Estando unidos podemos más y recuerda que el cambio verdadero está en tus manos”, finalicé y le di una palmada en el hombro y él me sonrió. Cuando pedimos la cuenta, nos habían dicho que ya la habían pagado.
Tus palabras hablan de tú forma de pensar. Tus acciones muestran quién eres en verdad. Hoy, más seguro que nunca, puedo decir: “Hacer el bien, siempre tiene su recompensa”.
Twitter: @VicPerezAlmanza